domingo, 21 de noviembre de 2010

Quiénes somos los seres humanos - 4


Otro aspecto muy importante a la hora de estudiar a los seres humanos es el de la posesión o no de virtudes innatas; es decir, el aspecto ético del comportamiento.

En este sentido, el obispo Pakenhan-Walsh decía sobre Kamala y Amala que “no había malicia, ni algún miedo, ni hasta donde puedo asegurarlo había signo alguno de orgullo o de celos” (T. M.
Luhrmann, The world of feral children, The Times Literary Supplement 29 January 2002). Y de ahí se concluíaque no existía en ellas una conciencia de pecado, si por pecado se entiende una trasgresión hacia algo que desencadena un mal.

Sin embargo, para realizar esta trasgresión de manera consciente
tiene que existir una conciencia clara de lo que está bien y de lo que está mal, y eso es algo que resulta muy difícil de dilucidar, pues algo que puede ser beneficioso para uno puede convertirse en algo malo para otro. Por tanto, parece que esta conciencia del bien y del mal en sí misma es de difícil descubrimiento si no relacionamos los actos con las consecuencias de los mismos.

Es lógico suponer entonces que en los niños salvajes tendrá que darse un aprendizaje para que su sentido ético y el nuestro coincidan.

Virey considera que Víctor “no es malo ni bueno porque ignora ambas cosas” (Harlan
Lane, El niño salvaje del Aveyron, Alianza Editorial, Madrid, 1984). Sin embargo, continúa diciendo: “No hace nunca ninguna travesura ni mala pasada, como los niños de su edad; su guardián no le ha visto nunca hacer nada parecido”. Es decir, empieza por negar la bondad o maldad de sus actos porque Víctor no teoriza sobre ellos, simplemente actúa; pero Virey parece no tener en cuenta que al actuar Víctor de esta manera con toda probabilidad está siguiendo una conducta ética; Víctor no tenía necesidad de obrar el mal.

Por los comportamientos que pudieron observarse en estos niños se pudo establecer que sentían malestar cuando no obraban adecuadamente y, a medida que iban aprendiendo los usos de la sociedad en la que tenían que vivir, empezaron a reaccionar con respuestas que sus observadores sí podían comprender; eso no quiere decir necesariamente que antes no manifestaran pesar o alegría como resultado de sus actos, sino que sencillamente no lo expresaban de la misma manera que los demás o que no sabían que sus actos pudieran no ajustarse al orden establecido por la nueva sociedad que los acogía.

Si Virey nos decía que no veía malicia en Víctor pues no ejercía ese tipo de crueldades que gustan tanto de hacer casi todos los niños, sin embargo sí le achaca un defecto: el hurto. Dice Virey “muestra una clara inclinación al robo y es muy hábil en el hurto; si come en una mesa pronto le quita a sus vecinos, con gran habilidad y rapidez, todo lo que desea aunque ya lo tenga” (
Harlan Lane, El niño salvaje del Aveyron, Alianza Editorial, Madrid, 1984).

Virey no parece tener en cuenta un mecanismo inherente a todo ser vivo: el instinto de supervivencia. Los “robos” que lleva a cabo Víctor no obedecen más que a la satisfacción de ese instinto, mucho más acendrado en quien no conoce qué encontrará al día siguiente para comer.

En todo caso, más que de una falta de virtud en Víctor, sería preferible hablar de falta de habilidades sociales, pero ¿no hacemos todos lo mismo aunque se nos note menos? Tanto Genie como Víctor manifestaban una tendencia a almacenar cosas, en Genie resulta curioso su afán por los productos líquidos. Éste es un dato que nos demuestra además un sentido previsor por parte de estos niños, lo que lleva a hacernos pensar que también poseen un sentido del tiempo aunque éste sea contabilizado de manera diferente.

Itard también quiso averiguar si Víctor poseía o no la idea de justicia, y para ello decidió castigar injustamente a su alumno una vez había acabado una de sus tareas con éxito. A diferencia de otras veces en que el niño aceptó el castigo cuando éste obedecía a errores cometidos por él, en esta ocasión nos cuenta Itard que se resistió con todas sus fuerzas. Con ello no sólo comprobamos que sí tenía un sentido de la justicia sino que además tenía la inteligencia suficiente que le permitía dilucidar cuándo hacía bien una tarea y cuándo cometía errores; una inteligencia que muchos le han negado a pesar de todo.

