sábado, 25 de julio de 2009

UNO MÁS UNO - (Parte 7 de 10)

Teo

¡Me echaba de menos! Eso era esta mañana, cuando tanto ella como yo debíamos estar inmersos en nuestros trabajos, alejando de nosotros cualquier problema ajeno a nuestro quehacer. Sin embargo, justo cuando me decido a ofrecerle compañía, materializando tal deseo a través del hilo telefónico, doña Marta no se encuentra en su habitación. ¿Y qué puede estar haciendo esta mujer en un pueblo perdido de los Pirineos? Sin duda, no se trata de la mejor hora para practicar el montañismo, y lo de un rodaje nocturno no me lo trago.

¡Qué curioso resulta todo! Esta mañana me sentía acorralado. ¿Y todo p
or qué? Por el hecho aterrador de que la mujer que enciende un extraño fuego en mi corazón empezara a lanzar insinuantes sugerencias, transgrediendo mis más elementales maneras de actuar cómo y cuando me da a mí la gana. Ahora, cuando la aguja pequeña del reloj ha dado doce vueltas a la esfera que la contiene, aquí estoy yo, preguntándome en silencio lo que estará haciendo Marta. Después de todo, quizá no fuera tan mala idea ésa de desplazarme a las montañas el fin de semana. Así ella se daría cuenta de que también yo tengo un espíritu romántico cuando quiero.

¡Marta! La primera noche que hicimos el amor no me atreví a pronunciar su nombre en voz alta. Nada hay más descorazonador que articular un nombre equivocado, y en una primera noche no existe la práctica necesaria para dejar que el nombre apropiado surja mecánicamente. Sin embargo ella no tuvo reparo alguno en silabear el mío en su espantosa t
otalidad: ¡Domiciano Teobaldo! Desde los jesuitas, nadie se había dirigido a mí en esta forma. En la fiesta, y por aquello de hablar de algo, le había explicado a Marta el origen desgraciado de mi nombre. Todo fue debido al carácter de jugador empedernido que tenía mi padre. En una noche de póker descubierto, en el que mi progenitor se entregaba con vehemencia a los bandazos del azar, además del fajo correspondiente de billetes, a mi padre no se le ocurrió apostarse mejor cosa que el nombre propio de su primogénito. Y como, entre sus muchos defectos, no se encontraba el de faltar a su palabra, ahí estoy yo como resultado de tan noble proceder. Lo que no entiendo es cómo esta mujer pudo emplear con total naturalidad aquellos dos vocablos en tan romántico momento. En fin, con el tiempo he llegado a acostumbrarme a estas cosas de Marta, aunque debo admitir que nuestra primera noche de pasión estuvo a punto de naufragar cuando, entre gemido y gemido, ella susurró mi estentóreo nombre.

Es curioso pero, a pesar de mis muchas ocupaciones, no consigo desligarme de ese sentimiento misterioso que me une a una mujer cuya piel posee la característica de transmitir corrientes eléctricas a las partes más recónditas de mi cuerpo. Hasta ahora creo que he experimentado todo tipo de emociones con las mujeres que han ido apareciendo por mi vida. Desde la pasión arrolladora, hasta el más puro y duro sexo, pasando por situaciones de ternura, cariño y lo que he llegado a considerar como verdadero amor.

La relación con Marta empezó como respuesta a un momento de necesidad y como producto de una cierta admiración. Lo que más me gustó de ella fue su escasa disposición a agradar si en realidad no compartía lo que en la reunión se podía estar discutiendo. Se notaba a primera vista que no era mujer que necesitara bailarle el agua a nadie para salir adelante; cosa que parecía ir consiguiendo, de forma muy adecuada. Cuando uno se halla a medio camino entre la cuarentena y la cincuentena, resulta altamente gratificante ser el objeto de deseo de una veinteañera, a ser posible con buenos elementos esculturales; pero, para hacer honor a la verdad, el encuentro con una persona del sexo contrario, que comparta en su memoria las mismas décadas pasadas, tiene también su aliciente.

Por otra parte, y quizá debido a esa escasa estatura que la acompaña, es una mujer físicamente más joven de lo que asegura su carnet de identidad. La provocación, que había sido la característica que nos uniera en nuestros dos primeros encuentros, fue la que, de forma totalmente desprovista de premeditación, nos fue empujando a una situación que ninguno de los dos preveímos a tiempo. Tan sorprendente ha sido nuestro extraño acoplamiento, que nunca se nos ha ocurrido planificar una vida propiamente en pareja.

