sábado, 15 de agosto de 2009

UNO MÁS UNO - (Parte 10 y última)

Marta

Las despedidas siempre tienen algo de triste, aun cuando deseemos desaparecer del lugar en el que nos encontramos. Después de tantos días juntos, de tantas discusiones, nervios en tensión, momentos divertidos, tenemos que decirnos adiós. Muchos de nosotros volveremos a vernos, pero, aunque lo intentemos, los momentos son irrepetibles, y nuestra experiencia pirinaica no podrá doblarse. ¿Será posible que llegue, incluso, a echar de menos, alguna vez, al plomo de Sergio Estévez? Desde luego, sí que somos complicados los humanos.

Debido al trabajo que realizo en este rodaje, yo no soy precisamente una de las primeras en preparar mis bártulos y largarme, sino que, muy al contrario, saboreo la despedida en su totalidad. Al principio los adioses suenan ruidosos, con el transcurso del tiempo éstos se hacen cada vez más suaves y esporádicos, hasta que, de repente, casi puede decirse que estoy sola, si no fuera por la escasa compañía de los que, como yo, deben esperar al último tren.

Es curioso, como jefe de producción, soy una especie de alfa y omega; soy la primera en aparecer, y la última en abandonar la escena, incluso cuando el público ya se ha ido. Y lo del público no es ningún tipo de metáfora. Desde los primeros momentos de nuestra llegada, los ojos llenos de curiosidad de los lugareños no han dejado de perseguirnos fuéramos a donde fuéramos. Por supuesto, estas gentes que nos asediaban no siempre lo hacían con la mejor de las intenciones; algunas veces ese extraño regustillo que deja el hecho de ejercer desprecio era muy saboreado por algún ser no del todo exento de vileza. En fin, todo da color a la fiesta.

Nueva tanda de kilómetros. La entrada en Madrid tendrá, como todo en mi vida, un cierto tinte de alegría y otro de tristeza. ¿Cómo puede ser esto? Puede que sean los gajes de la vida, o puede simplemente que se trate de un fruto de mi extraña personalidad. Una vez en casa me plantearé la ausencia de Teo. ¿Por qué no acudió a mi llamada?

© María Fernanda Buhigas Patiño


sábado, 8 de agosto de 2009

UNO MÁS UNO - (Parte 9 de 10)

Teo

Casi todo el mundo me pregunta lo mismo. ¿Cómo es posible que un editor no haya publicado su propio libro? Y eso mismo me preguntó yo más veces de las aconsejables. Pero así es. Y así lo asumo.

Hace cuatro años me sentía tan frustrado como escritor, que me retiré al paisaje que me brindaba el Monasterio de Piedra, y allí, entre aguas manifestadas en diversas maneras, fui dando forma a mis pensamientos. Cuando me retiraba a mi celda monacal, me gustaba inspirarme a la luz de una vela. Debo admitir que el olor que desprendía la mecha no favorecía excesivamente la creación, pero se me metió entre ceja y ceja de mi lado espiritual que la trémula luz de la llama podía dar un cierto ambiente a mi pensamiento.

Intenté ponerme a escribir con la ayuda de una coqueta estilográfica, pero, a la hora de hacerlo, mi mano se mostraba mucho más cansada que mi inspiración y hube de dejarlo. Al día siguiente pedí que me enviaran mi ordenador portátil, pues veía que mi aventura literaria peligraba seriamente.

Una vez que el artilugio que últimamente más veces me ha acompañado llegara el hotel, decidí que lo de la vela podía seguir funcionando. Así, cuando la luna decidió decorar el cielo que podía ver a través de la ventana, me puse a la tarea. La fría luz proyectada por mi ordenador y la de tonos rojizos que lanzaba la vela resultaban algo demasiado anacrónico para que pudiera durar, sin embargo, me propuse que ambas emprendieran el camino de la amistad, y, a la vista de lo escrito, creo honradamente que lo conseguí.

Es verdad que escribí. Sin embargo, no publiqué. Bastante tengo con correr el riesgo de los demás como para someterme yo a semejantes rigores. El hecho de publicar mis propias obras no sé yo si restaría cierta credibilidad a mi propia editorial; y lo de publicar en casas ajenas no acabo de verlo con buenos ojos. Bueno, el tiempo terminará obligándome a tomar una decisión; pero, por el momento, me conformo con hacer partícipes de mis pensamientos a mis más incondicionales amigos.

Me costó mucho enseñar algo a Marta. El que Marta leyera mis escritos suponía para mí mucho más que un desnudo integral; sin embargo, aquella obscenidad, a la vez que me repelía, me atraía irresistiblemente. El problema es que para Marta la literatura es una pantalla sobre la que se proyectan palabras, a veces de una longitud extrema. Aquello nos llevó a una de nuestras primeras discusiones.

Yo esperaba ver en el rostro de mi amada los efectos de la admiración, pero nada de eso asomaba por su fisonomía. Al contrario. Según ella mis ideas eran buenas pero podían ser expresadas en muchas menos líneas de las que me había decidido a utilizar. Soltó el consabido lo bueno, si breve, dos veces bueno, o algo así, y por mucho que yo le hablé de los espasmos de placer que me producía la ilación de sucesivas palabras, ella no cambió de idea.

