-¿Y tú eres de aquí, Rosario?
-Sí. Soy uno de esos raros especímenes que escasean en la capital. Yo nací en el Foro.
-Pues eso debe imprimir carácter. Yo no tengo la experiencia de la patria propia.
-Para serte sincera, Raúl, ése es un tema que nunca me ha interesado.
Rosario recalcó bien el tuteo, así como el nombre propio. Ya antes de salir de su eterno cuchitril se había pertrechado con sus armas de matar, y no estaba dispuesta a desfallecer ahora.
Raúl dudaba. No sabía si lo más conveniente era hablar de él, o bien interesarse por la vida de ella, pues ambas estrategias encerraban sus propios riesgos; si se decidía por lo primero, podría ser considerado como un inveterado ególatra, algo que no ayudaría mucho al engrandecimiento de su buena imagen; pero si, por el contrario, se decidía a internarse por los caminos que le condujeran a la vida privada de su compañera, su simple interés podría tergiversarse y terminar siendo considerado como una vergonzosa intrusión en zona prohibida.
En estas dudas estaba cuando Rosario decidió entrar al quite. Desde luego que ella estaba dispuesta a no perder la oportunidad que se le ofrecía de disfrutar con la compañía de un hombre como Raúl Padierna.
-¿Y es cierto eso de que actualmente vives solo?La pregunta, así, de sopetón, dejó a Raúl sin posibilidad de respuesta. Apenas reconocía a la taquillera del Candilejas. Parecía mentira lo que podía conseguirse con un simple cambio de escenario. Si no conseguía otra cosa, al menos se llevaría nuevas ideas teatrales de aquella noche. Cuando la inventiva se le resistiera, cambiaría a sus personajes de escenario, y seguro que la intensidad de la historia resurgiría nuevamente.
-Pues sí. Ya ves. Vivo solo. ¿Y tú?Rosario se quedó mirando el color del escaso vino que quedaba en su vaso. La respuesta exigía la suficiente elaboración para no ser considerada por su acompañante como la resignada solterona, ni la diablesa rompecorazones que, ¡para qué engañarse!, nunca había sido.
-¿Y eso por qué?
-¿Cómo que por qué?
-Que por qué vives solo.
-Pero bueno, Rosario, ¿es que tú no contestas a las preguntas que te hacen?
-Pues según me convenga. Pero es que yo pregunté primero.
-¡Ah! Eso es muy cierto, muy cierto.
-¿Y bien?
-¿Bien qué?
-Lo de la soledad. ¿Por qué?
-Francamente, ni yo mismo lo sé. Supongo que derroché demasiadas ilusiones.
-Probablemente lo que ocurra es que tres matrimonios sean demasiados.
-Quizás.
-Y ninguno, demasiado poco -reflexionó Rosario en voz alta.
-¿Nunca te casaste?
- No.
-¿Y por qué?
-Pues, la verdad, yo tampoco tengo respuesta.
Si se habían decidido por el camino de las confidencias, se hacía evidente que estaba resultando un completo fracaso. Ninguno de los dos daba respuestas. Y lo más grave no era el que no quisieran darlas, sino algo mucho más patético, que no conseguían encontrar las razones, por más que rebuscaban en su interior. Quién podía saber el porqué de las cosas; éstas simplemente eran y, se pusiera uno como se pusiera, se hacían inamovibles.
(...)
2 comentarios:
Hola Hadi
Hoy te he leido un poquito unque los cortes en la luz me han tirado fuera varias veces, tenemos tormenta.
Me gustan tus nuevos vestidos, siii, ji ji
Besos.
Viste qué bonitos? Je je.... Vaya, así que andáis con cortes de luz; tengo unas ganas de verano!!! Besos
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