Existen noches en las que la única compañía de mi propia respiración es más que suficiente para hacerme un ser razonablemente feliz. Sin embargo, no puedo olvidar esas otras en las que una nostalgia de no se sabe qué, pero que bien pudiera tratarse de elemental cariño, se agarra con fuerza a ese rincón secreto del corazón que ningún científico ha conseguido desentrañar. Y, desgraciadamente para mí, ésta es una de esas noches que parecen no tener fin.

Sería bonito que allá lejos, en los Pirineos, alguien experimentara mis mismos sentimientos; pero me temo que, en la vorágine que representa la realización de una película, hay tiempo para todo, y que, precisamente ahora, el objeto de mi pensamiento se halla mucho más lejos de lo que yo podría imaginar.

* Escultura de Camille Claudel

CONTINUARÁ...


sábado, 18 de julio de 2009

UNO MÁS UNO - (Parte 6 de 10)

Marta


Durante el desarrollo de un rodaje, la noche puede traer cuatro estados diferentes de ánimo: uno es el que le lleva a uno a vivir una noche desatada de lo que suele calificarse como locura y desenfreno. Por otra parte tenemos la noche llena del cansancio acumulado durante todo el día, y que no nos permite ni siquiera acordarnos de nuestros más escondidos problemas personales. También está la dedicada al trabajo, que, con más asiduidad de la debida, acude puntual a la cita. Por último nos encontramos con la noche nostálgica. Ésta puede experimentarse fundamentalmente en soledad o bien en compañía. La nostalgia de esta noche ha venido acompañada de uno de los actores más pesados que conozco en el tiempo que llevo dedicándome a esta profesión.

Cuando el buen humor le acompaña, y el whisky se halla lejos, Sergio Estévez es una persona muy sobrellevable. Aun diría más; incluso resulta encantador. Como muchos miembros de su gremio, Sergio encierra un sin fin de anécdotas que pueden animar la conversación más decaída. Desgraciadamente esta noche el whisky parece haber superado aquello de la ley seca, y favorece un no se qué de tristeza en el temperamento de Sergio. Esto confirma mi idea de que la única bebida que debe permitirse en los rodajes es la sana y alegre sangría, con la suficiente canela para despertar sentimientos profundos, pero sin llegar nunca al exceso del adormecimiento. ¡Sólo me faltaba esto! La llamada de esta mañana al cretino de Teo tiene que completarse con los desahogos sentimentales de este pesado. Lo que no entiendo es cómo podemos llegar a estos extremos de intimidad en el desarrollo de nuestro trabajo, especialmente cuando nos encontramos a algunos kilómetros de distancia de nuestros hogares.

Aquí y a estas horas de la noche, cualquier pudor está de más, y como si de un confesor se tratase, acerco mi pabellón auditivo para no perderme nada de lo que Sergio desee contar. O mucho me equivoco o esta noche terminará su larga perorata con una exteriorización de su necesidad de cariño, pero, aunque yo también la experimento, no estoy tan desesperada como para caer en los brazos de un hombre del talante de Sergio Estévez.

Si me atengo al elemento físico, he de admitir que el chico no está mal, aunque me temo que con tanto abuso de rayos UVA y viajes a Cancún, su piel se va a deteriorar en un muy corto espacio de tiempo. Bien pensado, la diferencia entre su piel y la de un labriego no es tanta.

Además del factor físico, no puedo olvidarme del espiritual y/o intelectual. En cuanto a este punto, si consiguiera vencer la necesidad de expresarme también yo alguna que otra vez, pudiera ocurrir que nuestros encuentros resultaran tolerables. Pero no me hago demasiadas ilusiones; las relaciones que me han mantenido al lado de actores no dejan demasiado espacio a la esperanza. La prueba la tengo esta noche. Cada vez que el plasta de Sergio me dirige una pregunta, con la mirada perdida dentro de un vaso de whisky al que hace tiempo se le ha licuado el hielo que conseguía mantenerlo fresco, yo, ingenuamente, me dispongo a contestar. Por supuesto, ni que decir tiene que Sergio se sorprende ante mi intención de ofrecerle una respuesta, e interrumpe repentinamente mi discurso. Sin duda son los efectos de haber interpretado demasiadas veces el papel de Hamlet, con sus constantes monólogos, lo que ha hecho olvidar a Sergio el intercambio necesario en toda conversación que se precie; diálogo versus monólogo.

