Tres casos en particular
Me gustaría tratar de manera separada los tres casos que conformaron hasta el día de hoy mi interés por los “niños salvajes”. Los trataré cronológicamente; así, el primero será Víctor, seguiré con Helen Keller y por último mencionaré el caso de Genie. Más adelante analizaré distintos aspectos que han merecido importantes consideraciones a la hora de observar la conducta de estos niños.
Víctor del Aveyron
En los primeros días del año 1800, una Francia recién salida de un periodo de terror como el que supuso su revolución, se asombraba ante las noticias de un sorprendente descubrimiento: un niño en estado salvaje había sido capturado en los bosques del Aveyron. A primera vista parecía que el muchacho desconocía lo que era la vida en sociedad. Según Jean Marc Garspard Itard, el niño había sido visto cinco años antes, pero en realidad la noticia que nos ha llegado de su primer avistamiento es de 1797 en Lacaune.
Por lo que sabemos, este primer encuentro con los humanos no debió de ser muy agradable para él, pues a su captura (situación traumática sin duda) le siguió una exhibición en la plaza pública que tampoco debió de resultarle muy gozosa. Por supuesto el niño escapó, pero volvió a ser capturado al año siguiente y entonces una nueva huida tuvo lugar. Por fin, en 1800, cuando el chaval debía contar con unos doce años volvió a ser llevado a la civilización para ser mantenido ya para siempre en ella; eso si exceptuamos pequeñas escapadas (o no tan pequeñas, una duró al menos quince días) o alguna que otra pérdida que le ocasionó no pocos disgustos.
El muchacho caminaba torpemente, no hablaba; en fin, según nos cuentan, se comportaba casi como un animal. Curiosamente, había aprendido a asar patatas; si por asar entendemos echarlas a la lumbre y recogerlas casi al instante sin miedo a abrasarse. Probablemente esta técnica la habría aprendido en alguno de sus cautiverios anteriores.
Un abad llamado Pierre-Joseph Bonnaterre, profesor de Historia Natural en la Escuela Central del departamento del Aveyron, hizo el primer informe que conocemos sobre él, y parece haberse tomado mucho interés en que fuera lo más preciso posible. Incluso, a pesar de las reclamaciones oficiales para que el niño fuera conducido a París, Bonnaterre se las ingenió para diferirlas lo máximo posible y así poder establecer un diagnóstico cierto. Por fin, Luciene Bonaparte exigió su traslado a la capital y así hubo de efectuarse.
En aquel tiempo, un médico llamado Philippe Pinel había revolucionado el tratamiento de quienes tenían la desgracia de acabar en un manicomio. Pinel es considerado hoy en día como el fundador de la psicoterapia en Francia, antes llamada “medicina moral”. En contra de los usos llevados hasta aquel momento, Pinel quitó las cadenas a los alienados que atendía en el asilo de Bicêtre; además, clasificó las diferentes enfermedades mentales y valoró el origen que éstas podían tener. Sin embargo, un hombre tan capacitado emitió un informe de una dureza extraordinaria sobre el que empezaba a ser conocido como el “salvaje del Aveyron”.
En aquel tiempo, un médico llamado Philippe Pinel había revolucionado el tratamiento de quienes tenían la desgracia de acabar en un manicomio. Pinel es considerado hoy en día como el fundador de la psicoterapia en Francia, antes llamada “medicina moral”. En contra de los usos llevados hasta aquel momento, Pinel quitó las cadenas a los alienados que atendía en el asilo de Bicêtre; además, clasificó las diferentes enfermedades mentales y valoró el origen que éstas podían tener. Sin embargo, un hombre tan capacitado emitió un informe de una dureza extraordinaria sobre el que empezaba a ser conocido como el “salvaje del Aveyron”.
Desgraciadamente la perspicacia de Pinel pareció quedar nublada por sus prejuicios. Por aquella época existían dos posturas encontradas; una, sustentada por Rousseau, defendía la existencia de unas características innatas en el hombre que le permitían desarrollarse de la mejor manera posible precisamente al estar alejado de la sociedad, esa sociedad considerada por muchos como madre de todos los males pero que, a lo largo de los tiempos, parece haber demostrado tener también sus cosas buenas, no lo neguemos. Para Rousseau, este hombre perfecto en su inocencia era “el noble salvaje”. Pero por supuesto existían también los que opinaban precisamente lo contrario. Y en medio de este debate surge de los bosques la figura del “salvaje del Aveyron”. Cuando Pinel vio la deplorable condición del niño concluyó precipitadamente que era un “idiota sin remedio” (Hay que recordar que este término no se utilizaba con intenciones ofensivas sino clínicas).
Para la emisión de este diagnóstico se basó en las comparaciones de este niño procedente de un medio totalmente desconocido con la conducta manifestada por sus pacientes deficientes mentales. Desgraciadamente, Pinel no tuvo en cuenta la ausencia de referencias comunes que necesariamente tenían que inhibir al niño de dar determinadas respuestas consideradas normales en una sociedad que lleva muchos siglos formándose y de cuyas normas sus miembros tienen un conocimiento bastante claro aunque éste les sirva en muchos casos para transgredirlas.
