sábado, 15 de mayo de 2010

Una realidad tangible (1)


Raúl Padierna por fin pisaba tierra cristiana, como diría él, agotado de tanto ir y venir. La aventura americana había resultado excesiva para su longeva naturaleza. Todavía se preguntaba qué veían de interés en él, para que todas aquellas universidades y círculos culturales le invitaran a perorar durante un tiempo -establecido de antemano, eso sí-, sobre las más heterogéneas ideas; desde el enfrentamiento generacional, hasta las connotaciones de las ideologías políticas en la literatura, pasando por el mundo postmoderno y la elegancia de las mujeres orientales. Realmente resultaba ridículo que, simplemente por haber tenido suerte en el mundo editorial, así como en el teatro, sus opiniones fueran constantemente requeridas. Raúl Padierna estaba más que harto de tener que dar su opinión sobre cualquier tema que se presentara. El estatus de oráculo nunca había sido deseado por él, pero la vida, una vez más, le jugaba una de sus gracias, y ahí estaba el celebrado Padierna apechugando con la suerte que le había tocado en la ruleta del destino.

Durante su gira cultural había tenido ocasión de escuchar todas las variaciones que el idioma español podía ofrecer. Acentos suaves con ritmo de bolero, indolentes por efecto del calor, guturales, profundos, seseantes; parecía increíble que una misma lengua pudiera sufrir tantas y tan numerosas modificaciones. Y a todo esto, la Real Academia empeñada en dirigir los destinos del lenguaje. Claro que, en contrapartida, el pueblo llano no quería saber nada de sus indicaciones y mucho menos de tener que estar todos cortados por el mismo patrón, así que si la Real Academia no les tenía en cuenta a ellos, pues... peor para la Academia.

Todo hay que decirlo, el salto que diera Raúl Padierna a la zona anglófila de tan vasto continente le había ofrecido una nueva variedad de acentos españoles y, en su opinión, poca palabra inglesa. Diera la impresión de que la pureza de la raza sajona se encontrara en uno de sus estadios de mayor peligro y, a aquellas alturas del siglo XXI, no tener algún ancestro hispánico se veía como algo inusual. Para Raúl Padierna, defensor de los valores latinos, la derrota del Albión en sus secuelas americanas era algo digno de ser celebrado.

Desde luego que el paso del tiempo podía deparar cosas buenas y otras menos buenas, por no llamarlas simplemente malas. Por ejemplo, y en otro orden de cosas, ahí estaba el asunto de los aviones. Era indiscutible para el bueno de Padierna que lo de esos mecanismos alados ya no tenía la gracia de antes. En tiempos pasados, pero no tan lejanos como más de uno pudiera suponer, resultaba extremadamente placentero aquello de ir bajando suavemente las escalerillas que se adosaban a la puerta del aeroplano y, así, emular al tan preciado invento, aterrizando poco a poco, peldaño a peldaño, hasta lograr pisar la tierra deseada. Ahora, de todo eso no quedaba nada, y las famosas escalerillas que viajaban durante todo el día a lo largo del aeropuerto, habían sido reemplazadas por hoscos y aburridos túneles que alejaban al pasajero de cualquier contacto directo con la pista.

Una vez que el avión tomara tierra y que los pasajeros fueran debidamente desembarcados, Raúl Padierna debía enfrentarse al numerito de las maletas. Cuando se pudo hacer con las dos que llevaba, quedó gratamente sorprendido al comprobar que, por una vez, éstas llegaban con él al mismo aeropuerto. Sin duda se había vencido todo un desafío: que la organización funcionara con él, pues una de las constantes de sus numerosos viajes había sido la ineludible pérdida del equipaje. Para el itinerante Raúl, tales desapariciones suponían un misterio que todavía no había conseguido desentrañar. Cuando hablaba con otros asiduos clientes de compañías aéreas, ninguno de ellos admitía haber tenido la experiencia repetida que sufría él. ¿Se trataría, pues, de algo exclusivamente personal? Fuera como fuera, el hecho es que ya se había acostumbrado a las constantes desapariciones, y era algo sabido que, cada vez que debía embarcarse en un nuevo monstruo de las alturas, Raúl Padierna preparaba dos maletas con contenidos parejos en previsión de posibles percances.

(...)


6 comentarios:

Juan Antonio dijo...

Hadita Saltarina:

Me gustó mucho tu relato. Estaré pendiente para continuar visitándote, pues escribes deliciosamente.

Un abrazo y feliz día.

Juan Antonio

María Fernanda Buhigas Patiño dijo...

JUAN ANTONIO,

¡Qué ilusión me hace tu comentario! Gracias de todo corazón; sobre todo viniendo de un poeta como tú. Un abrazo

Mandalas, Espacio Abierto dijo...

Hola Hada guapa

Me apunto a lo que ha dicho Juan, me ha gustado mucho tu relato. Engancha. Seguiré leyéndote y te animo a que sigas escribiendo porque lo haces muy bien.

Besotes guapa.

María Fernanda Buhigas Patiño dijo...

MANDALAS,

Muchas gracias por tu visita y por tus palabras. Besos

Anónimo dijo...

Escribes estupendo seguiré visitando este blog.
Me ha gustado.
Te doy las gracias porque gracias a ti he descubierto el libro del que hablabas en el post anterior, que no sé porque no dejé comentario.
Bien te explico el mismo día que lo vi en tu blog entré en una papelería a mandar un fax y lo primero que veo es el libro, por supuesto lo compré y lo estoy leyendo. Ese no es un sitio donde vendan muchos libros y de este tipo menos. Se hace largo el comentario.
Muchas gracias
Besos

María Fernanda Buhigas Patiño dijo...

ANAMORGANA,

Gracias por tus palabras sobre mi escritura; me emocionan. En cuanto al comentario que no dejaste, es lógico porque no me di cuenta de que no tenía habilitada la función de dejar comentarios y me costó bastante volver a acceder a ello; así que.. por eso no pudiste comentar. ¡Y qué curiso casualidad la del libro! Espero que te guste; yo disfruté mucho con él. Besitos, nena