lunes, 30 de noviembre de 2009

Tres Casos en Particular: 3 - Genie

Genie

Aunque su nombre verdadero no es Genie, es así como podemos conocerla, salvaguardando así tanto su propia intimidad como la de sus familiares. La historia que nos ocupa se remonta al año 1970 cuando el caso de Genie salió a la luz pública. Cualquiera diría que se trataba de un guión de cine, pero desgraciadamente no era así sino que constituía un hecho real. Genie, una niña entonces de 13 años, había sido confinada en una habitación durante casi toda su vida. Este descubrimiento se hizo en Los Ángeles (Estados Unidos) y si fue posible hacerlo, la causa tenemos que encontrarla nuevamente en la violencia. Parece que tras una violenta discusión con su marido, la madre de Genie, una mujer con graves problemas visuales, tuvo que solicitar la ayuda de asistentes sociales. Y así se descubrió todo. Podemos imaginar la sorpresa de quienes atendieron a esta muchachita que a sus trece años aún usaba pañales, andaba con extraordinaria dificultad y no sabía hablar.

Si la historia hasta aquí no fuera lo suficientemente espeluznante, a medida que se hicieron más averiguaciones el horror alcanzó mayor importancia. La niña había sido mantenida en completo aislamiento en una habitación, sentada en una silla que hacía las veces de orinal y sin recibir ni calor humano ni lenguaje que acompañara su soledad; según relató ella misma mucho más adelante, tenía que estar en completo silencio pues al menor ruido su padre la pegaba sin contemplaciones.


Las causas que la habrían llevado a tal confinamiento no están claras. El padre, antes de responder a la justicia, decidió quitarse él mismo la vida y dejar una nota diciendo que el mundo no comprendería. Y es verdad, el mundo no puede comprender cómo se pueden llegar a tales extremos.

Algunos piensan que la niña era retrasada de nacimiento y que por ese motivo se la mantuvo alejada de la sociedad (como si eso pudiera constituir una justificación); sin embargo, también se especula con la posibilidad de que Genie no fuera bien recibida por su padre que deseaba monopolizar a la esposa. Para venir a añadir más dudas sobre el asunto, según algunas informaciones se dice que existieron dos hermanitos anteriores a Genie que murieron prematuramente, y que un tercero vivió con su abuela por un tiempo hasta que ésta murió y hubo de regresar con sus padres naturales. Genie, la cuarta hija, tuvo que soportar la dura prueba del aislamiento. Puede que la verdad se encuentre en el proceso judicial que se siguió, o puede que no, pues tengo que admitir que no he tenido acceso a esas fuentes. De cualquier manera, sean cuales sean las causas, lo cierto es que nos encontramos en pleno siglo XX, con una niña que reúne todas las características de los llamados “niños salvajes”.

A partir del momento de su descubrimiento, todo el mundo estaba ávido de conocer cuáles eran las capacidades de la niña y si ésta podría ser o no recuperable para la sociedad. Aun con el conocimiento de los supuestos errores cometidos por quienes nos habían precedido en este tipo de situaciones, da mucha pena decir que volvieron a cometerse exactamente los mismos. Como dice el refrán, el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Yo no sé si es el único, pero lo que sí está claro es que tropieza no dos, sino múltiples veces, y lo que sucedió con Genie tras la larga serie de descubrimientos de niños salvajes es un dramático recordatorio de este refrán.

Psicólogos, psiquiatras, lingüistas, educadores, todo el mundo apareció a la ayuda de la niña. ¿Ayuda he dicho? Ojalá fuera así, pero, aunque no voy a entrar en consideraciones sobre los motivos que cada uno tenía (pues eso nadie, ni los mismos protagonistas muy probablemente, puede conocerlos con seguridad), lo que parece muy claro es que no se ofreció una ayuda del todo conveniente. Sí, por supuesto que muchas personas tuvieron buenas intenciones (no creo que todas, pero sí algunas); pero las buenas intenciones no son suficientes. Quizá había demasiadas personas encargadas de decidir cuáles serían los pasos a dar y eso hizo que todo adquiriera más los tintes de un concurso a ganar que de una realidad humana que superar.

Genie fue pasando de mano en mano. Hasta estuvo adoptada por un matrimonio compuesto por uno de los psicólogos que la trataba y por su mujer, especializada en el desarrollo humano. Pero para la administración (vamos a llamar así a cualquier institución que se hace cargo del programa o proyecto, pues eso es lo que era Genie para ellos, un “proyecto”) no estaba satisfecha con los resultados obtenidos ni con la forma de presentarlos. Nadie quería a un Víctor del Aveyron, sino que se estaba a la búsqueda de una nueva Helen Keller. Genie se convirtió en una presa por la que todos se debatían pero probablemente por no demasiado loables motivos.

