Una vez de vuelta a la sociedad que les pertenece por nacimiento, hay quienes intentan por todos los medios que estos niños salvajes puedan alcanzar el mayor desarrollo intelectual posible. Itard, por ejemplo, nos habla de la evolución experimentada por su alumno y de cómo esta progresión contradecía la pesimista opinión de Pinel.
En el caso del aprendizaje de Víctor, Gérando supo ver dónde estaba el problema cuando escribe: “Unos, al haber intentado sin éxito sus métodos educativos supusieron que era incapaz de ser educado, en vez de sospechar la insuficiencia de estos métodos que en otros casos diferentes habían tenido éxito” (Lane, Harlan: El niño salvaje del Aveyron, Alianza Editorial, Madrid, 1984). Ya hablábamos antes de la dificultad a la hora de hallar los métodos más idóneos para esta dura labor. En educación, como en muchas otras cosas, no se ha dicho aún la última palabra y día a día surgen nuevas metodologías que intentan facilitar el aprendizaje; no podemos pretender que el método seleccionado sea el más afortunado hasta que podamos comprobar sus resultados.
El aprendizaje, por tanto, resulta una tarea difícil para todos. Si a medida que vamos cumpliendo años nos resulta más complicado dar entrada a nuevos conocimientos, imaginemos lo que tiene que ser para un niño que nunca ha desarrollado determinadas habilidades y al que se le obliga a hacerlo ahora en breve tiempo y sin motivaciones suficientes (no olvidemos que para que el aprendizaje sea más rápido y efectivo debe responder a un deseo y a la satisfacción de una necesidad).
Una forma de aprender que suele dar excelentes resultados consiste en la utilización de un recurso como la imitación. Una vez realizados los primeros escarceos imitativos es cuando cada ser humano hace propio aquello que empezó imitando y, a partir de aquello que ha aprendido, consigue avanzar aún más y llegar a la invención. Pues bien, hubo quien denostó la capacidad imitativa del niño del Aveyron, considerando que se trataba de un mero mimetismo automático que no demostraba en nada las capacidades intelectuales del muchacho. Pero ¿no es precisamente ese mimetismo uno de nuestros principios para la socialización? Que en la imitación se halla una de las bases del aprendizaje es algo que nadie puede poner en duda. Ahora bien, imitar una acción no implica necesariamente hacerla de manera brillante ni tan siquiera perfecta, pues no podemos confundir la capacidad para el aprendizaje con la habilidad para llevar a cabo lo aprendido. Pinel, que tan comprensivo se mostró con los deficientes mentales de su sociedad, se dolía de la falta de habilidad que mostraba Víctor a la hora de utilizar un cuchillo por ejemplo. ¿Por qué le extrañaba tanto? Al fin y al cabo no parece que fuera un utensilio que hubiera sido cotidiano en su habitat. Son muchas las personas que no son precisamente un portento de destreza a la hora de utilizar la cubertería. Y es que una cosa es la teoría y otra la práctica, no lo olvidemos.
Al confundir la inteligencia con la habilidad Pinel parece conceder muy poca importancia a hechos que Itard sí hubiera valorado. Por ejemplo, Pinel se sorprende ante lo que considera una incompetencia de Víctor y dice: “Cuando se encuentra encerrado en una habitación con otras personas, se acuerda perfectamente de que hay que girar la llave de la cerradura en un sentido para abrir la puerta; pero, desde que lo observo, hace varios meses, no ha llegado todavía a saber realizar el ligero movimiento de rotación de la llave, y extrañado de la gran dificultad de esta acción, lleva a una persona hacia la puerta para facilitarle su salida” (Lane, Harlan: El niño salvaje del Aveyron, Alianza Editorial, Madrid, 1984). Bien, de este párrafo podemos entresacar varias ideas.
Por una parte, Pinel demuestra la existencia de algo que se le negaba al muchacho: su memoria. Pinel nos dice claramente que el niño se acuerda perfectamente de que hay que girar la llave, lo que no sabe es realizar la acción, pero sí que conoce un mecanismo alternativo, pedir ayuda, lo que demuestra su inteligencia. Pero no sólo demuestra que posee inteligencia y memoria, sino que además aprende de las nuevas situaciones que se le presentan.
Para aprender algo tenemos que desarrollar entre otras cosas nuestra memoria, y ya vimos al principio de este apartado que eso es algo que también se niega a veces a estos niños. Cuando Itard pide a su alumno diversos objetos que va escribiendo o dibujando en una pizarra y cuyos referentes se encuentran en otra habitación, Víctor utiliza un recurso ingenioso para no olvidarlos por el camino, y que consiste en salir corriendo como una bala para impedir que se borre de su mente la enumeración de tantos objetos. Como siempre ahí están los pesimistas para hablarnos nuevamente del escaso valor de su memoria que tan poco alcance parecía tener; sin embargo, yo les diría a quienes hacen esta crítica, ¿qué sucede con nuestras listas de la compra?; ¿para qué las utilizamos? O que se lo pregunten a los estudiantes que cinco minutos antes del examen andan como locos repasando ideas que olvidarán cinco minutos después de haber realizado la prueba, si es que no las han olvidado antes.
Por supuesto que tienen inteligencia, que se desarrollan y que pueden aprender. Ahora lo que falta es que quienes pueden ayudar en la evolución de estos seres desafortunados no se desmoralicen ante la lentitud de los procesos.