Lo que más me enfadó de aquello fue descubrir que su libro de cabecera durante aquel tiempo era Guerra y Paz. ¿A qué venía entonces hablarme de concisión?

Francamente, nunca imaginé que nuestro primer encontronazo (si exceptuamos aquél que nos unió) viniera de mano de la literatura, lo que me confirma en mi idea de que la vida es totalmente imprevisible.

Aunque no quise admitirlo entonces, ni siquiera en la intimidad, mi orgullo se encontraba demasiado herido, y, durante la semana que siguió a su despiadada crítica literaria, apenas tuve tiempo para encontrarme con ella. Luego fue lo del estreno de la película dirigida por un amigo suyo de muchos años atrás. Aquello zanjó la cuestión al permitirme disfrutar con el sabor de la venganza. La crítica destructiva que hice de semejante bodrio, por mucho que ella admirara a su amigo, nos dejó en tablas.

A pesar de que no siempre resulte halagador para mi ego el hecho de que Marta no mitifique mis ideas, he de admitir que me gusta. Añade verdad a nuestra relación, y eso es mucho. Marta y yo somos distintos, eso es evidente desde cualquier ángulo que se quiera enfocar, pero, a la vez, creo que nos complementamos de forma magistral. Y.., ahora que lo pienso, después de todo ¿qué habría de malo en coger el coche y acercarme a los recónditos parajes donde ella se encuentra?

CONTINUARÁ ...


* La foto corresponde al Monasterio de Piedra.



sábado, 1 de agosto de 2009

UNO MÁS UNO - (Parte 8 de 10)

Marta


Está visto que a los hombres no se les puede desentrañar ningún secreto que ataña a nuestros sentimientos. Parecen el espíritu de la eterna contradicción: cuanto más los quieres, más indiferencia les causas; cuanto más les hieres, más y más buscan el castigo. ¿Por qué he tenido que decirle que lo necesito?

Durante muchos años he podido manejarme por la vida sin que él estuviera acompañando mis pasos; ¿a qué viene ahora eso de descansar en él? Mi fracaso matrimonial podía haberme enseñado algo en la vida. Claro que cuando lo nuestro se acabó, consideré que
mi ex era una de aquellas excepciones que había tenido la desgracia de encontrar. Lo terrible es que parece que la verdadera excepción todavía no me ha sido presentada.

Creo que si un hombre me dijera que me echaba de menos, me derretiría como la margarina que conservo en mi defectuoso e insuficiente refrigerador. Claro que habría que matizar. No todo varón podría rasgar mi frágil fibra sensible, ni mucho menos. De cualquier modo siempre queda aquello del propio orgullo, pero...

Lo cierto es que Teo ha debido considerar preferible una taza de café perdida entre los innumerables libros que siempre le rodean, al encuentro con mi cuerpo; porque si éste no consigue ser buen reclamo ¡para qué hablar de mi espíritu¡

Y para colmo el pesado de Sergio. Ahí está, completamente olvidado de la tabarra que me ha dado durante casi toda la noche, dejándose los ojos en el maldito guión que no consigue aprenderse. Digo yo que si algo debe tener un actor es buena memoria, pero parece que tal característica no es propia de Sergio Estévez. Me temo que el rodaje de hoy se va a alargar más de lo debido, y todo por culpa, entre otras cosas, de la manía que le ha entrado al nuevo cine español de recoger el sonido en directo. Para hacer semejante cosa hay que contar con actores que de verdad lo sean; pero, claro, ése es un tema del que no se puede hablar.

El cine, sujeto pasivo y activo de mi vida. Cualquier acontecimiento de mi existencia se ve directamente relacionado con él. Al fin y al cabo él llenó de sueños mi imaginación infantil; y, con lo que mostraba, pude sentirme identificada en múltiples situaciones de mi vida. Creí que, una vez que me dedicara de forma profesional al mundo del cinematógrafo, la magia que ejerce en sus espectadores se evaporaría en mí, pero, sin embargo, no ha sido así. Aunque haya tenido a mi lado, en la sala improvisada de maquillaje de cualquier hotel de cualquier geografía, al mismísimo Christopher Lee transformándose en el sanguinario Drácula, una vez en la oscuridad de cualquier sala de barrio, el vampiro logra imponerse a la realidad, consiguiendo mi estremecimiento.

El cine y yo. Yo y el cine. A veces resulta difícil establecer una división entre estos dos entes, y resulta mucho más difícil el que los que se encuentran fuera del tándem que formamos los dos lo entiendan; pero no puedo olvidar que el invento de los hermanos Lumière ha sido trascendental para mí. ¡Buenos chicos aquellos Lumière! Probablemente sea el mismo cine que me da vida el que esté actuando en estos momentos en mi contra. Por una parte, su realización me mantiene alejada del hombre con el que más deseo estar. Por otra, quién sabe si el tal Teo no estará arruinándose la vista ante un defectuoso vídeo de amor...

CONTINUARÁ...

* Obra de PICASSO