viernes, 21 de enero de 2011

Inteligencia, Desarrollo y Aprendizaje - 4



Una vez de v
uelta a la sociedad que les pertenece por nacimiento, hay quienes intentan por todos los medios que estos niños salvajes puedan alcanzar el mayor desarrollo intelectual posible. Itard, por ejemplo, nos habla de la evolución experimentada por su alumno y de cómo esta progresión contradecía la pesimista opinión de Pinel.

En el caso del aprendizaje de Víctor, Gérando supo ver dónde estaba el problema cuando escribe: “Unos, al haber intentado sin éxito sus métodos educativos supusieron que era incapaz de ser educado, en vez de sospechar la insuficiencia de estos métodos que en otros casos diferentes habían tenido éxito” (Lane, Harlan: El niño salvaje del Aveyron, Alianza Editorial, Madrid, 1984). Ya hablábamos antes de la dificultad a la hora de hallar los métodos más idóneos para esta dura labor. En educación, como en muchas otras cosas, no se ha dicho aún la última palabra y día a día surgen nuevas metodologías que intentan facilitar el aprendizaje; no podemos pretender que el método seleccionado sea el más afortunado hasta que podamos comprobar sus resultados.

El aprendizaje, por tanto, resulta una tarea difícil para todos. Si a medida que vamos cumpliendo años nos resulta más complicado dar entrada a nuevos conocimientos, imaginemos lo que tiene que ser para un niño que nunca ha desarrollado determinadas habilidades y al que se le obliga a hacerlo ahora en breve tiempo y sin motivaciones suficientes (no olvidemos que para que el aprendizaje sea más rápido y efectivo debe responder a un deseo y a la satisfacción de una necesidad).

Una forma de aprender que suele dar excelentes resultados consiste en la utilización de un recurso como la imitación. Una vez realizados los primeros escarceos imitativos es cuando cada ser humano hace propio aquello que empezó imitando y, a partir de aquello que ha aprendido, consigue avanzar aún más y llegar a la invención. Pues bien, hubo quien denostó la capacidad imitativa del niño del Aveyron, considerando que se trataba de un mero mimetismo automático que no demostraba en nada las capacidades intelectuales del muchacho. Pero ¿no es precisamente ese mimetismo uno de nuestros principios para la socialización? Que en la imitación se halla una de las bases del aprendizaje es algo que nadie puede poner en duda. Ahora bien, imitar una acción no implica necesariamente hacerla de manera brillante ni tan siquiera perfecta, pues no podemos confundir la capacidad para el aprendizaje con la habilidad para llevar a cabo lo aprendido. Pinel, que tan comprensivo se mostró con los deficientes mentales de su sociedad, se dolía de la falta de habilidad que mostraba Víctor a la hora de utilizar un cuchillo por ejemplo. ¿Por qué le extrañaba tanto? Al fin y al cabo no parece que fuera un utensilio que hubiera sido cotidiano en su habitat. Son muchas las personas que no son precisamente un portento de destreza a la hora de utilizar la cubertería. Y es que una cosa es la teoría y otra la práctica, no lo olvidemos.

Al confundir la inteligencia con la habilidad Pinel parece conceder muy poca importancia a hechos que Itard sí hubiera valorado. Por ejemplo, Pinel se sorprende ante lo que considera una incompetencia de Víctor y dice: “Cuando se encuentra encerrado en una habitación con otras personas, se acuerda perfectamente de que hay que girar la llave de la cerradura en un sentido para abrir la puerta; pero, desde que lo observo, hace varios meses, no ha llegado todavía a saber realizar el ligero movimiento de rotación de la llave, y extrañado de la gran dificultad de esta acción, lleva a una persona hacia la puerta para facilitarle su salida” (Lane, Harlan: El niño salvaje del Aveyron, Alianza Editorial, Madrid, 1984). Bien, de este párrafo podemos entresacar varias ideas.

Por una parte, Pinel demuestra la existencia de algo que se le negaba al muchacho: su memoria. Pinel nos dice claramente que el niño se acuerda perfectamente de que hay que girar la llave, lo que no sabe es realizar la acción, pero sí que conoce un mecanismo alternativo, pedir ayuda, lo que demuestra su inteligencia. Pero no sólo demuestra que posee inteligencia y memoria, sino que además aprende de las nuevas situaciones que se le presentan.