El hombre que concedió tanta importancia al origen de las enfermedades, no supo ver ese origen en un niño que no había contado con ningún contacto humano, o que, cuando lo había hecho, no siempre había sido realizado en las mejores circunstancias. Al leer el informe de Pinel, no puedo dejar de detectar una cierta antipatía, o al menos dureza, en lo que se relaciona con quien vendría a llamarse Víctor. No veo allí apenas un ápice de compasión.
Sin embargo, no todo el mundo podía estar de acuerdo con tan duro diagnóstico, y así un hombre que ejercía como médico en la Institución de Sordomudos de París consideró que el salvaje podía ser educado y que merecía la pena dedicarle un esfuerzo antes de simplemente considerarlo un deficiente mental sin más. Este hombre fue Jean Marc Gaspard Itard. Y de esta manera se inició un proceso de recuperación del niño del Aveyron que sigue sorprendiendo en nuestros días.
Sin embargo, no todo el mundo podía estar de acuerdo con tan duro diagnóstico, y así un hombre que ejercía como médico en la Institución de Sordomudos de París consideró que el salvaje podía ser educado y que merecía la pena dedicarle un esfuerzo antes de simplemente considerarlo un deficiente mental sin más. Este hombre fue Jean Marc Gaspard Itard. Y de esta manera se inició un proceso de recuperación del niño del Aveyron que sigue sorprendiendo en nuestros días.
La señora Guérin fue encargada por la administración del cuidado del niño y Jean Marc Itard se dedicó a su educación así como a realizar las observaciones y los estudios que pudieran aumentar el saber científico de los progresos humanos.
Aunque son muchos los que valoran los trabajos de Itard, no es menos cierto que también cuenta con detractores; entre ellos, aquellos que lo consideran un mero oportunista que buscó un hecho singular para conseguir relevancia en su profesión. Yo no estoy tan de acuerdo con esa valoración. Es verdad que Itard, tras cinco años dedicados al entrenamiento del niño y no obteniéndose los éxitos esperados, abandonó esta labor; pero no podemos juzgar una situación de la que desconocemos los pormenores. Itard intentó que el niño no fuera abandonado (luego lo veremos con más detalle), pero no lo consiguió.
Lo verdaderamente triste de esta historia es que aparentemente se “rescató” a un niño de una vida salvaje para intentar conseguir de él la figura del “superhombre” (o del “noble salvaje”, si nos atenemos a la terminología de Rousseau) que todo lo puede y todo lo sabe. Desgraciadamente, en su desarrollo sólo se tuvieron en cuenta los fracasos; por el contrario, los logros fueron (y aún lo son) considerados como hechos normales que el niño tenía que conseguir; al fin y al cabo, se estaba pagando un dinero para que se rehabilitara, lo menos que podía era realizar su trabajo cumplidamente.
La novedad fue pasando de moda y ya nadie quería luchar con la monotonía de un ser que no parecía fuera a mostrar nada espectacular al mundo. Víctor vivió su vida al lado de la señora Guérin, una mujer a la que la posteridad no creo que le haya dado todavía el puesto que le corresponde, y a la edad aproximada de 40 años murió aparentemente en el olvido de aquellos que habían puesto demasiadas expectativas en su educación.
Una de las grandes preguntas que permanecen sin respuesta es por qué Víctor vivió solo en los bosques como un salvaje. En el examen médico que se le practicó se mencionan las múltiples cicatrices que tenía en todo su cuerpo; algo nada raro teniendo en cuenta la vida que tuvo que llevar y su lucha por su subsistencia en un paraje inhóspito. Pero existía una cicatriz que destacaba sobre las demás y que incluso puede verse claramente en el grabado que se le hizo. Se trataba de una cicatriz profunda en el cuello cuyo origen tenía que provenir de un objeto cortante. El estudio de esa cicatriz hizo pensar que aquella criatura había sido amenazada de muerte, pero ¿por quién y por qué? Dadas las limitaciones que fueron observándose en el muchacho, algunos pensaron que se trataba de un niño retrasado de quien su propia familia quiso desprenderse y que decidió abandonarlo en el bosque a una muerte segura tras haberlo intentado degollar, y muy probablemente, dándolo ya por muerto.
No sabemos por qué Víctor sufrió tan malos tratos, pero no podemos olvidar un hecho que parece pasarse demasiado por alto. En el periodo que va desde 1789 a 1799, Francia vivió uno de los momentos más violentos de toda su historia. Por la edad que Víctor tenía cuando fue llevado a París (doce o trece años en 1800), queda muy claro que su nacimiento y desarrollo tuvo lugar precisamente en los años más duros de la Revolución Francesa. Las barbaridades que se cometieron en aquel espacio y en aquel tiempo superan la imaginación de cualquiera de nosotros, así que ¿no podría ser Víctor una víctima de aquella circunstancia histórica? Yo creo que es algo que bien merece ser valorado como una posibilidad.
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