Si las cosas ya no iban lo suficientemente mal, otro asunto vino a complicarlas aún más. La madre de Genie, declarada inocente de abusos cometidos contra su hija, reclamó la custodia de la ya entonces jovencita. Quien no había sido capaz de cuidarla cuando más lo necesitaba, podía hacerlo ahora en opinión de los tribunales. Genie pasó a vivir, por espacio muy breve, con su madre; pero claro, convivir con una joven de sus características no podía ser tarea fácil, así que nuevamente pasó por otros “hogares” hasta el que ocupa en la actualidad, una casa para adultos que no pueden valerse por sí mismos.


Los abogados de la madre (no sé si para conseguir notoriedad o por creer realmente que defendían algo justo) iniciaron un proceso contra las instituciones científicas, alegando que habían valorado más los estudios científicos que el bienestar de la niña y reclamando las compensaciones oportunas. Ante esta petición de compensaciones econímicas, uno tiene que plantearse otra vez si más que le interés de la joven, no se valoraría en exceso el puro y duro asunto económico; da la impresión de que todo el mundo quería obtener algo: prestigio, renombre, dinero... ¿Y Genie? ¿Qué pasaba con ella, con sus propios intereses?

El dinero para su readaptación cesó y todos aquellos logros que la “niña salvaje” había ido consiguiendo con mucho esfuerzo fueron desapareciendo sin piedad, lo que lleva a pensar que las compensaciones pretendidas no se lograron porque probablemente ni siquiera estaban en el punto de mira.

Recuerdo una película titulada Charly, basada en la novela de Daniel Keyes, "Flores para Algernon", en la que se cuenta una historia que nos puede servir para valorar ésta de Genie. Charly, un deficiente mental, con la ayuda de un tratamiento recientemente descubierto puede salir de ese estado y desarrollar toda su inteligencia. Se trataba de un experimento con muy buenas perspectivas; pero -siempre hay un pero- los efectos del tratamiento no eran duraderos y así, poco a poco, Charly se retrotrae a su origen. Lo dramático es que en un principio lo va haciendo de manera consciente. ¿Alguien puede no darse cuenta de los parecidos entre estas dos historias?

* * * *

A diferencia de Tarzán o de Mowgli, seres extraordinarios que fomentan nuestro sentido del romanticismo, a estos niños nuestra civilización sólo les tiene reservado un segundo abandono si no demuestran que son superdotados según los propios esquemas dictados por nuestra sociedad. Disfrutamos mucho más con unos personajes de leyenda que conviviendo con los seres limitados de la realidad. Creo que es hora de que todas esas personas abandonadas reciban al menos nuestro mayor respeto y reconocimiento. Respeto por quienes son; reconocimiento por la ayuda que nos han prestado pues, gracias a mostrarse de una manera tan genuina, se ha podido reconsiderar la educación de sordomudos, deficientes o autistas. Los errores cometidos con ellos han abierto muchos caminos a nuevas enseñanzas. Ya es hora de que no sólo agradezcamos el esfuerzo de quienes con sus observaciones ampliaron las posibilidades de progreso humano a quienes las tenían limitadas, sino que volvamos nuestros ojos también a quienes se sometieron a tales observaciones.


lunes, 16 de noviembre de 2009

Tres Casos en Particular: 2 - Helen Keller


Helen Keller


La historia de Helen Keller se hizo muy popular en nuestro país tras el estreno de la película que relata su vida y a la que en España se le dio el título de
El milagro de Anne Sullivan. Son muchos los factores que diferencian su caso de otros tratados en este libro, y uno muy importante, casi me atrevería decir que el principal, es que, a pesar de su aislamiento sensorial nunca estuvo abandonada por la sociedad; así ella misma cuenta, por ejemplo, cómo de niña se le enseñaban a realizar diferentes tareas domésticas como podía ser la de doblar la ropa, etc., y que participaba del cariño y de los juegos con los componentes de su familia y amigos. Por tanto, si bien su mundo tenía que ser muy peculiar, no sufrió esa separación que venimos observando en los demás casos.

Helen Keller nació en los Estados Unidos, concretamente en Alabama, el 27 de junio de 1880, pero casi dos años más tarde una enfermedad que hizo peligrar su vida le dejó importantísimas secuelas; paulatinamente fue perdiendo la vista y el oído (se supone que cuando contaba unos 5 años es cuando entró por completo en ese estado que le dio notoriedad). En los libros que escribió relatando sus vivencias cuenta cómo podía recordar tenuemente algunas imágenes. También alguna que otra media palabra quedó en su oído y su laringe, pero poco a poco el olvido hizo mella hasta que pudieron ser recuperadas con la ayuda de su profesora, Anne Sullivan.