Sergio se siente solo. Divorciado una vez, y separado dos, no consigue acostumbrarse a una habitación con su sola presencia. Por otra parte, la actriz con la que hace pareja en la ficción no está del todo mal y, además, el hecho de que compartan la misma profesión es un punto a favor de una posible relación. Cuando intento recordarle que tanto su exmujer, así como sus excompañeras también compartían su labor, Sergio me interrumpe alegando que yo no entiendo lo que él quiere decir. El problema surge del extraño hecho, que no por infrecuente deja de darse, de que la tal actriz, comparte en el momento actual un romance muy sonado en toda la prensa del país. Y claro, para colmo, esta noche, el galán que ha robado el corazón de la chica se lo debe estar acariciando en la oscuridad de una habitación del hotel. Y ésa es la razón por la que Sergio está aquí, a mi lado, bebiendo whisky tras whisky, y perorando todo el tiempo sobre lo complicado del amor.


Ya he hecho varios intentos de dar por zanjada nuestra reunión, pero, ni por más bostezos que lanzo, bostezos ostensibles, faltos de todo recato, mi acompañante de esta noche se da por aludido. Para él soy una simple espectadora que, en todo caso, realza sus pensamientos. Mañana, por la mañana, los dos nos sumergiremos en los secretos de nuestras respectivas profesiones, y nos saludaremos con la camaradería que nos da el oficio; pero, probablemente, ni una sonrisa cómplice trascenderá de esta reunión que mantenemos en uno de los rincones más oscuros del mortecino bar.

* Obra de Toulouse-Lautrec

CONTINUARÁ...


sábado, 11 de julio de 2009

UNO MÁS UNO - (Parte 5 de 10)

Teo

Mientras preparaba mi acostumbrado chocolate, de repente me he sorprendido riéndome en alta voz. Menos mal que mis vecinos ya están acostumbrados a mis salidas de tono y ya no me preocupa en absoluto lo que puedan pensar. La razón de mi carcajada es el recuerdo que ha acudido a mi mente, precisamente en el instante en que desleía, con sumo cuidado, la cucharada de chocolate en la leche, pues, por mucho que digan que es instantáneo, yo no he conseguido hacer desaparecer de mi taza algún que otro grumo traicionero.

Han pasado ya bastantes meses desde nuestro primer encuentro. Aquella tarde, la tensión del trabajo me había llevado al límite de mis nervios, y, para rematar, un enorme atasco en la Castellana. De verdad que envidiaba la tranquilidad del automovilista que me precedía, quien, ni corto ni perezoso, aprovechó la obligada parada para adentrarse en los misterios del periódico que todavía no había tenido tiempo de leer.

Si el día no había estado lo suficientemente repleto de desagradables acontecimientos, la llegada a mi casa todavía me deparaba una nueva, y no precisamente agradable, sorpresa. Curiosamente, la zona se encontraba desierta de coches; algo bastante inusual. Por supuesto, después de un día tan aciago, agradecí la suerte de encontrar con tanta facilidad un aparcamiento. Pero, en el instante en que las ruedas de mi coche se doblaban para acoplarse al bordillo de la acera, una mujer, con rostro iracundo, me ordenó, sí, sí, me ordenó, no me pidió ni suplicó, sino que impuso a bocajarro su tajante pretensión de que me alejara de allí.


Por supuesto yo estaba dispuesto a presentar batalla. Aquella mujer no tenía ningún derecho a obligarme a retirar mi vehículo de un lugar tan cercano a mi domicilio. Además, para eso pagaba mis tasas al Ayuntamiento, y para eso tenía mi tarjeta de residente que me autorizaba a aparcar en la zona.

La discusión que siguió al primer encuentro con la mujer fue un poco subida de tono. Yo no estaba dispuesto a ceder, y ella parecía que tampoco. Al cabo de unos momentos de gritos sucesivos, apareció mi esperanza en traje azul. Un municipal venía a rescatarme. Al menos eso es lo que creí yo, pero resultó que, para chasco mío, se puso del lado de la furibunda mujer. Se trataba, me dijo, del rodaje de una película; estaban pagados los permisos necesarios y yo tenía que desalojar la zona.

¡Aquello era intolerable! ¿Qué pasaba con los impuestos? ¿Para qué los pagaba? ¿Para que cualquier mequetrefe del cinematógrafo me empujara de allí? ¡Se trataba de mi barrio! Protesté y protesté, pero, al final, hube de ceder. A regañadientes, por supuesto, pero me marché.