En nuestros tiempos actuales parece que esta controversia sobre la humanidad o no de los niños salvajes ya ha sido superada, no sin esfuerzo. Pero ahora se inicia una nueva tendencia, la de considerar a estos seres retrasados de nacimiento o retrasados por su falta de socialización. Esto es lo que abordaremos más adelante.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Quiénes somos los seres humanos - 3


Juan Luis Arsuaga e Ignacio Martínez en su libro La especie elegida, nos dicen que existen “genes en la base de nuestra conducta”; e incluso llegan a afirmar estos integrantes del Proyecto Atapuerca que “hoy no quedan dudas acerca de cierto determinismo genético de comportamiento”.

Pero, además de este determinismo genético, nos hablan de lo que podría considerarse una programación adaptativa que permite el aprendizaje. “Los humanos –escriben Arsuaga y Martínez- formamos una especie muy inteligente de primates sociales, y tenemos una gran flexibilidad en nuestra conducta, que nos permite dar repuestas diferentes, basadas en la propia experiencia o el aprendizaje, a las distintas situaciones que se presentan en nuestro medio. En la vida surgen muchos problemas imprevisibles, y por tanto la solución no puede estar en los genes”.

En Víctor del Aveyron (a quien la gran mayoría consideraba retardado) se descubrió una característica de la que, creo que con razón, nos sentimos muy satisfechos: la capacidad de inventar. Bien, eso lo situaba en el mundo de los humanos; y como ya estaba en él, había que demostrar que lo que explicaba su torpeza en múltiples asuntos sólo podía ser su retraso mental; una deficiencia que para muchos estudiosos no era fruto de su aislamiento, sino que lo acompañaba desde su nacimiento.

Hoy en día cada vez se acepta más y más la importancia de la sociedad para el desarrollo humano. Somos animales so
ciales y sólo dentro de un marco social podemos llevar a la plenitud esas características con las que contamos, además de poder descubrir nuevas vías de creación.

Sin embargo, en vez de sustentar nuestras hipótesis en la importancia de una comunidad social, muchas veces ha prevalecido el deseo de demostrar por encima de todo una autosuficiencia del hombre como ser individual. Así, cuando se observan graves deficiencias en los niños salvajes de acuerdo a nuestro sistema de vida se concluye sin más que todos ellos compartían una deficiencia mental de tipo congénito. Queremos situarnos en el escalón más alto de la evolución; por tanto, si encontramos a un ser que, según nuestro criterio, no responde a esa situación, lo solucionamos diagnosticándolo como deficiente mental y lo condenamos al olvido.

Y es que si algo desa
grada al ser humano civilizado es que se descubran en él aspectos que le asemejen a las bestias. Su pudor no puede aceptar este hecho, y a quienes nos muestran señales de animalidad los apartamos y encerramos en una clasificación bien alejada de nosotros.

Son muchos los que admiran a casi todos los representantes del reino animal, pero que, sin embargo, ante la visión de chimpancés, orangutanes y demás primates parecidos a los humanos sienten una profunda repulsión. ¿No es esto algo revelador? Nos da miedo vernos a nosotros mismos con esos componentes de animalidad que sin duda albergamos, y queremos probar -que no descubrir la verdad o falsedad de ello- que estamos en lo más alto de la escala evolutiva: somos los reyes. Como Tarzán que era el Rey de la Selva y casi podemos decir que lo era en cualquier lugar en el que se encontrara ya que parecía un ser superdotado en lugar de alguien con grandes carencias.

En definitiva, no se está intentando averiguar lo que es un ser humano, sino demostrar su superioridad. Lo que queremos es demostrar la certeza de nuestras hipótesis y así no le dejamos a la naturaleza expresarse por sí misma, no vaya a ser que nos contradiga. Partimos de la base de que es mucho lo que sabemos y no estamos dispuestos a admitir que es mucho más lo que ignoramos.