Como acabo de decir, el término “niños salvajes”, para mí, englobaría tres categorías distintas. Los que responden con más precisión a dicho término son precisamente los que pertenecen a esta primera clasificación, que a su vez puede subdividirse como veremos a continuación; se trata de niños que por una u otra razón han sido separados de la sociedad y que se han criado en un entorno considerado para cualquier civilizado como salvaje (bosque, selva, jungla, etc.). Esa separación de la sociedad puede deberse a múltiples circunstancias. Puede tratarse de un abandono llevado a cabo con lo que podríamos llamar “premeditación y alevosía” (niños a los que, bien por sus características congénitas, bien por situaciones familiares problemáticas como por ejemplo casos de ilegitimidad convenía hacer desaparecer). Pero también se da el caso de niños extraviados, y aquí hay que tener en cuenta principalmente determinadas zonas en las que se ha sufrido un conflicto bélico, por ejemplo, o graves catástrofes naturales. Asimismo podríamos establecer una subclasificación entre estos niños abandonados al cuidado de la naturaleza; y así por una parte estarían aquellos que parecen haber sido criados por animales, y por otra, aquellos que muestran señales de no pertenencia a ningún grupo (ni siquiera animal) y que vagan en soledad luchando por su propia subsistencia.
En segundo lugar pueden considerarse niños salvajes, pues comparten muchas de sus características, aquellos que han sido confinados casi desde la niñez en diversos encierros, normalmente habitaciones de las que no podían salir y en las que pocas veces entraba la luz del sol o el sonido de otros congéneres. Son niños sobre los que se han cometido toda clase de abusos y sobre los que nuestra supuesta sensibilidad humana no puede más que horrorizarse. Las causas por las que se llega a esta situación pueden ser de varios tipos: cuestiones políticas, patologías de los padres; en fin, todo un sin número de variedades que comparten un hecho común: el total aislamiento de unos seres todavía no expuestos a la sociedad y por tanto sin ningún vínculo de referencia hacia otros de su misma especie. Aquí, por tanto, no estarían casos que han salido a la luz pública recientemente, como los de Natascha Kampusch o Elizabeth Fritzl, pues fueron confinadas cuando ya conocían la sociedad y los vínculos que la misma aporta.
Por último, me atrevo a incluir en esta categoría de niños salvajes a aquellos que por una limitación sensorial aguda han vivido apartados de la sociedad durante muchos años ante la imposibilidad de encontrar un lenguaje que pudiera establecer algún tipo de comunicación no limitado únicamente al sentido del tacto. En este apartado incluyo el extraordinario caso de Helen Keller, que veremos más adelante.
Sin duda alguna el que más romanticismo procura es aquél de niños en completo estado abandonados por situaciones de la vida, como puede ser la muerte de los padres, y que han tenido que sobrevivir gracias a la hospitalidad de otros componentes del reino animal. Pero por muchas notas de exotismo y de pretendida belleza que contenga este apartado, es tan triste como cualquiera de los otros, y en la mayoría de los casos conlleva un desenlace altamente descorazonador para quien pretenda encontrar en estas historias eso que llamamos un final feliz.
Aunque normalmente se intenta denostar a los autores de unos libros tan populares como Tarzán o El libro de la Selva por su falta de realismo, no es menos cierto que la mayoría de los mitos que acompañan el viaje de la humanidad tienen una base real aunque, por supuesto, embellecida; incluso me atrevería a decir que muy embellecida. Rudyard Kipling vivió muchos años en la India, donde se crió entre sirvientes de aquella tierra que le relataban todo tipo de historias propias. De hecho, algunos consideran que la historia de Mowgli está basada en hechos reales. En cuanto al autor de Tarzán, Edgar Rice Burroughs, contemporáneo de Kipling (curiosamente), se ha ganado las chanzas de gran parte del mundo erudito y creo que de manera bastante injustificada. Muchos argumentan contra la falta de realismo en las andanzas del hombre-mono; sin embargo, no hay tanta falta de base ni tanto desconocimiento por parte de este escritor como se pretende demostrar. Por supuesto que existe fabulación, en otro caso se trataría de biografía, y Tarzán es ante todo el protagonista de una serie de novelas de aventuras (volvemos a los mitos y a las leyendas, y no olvidemos que suelen partir de un acontecimiento real, muy adornado, eso sí). Uno de los argumentos empleados contra esta historia es la imposibilidad de acceder al habla humana en tal estado de aislamiento. Quiero señalar que precisamente es en este punto del lenguaje donde casi todos los casos de intento de recuperación de los niños salvajes han fracasado de la manera más estrepitosa que podamos pensar. Sin embargo, Burroughs no era tan iletrado como para no darse cuenta de que, por muy fantástico que fuera su relato, tenía que sustentarlo con visos de realismo; y así, cuando menciona este complicado asunto, lo hace de una manera muy inteligente. El niño que nos presenta, abandonado a su suerte en el corazón de la selva africana, contaba con unos padres amorosos que pensaban en su educación aunque no pudieran ellos llevarla a cabo debido a su trágica muerte. Transcurridos unos años, el niño descubre los libros de instrucción que sus padres guardaban para él, y así, poco a poco, va comprendiendo el lenguaje escrito. Gracias a la escritura, que no al habla, Tarzán puede comunicarse con sus congéneres. El mismo Itard nos relata cómo Víctor del Aveyron, un caso muy real, consiguió conocer rudimentos de escritura aunque no pudiera emitir apenas algún que otro sonido medianamente articulado.
Una vez definido el término, pasaré a hacer una relación de los casos más conocidos de niños salvajes. Reconocidos pueden contarse entre unos cincuenta o sesenta de estos casos, puede incluso que más, pero de entre ellos me gustaría destacar sólo unos pocos. Aunque parece que ya en la Edad Media se supo de algún que otro suceso semejante, es en la Era de la Razón o de las Luces, el siglo XVIII, cuando surgieron en mayor intensidad o, al menos, cuando fueron recogidos con más precisión los datos y estudiados con más detenimiento. Casos así continuaron haciendo su aparición tanto en el siglo XIX como en el XX, llegando incluso al XXI. La filosofía que imperaba en el llamado Siglo de las Luces podía encontrar por fin una base real para sustentar sus tesis en el estudio metódico de aquellos niños encontrados en un estado tan contrario a las normas sociales. Determinar el grado de discernimiento que podían tener aquellas criaturas resultaba una tarea muy atractiva para quienes no hacían más que buscar diferencias entre el ser humano y aquellos otros parientes de la naturaleza, el resto de los animales, a quienes se les negaba (y aún hoy se sigue haciendo) el uso consciente del entendimiento.
4 comentarios:
Muy interesante el post, me ha gustado como el anterior.
Besos
anamorgana
ANAMORGANA,
Yo, como siempre, agradezco mucho tus visitas y tus comentarios. Besos y buen fin de semana
Cierto, la palabra "salvaje" encierra con la misma palabra diferentes causas y significado producido por motivos y casi siempre muy crudos.
Es estar en una burbuja en abandono total sea la historia que sea donde se quedan marcados para el resto de sus días, se les intenta ayudar y levantar el vuelo pero a veces resulta imposible volver a encauzarlos.
Lo ficticio es tierno y muy humano con finales siempre felices pero sabemos que la realidad equidista mucho de ser de ese modo.
Un abrazo de corazón desde el corazón.
GATITA AMIGA,
Gracias por haberte detenido por aquí y por expresar tu opinión. Algún caso hay con final feliz, pero estas historias nos suelen confrontar con valores éticos muy fuertes.
Muchos besos
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