Cuando giraba el volante para hacer salir a mi destartalado coche de una tan buena zona de aparcamiento, aquella descarada me indicó el título de la película y me sugirió que fuera a verla cuando se estrenara; quizá entonces podría apreciar mi contribución al arte. La fulminé con la mirada, pero, desgraciadamente, ningún rayo procedente de mis pupilas pudo exterminarla.
Y llegó el día del estreno.

Aun a pesar de mi excelente memoria, cuando Juanjo me invitó a esa premier, no relacioné el incidente de hacía algún tiempo con aquella película. Pero allí estaba ella. Su rostro me resultó familiar, aunque el maquillaje que lo alteraba marcaba distancias entre esta mujer y la que me gritara en el aparcamiento. De repente se hizo l
a luz en mi mente. Si cuando yo digo que tengo buena memoria, por algo será.

Cuando la vi fue después de tener la oportunidad de aburrirme con la proyección, y las primeras palabras que le dirigí fueron: “Pues, después de todo, no creo que mereciera la pena.” Por supuesto la pillé totalmente por sorpresa, y creo que aquella fue una de esas escasísimas veces en que la
susodicha no supo qué responder. Decidí aclararle la situación; la ignorancia ajena es algo que me puede, y siempre intento cotrarrestarla. A partir de aquel momento nos hicimos algo así como amigos.

Marta es de esas mujeres que tienen algo. Sus ojos son demasiado pequeños, pero con unas chispitas que consiguen derretirte. En lo que se refiere a su nariz, es una de ésas cuyo fin debería ser la mesa del quirófano, pero ella parece no estar por la labor. Su boca probablemente es demasiado gruesa, sin embargo, debo admitir que, cuando la beso, sus labios consiguen procurarme un abrigo especialmente cálido. Su tamaño podría considerarse casi el mini; claro que, no tengo que forzar demasiado mi cintura al ponerme a su lado. En conjunto, Marta tiene algo que, si

no puede ser considerado como belleza, podría muy bien ser definido como “magia”.

CONTINUARÁ...

sábado, 4 de julio de 2009

UNO MÁS UNO - (Parte 4 de 10)

Marta


Está visto que nunca aprenderé. Todavía sigo creyendo que el hombre que esporádicamente, o no tan esporádicamente, comparte mi cama, está dispuesto a acudir a mi llamada cuando más lo necesito. ¡Qué ingenuidad! El hecho de que yo desee su compañía no presupone, en absoluto, que el sentimiento deba ser recíproco.

Decididamente, Teo no ha estado cariñoso esta mañana. Pero, ¿cuándo lo está? En nuestra ausencia de contrato no existe ninguna cláusula que obligue a manifestar cariño; lo cual, también hay que tenerlo en cuenta, no significa que éste no exista.


Teóricamente, había llegado a un acuerdo conmigo misma. El amor en mí sería algo tangencial. Por supuesto se adentraría en mi vida siempre que se dieran circunstancias favorables, pero sin excesivas implicaciones. Claro que eso es pura teoría. Cuando aparece el macho ibérico (o de cualquier lugar, que yo en este campo -ni en otros- no soy xenófoba), las cosas cambian radicalmente.

¿Qué puedo concluir de mi relación con Teo? Tiene las comodidades de la independencia. Ninguno de los dos nos hemos planteado compartir piso, por ejemplo. Cada uno se mantiene en su propia esfera laboral, sin invadir la del otro. Cuando alguno de los dos no está precisamente de humor, inventamos excusas que nos mantengan alejados para que el disgusto de uno no interfiera en el estado anímico del otro. Eso sí, cuando disponemos de tiempo libre, tiempo que queremos compartir, entonces resulta glorioso. En la intimidad Teo se transforma, y yo abandono el cinismo que llevo como bandera para sortear los problemas que se cruzan en mi vida.

Con lo que yo no había contado es con esos momentos de nostalgia que arrecian de repente y sin saberse muy bien por qué.

No ha sido una buena idea llamar a Teo. Espero que esta tibia ducha consiga arrastrar la decepción que se ha pegado a mi cuerpo. Quizá la necesidad de Teo fuera producto de un día tan atípico como el de hoy, en el que la actividad no está siendo la nota sobresaliente. Todos estamos un poco cansados, y lo de ayer ha hecho demasiada mella en el equipo. El día libre que nos hemos tomado puede que consiga relajar los ánimos. Estoy segura de que así será. Mañana volveremos al rodaje como si tal cosa, con los mismos nervios de siempre y, por qué no decirlo, con la misma ilusión.

Evidentemente, Teo no tiene por qué compartir mi estado de ánimo. Pero ¿por qué será que un argumento tan racional no consigue consolarme?


CONTINUARÁ...