En Helen el anhelo de comunicación era tan intenso que, a pesar de todas las limitaciones que tenía, nunca dejó de buscar todo tipo de medios que la ayudaran a expresarse; en ello sin duda tiene una importancia decisiva su integración en un medio social afectivo. Ya vemos que, en la mayoría de los casos tratados, es precisamente el afecto lo que más se resiente, y esto nos llevaría a una conclusión: el hombre no sólo es animal social por naturaleza, sino que esta naturaleza tiene que basarse en un amor compartido para que pueda desarrollarse hasta el máximo de sus posibilidades).

Tras los devastadores efectos de su enfermedad, podemos imaginar que una familia amorosa como la suya hizo lo posible por buscar una solución y, después de multitud de palabras que no ofrecían esperanza de recuperación para Helen, cayó en manos de su madre la lectura de un libro escrito por Charles Dickens, American Notes, en el que el escritor británico contaba los progresos de Laura Bridgman, una niña ciega y sorda como Hellen. Siguiendo esta pista, los Keller solicitaron una entrevista con Alexander Graham Bell, a quien hoy conocemos más por ser el inventor del teléfono y bastante menos por su contribución a la enseñanza de los sordos (su propia mujer era sorda). Aquel encuentro iba a resultar muy provechoso para la pequeña Helen pues fue Bell quien dirigió a sus padres hacia el director de la Institución Perkins, Michael Anagnos, quien a su vez envió a Anne Mansfield Sullivan a la residencia de los Keller para ser la profesora de la niña. Todo esto sucedía en 1807, y a partir de entonces la vida de Helen Keller cambió para siempre.

Además de todas las dificultades con las que se encontró Anne Sullivan, también hay que decir que halló una importante ayuda en ese deseo insaciable por comunicarse y por aprender que tenía la pequeña; un deseo que, a medida que pudo ir rasgando los velos que la tenían confinada en un mundo de silencio y de oscuridad, crecía más y más y a un mayor ritmo.

Con Helen se emplearon múltiples técnicas de comunicación, desde el uso de un sistema dactilográfico, hasta la lectura táctil de los labios, pasando por el braille; todo fue utilizado en su provecho, nada se descartó. En 1890 Mary Swift Lamson intentó incluso enseñar a hablar a Helen ante el gran deseo que manifestaba ella, pero esta aventura no parece que tuviera el éxito deseado. Parece ser que toda su vida Helen tuvo considerables problemas para hacerse entender con el don de la palabra hablada, así que tenía que valerse de traductores para dar las múltiples conferencias que la llevaron a lo largo de diferentes geografías.

Podemos conocer lo que pensaba antes de poseer un idioma que le abriera las ventanas al mundo, así como su evolución posterior, de propia mano por su autobiografía The Story of My Life ("La historia de mi vida"), o por lo que entresacamos de otros de sus libros como por ejemplo The World I Live In (El mundo en el que vivo) Si tenemos en cuenta que en demasiadas ocasiones se ha considerado a los niños salvajes como algo menos que humanos, ya que se suponía que seres sin lenguaje no podían utilizar el pensamiento, las informaciones que aporta Helen Keller en sentido contrario son altamente valiosas.


Sin embargo los grandes logros de Helen fueron empañados a raíz de un malentendido. Como hemos dicho, Helen parecía incansable a la hora de progresar en todo lo que le permitiera comunicarse y así un día escribió un relato al que tituló
The Frost King. Una vez publicado, fue acusada de plagio. Desgraciadamente así somos los humanos, parece que en lo único que estamos dispuestos a fijarnos es en los errores mucho más que en los éxitos y así a punto estuvo de desplomarse la carrera ascendente de Helen Keller. Tras las indagaciones realizadas, se consideró que era muy probable que en sus primeros años de instrucción Helen hubiera leído esa historia y que ésta hubiera quedado en algún lugar de su memoria hasta que un día resurgió y la creyó propia. Hubo muchos que vieron en esto mala intención por su parte, en vez de pararse a considerar como normal el que ni siquiera ella hubiera sido consciente de la aparente copia.

Debió de ser un acontecimiento muy triste para ella y que incluso pudo haberle infundido temor (no olvidemos que pertenecía a un mundo propio y que quienes la acusaban estaban en otro mundo que contaba con armas muy distintas a las que ella podía utilizar; el cruel aislamiento otra vez). Puede decirse que perdió seguridad en su propia mente; por ejemplo, cuando nos relata en la historia de su vida los recuerdos de cómo veía antes de la enfermedad se pregunta si será verdad que lo recuerda o si más bien serán ensoñaciones basadas en lo aprendido mucho más tarde.