“Muy pocos niños de la edad de nuestro salvaje se encuentran tan desprovistos de conocimientos; y puede decirse que en todo lo que no se relaciona con su vida y su bienestar, se halla en la más profunda estupidez. Si no fuera por su figura humana, ¿qué lo distinguiría del simio? Los apetitos naturales ocupan toda su existencia. Es realmente un puro animal limitado a las simples sensaciones físicas; no posee nada más allí; ¡qué inmensas barreras le separan de nosotros, qué camino le queda todavía por recorrer!” Estas palabras que Virey1 añade al informe de Bonnaterre sobre Víctor del Aveyron ponen el dedo en la llaga de un gran debate que ha sostenido la humanidad a través de los siglos y que, de alguna manera, aunque mucho más adormecida, todavía sostiene. ¿Qué es el ser humano? ¿Cuáles son las características que lo diferencian de las demás especies?
En mi época de estudiante se nos decía que el ser humano era un animal racional, mientras que el resto no eran más que animales irracionales. Es decir, se hacía total hincapié en la importancia del uso de la razón. Más adelante veremos un poco más en profundidad este asunto de la razón y de cómo es utilizada por los niños salvajes, pero ahora sigamos avanzando en las supuestas diferencias de nuestra especie con respecto del resto de seres vivos de nuestro planeta.
No sólo en la razón parecen observarse diferencias sino también en un rasgo físico que nos llena de orgullo: los seres humanos somos bípedos y caminamos erectos. No estaría yo tan segura de que este rasgo nos diferenciara tanto. Al fin y al cabo ahí están las avestruces, sin ir más lejos, que son bípedas, aunque no parece que caminen totalmente erectas, eso sí. Pero tampoco pretendo competir con quienes han dedicado su vida a este estudio y han decidido establecer criterios diferenciadores; lo único que deseo es hacer ver que a veces nos sometemos a tantas divisiones y subdivisiones, y a tanta y tanta terminología, que nos encerramos excesivamente en unos estrechos puntos de vista que no nos permiten avanzar en el verdadero conocimiento.
La posición erecta se considera la natural en el ser humano, pero no podemos olvidar la dificultad que entraña lograr la marcha sobre ambas piernas. Si observamos el aprendizaje de nuestros niños cuando intentan dar sus primeros pasos, comprobaremos la enorme dificultad que entraña esta tarea. En los niños salvajes, criados fuera de un entorno humano, no resulta descabellado pensar que su posición obedezca a la imitación con respecto a los animales con los que puedan convivir o bien a ese primer instinto en todo niño que le lleva a gatear y no a ponerse de pie. Sánchez Ferlosio, en los comentarios a los informes de Itard2, cuenta que Kamala, criada entre lobos, tardó al menos tres años en aprender a caminar sobre sus dos piernas, y que además nunca lo hizo del todo bien.
Pero no sólo nos hace singulares esta forma de caminar, al menos entre los primates, sino que además el ser humano posee un misterioso instrumento que se considera absolutamente propio: el lenguaje articulado. Claro que esta característica tampoco sería definitoria pues actualmente se están haciendo enormes progresos en el lenguaje de los simios. A esto puede oponerse el que estos simios “aprenden” el lenguaje pero que no lo crean; sin embargo, también podría decirse que lo que aprenden es “nuestro lenguaje” y no el suyo propio. Como curiosidad, no estaría de más mencionar los misteriosos cantos de las ballenas que, de acuerdo con los estudios realizados hasta ahora, cambian de tiempo en tiempo viniendo a significar cosas distintas. ¿Podemos seguir asegurando que el lenguaje sea totalmente humano? El inglés, el francés, el español, sí lo son; pero ¿son estos los únicos lenguajes?
Y así, cada cierto tiempo aparecen unos seres a los que llamamos “salvajes” que hacen temblar los cimientos en los que basamos nuestra esencia. Muchos de ellos parecen no razonar, algunos caminan a cuatro patas y para colmo no hablan. ¿Son por eso inhumanos? El que no razonasen de acuerdo con nuestra cultura no quiere decir que no lo hicieran. Que hubieran aprendido a caminar a cuatro patas, tampoco demuestra mucho; al fin y al cabo ya hemos visto que a nuestros pequeños hay que forzarles para que se pongan sobre sus dos piernas, cosa que hacen con mucha inseguridad, no lo olvidemos. Y por último, el asunto del lenguaje; si nunca habían oído hablar a nadie y si no tenían a nadie que compartiera un mismo sistema de comunicación, ¿cómo podían desarrollar esta facultad?
El hombre siente la necesidad de encontrar respuestas a unas preguntas fundamentales: quién soy, de dónde vengo y adónde voy. A partir de ahí busca su lugar en el universo y, creo que desgraciadamente, lo hace de manera jerárquica; es decir, asignando una mayor preeminencia a unos seres sobre los otros. Y ya que es él quien escribe su propia historia, decide situarse en el más alto escalón de toda esa jerarquía. Pero ¿es necesaria la búsqueda de ese lugar? A lo mejor ése es el gran pecado de la humanidad: la vanidad. ¿Por qué tiene que importarnos tanto ser más o menos? Lo realmente importante es ser, y con la mayor dignidad posible.
1 Los textos de Virey pertenecen al libro de Harlan Lane, El niño salvaje del Aveyron, publicados por Alianza Editorial en 1984.
2 Itard, Jean: Víctor de l’Aveyron, con comentarios de Rafael Sánchez Ferlosio. Alianza Editorial, Madrid, 1982.
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