Para aprender algo tenemos que desarrollar entre otras cosas nuestra memoria, y ya vimos al principio de este apartado que eso es algo que también se niega a veces a estos niños. Cuando Itard pide a su alumno diversos objetos que va escribiendo o dibujando en una pizarra y cuyos referentes se encuentran en otra habitación, Víctor utiliza un recurso ingenioso para no olvidarlos por el camino, y que consiste en salir corriendo como una bala para impedir que se borre de su mente la enumeración de tantos objetos. Como siempre ahí están los pesimistas para hablarnos nuevamente del escaso valor de su memoria que tan poco alcance parecía tener; sin embargo, yo les diría a quienes hacen esta crítica, ¿qué sucede con nuestras listas de la compra?; ¿para qué las utilizamos? O que se lo pregunten a los estudiantes que cinco minutos antes del examen andan como locos repasando ideas que olvidarán cinco minutos después de haber realizado la prueba, si es que no las han olvidado antes.

Por supuesto que tienen inteligencia, que se desarrollan y que pueden aprender. Ahora lo que falta es que quienes pueden ayudar en la evolución de estos seres desafortunados no se desmoralicen ante la lentitud de los procesos.


martes, 4 de enero de 2011

Inteligencia, Desarrollo y Aprendizaje - 3

En cuanto al desarrollo físico existen contradicciones. Normalmente se dice que estos niños muestran un desarrollo escaso y que, tras su vuelta a la sociedad, crecen rápidamente. Sin embargo habría que matizar. Según se nos cuenta, Genie parecía menor de lo que en realidad era; pero pronto fue desarrollándose de manera adecuada. En su caso no es de extrañar si tenemos en cuenta que vivía confinada en una habitación donde apenas podía ejercitarse ya que estaba la mayor parte del tiempo sujeta a su sillita-orinal. En cuanto a Víctor, Virey nos informa de que “su estatura es bastante grande, y su nuevo género de vida le ha hecho crecer rápidamente varias pulgadas”. La acción inmediata sería averiguar si ha crecido gracias a su nuevo género de vida o debido al desarrollo natural de su edad. Aunque probablemente tengan limitaciones en su crecimiento que pueden ser subsanadas con la aplicación de una determinada alimentación, ejercicio adecuado y una vida menos problemática, no podemos descartar sin más el mecanismo de la propia naturaleza. Por supuesto gracias al mayor espectro de posibilidades que ofrece un nivel cultural más elevado, la persona debería desarrollarse mejor, qué duda cabe, el problema por tanto estaría en la obtención de lo necesario se encuentre donde se encuentre.

Con respecto al desarrollo intelectual, ya hemos visto cómo normalmente se parte de la consideración de que estas personas eran ya retardadas antes de producirse su anormal situación, algo que explicaría precisamente el origen de su abandono. Frente a quienes opinan así están los que consideran que el retraso intelectual que sufren no es más que el fruto de una falta de contacto social; ya sabemos que la sociedad es un factor decisivo en el desarrollo humano. Pero ya sea una u otra la postura inicial, la cuestión es si estos niños podrán desarrollar su mente o si tendrán que resignarse a vivir toda su vida en un estado de deficiencia.

Claro que consiguen un desarrollo intelectual pero, desafortunadamente, ese desarrollo no siempre satisface a los encargados de financiar la integración de estos niños en la sociedad. Son muchos los que parecen no darse cuenta de que ellos no pueden saltarse unas etapas que todos hemos precisado en nuestra educación. Si nosotros contamos con un largo periodo de entrenamiento, es muy lógico pensar que los niños salvajes lo necesitarán también, incluso más que el invertido por nosotros ya que tienen que desbaratar las estructuras en las que ya se movían y cambiarlas por otras nuevas, una tarea sospecho que nada fácil.

El tiempo, ese factor tan reñido con una visión económica de la enseñanza. Susan Curtiss señaló que el desarrollo del coeficiente mental de Genie, que en 1971 era de 38, conseguía ser de 53 un año más tarde, de 65 en 1974 y en 1977 de 74. El desarrollo por tanto resultó innegable; ahora bien, ¿pueden subsanarse totalmente los efectos destructivos del aislamiento? Creo que difícilmente, y eso es algo que debemos tener siempre presente; mejorar, sí, superarlos en la totalidad, lo veo más difícil, aunque nunca imposible. Y es que si algo nos demuestra la historia es que las sorpresas o los milagros también suceden.


lunes, 27 de diciembre de 2010

Inteligencia, Desarrollo y Aprendizaje - 2

Por lo que respecta a la capacidad de recordar, los llamados niños salvajes también la tienen; lo que ocurre es que no cuentan con un instrumento como el lenguaje que les permita contarnos sus remembranzas. Tanto Genie como Memmie Le Blanc o Kaspar Hauser, por citar sólo a algunos, pudieron relatar acontecimientos de su pasado, una vez que supieron cómo hacerlo. Y Jean Marc Itard también habla de la alegría que mostraba Víctor cuando se le llevaba al campo; ¿no es eso suficiente prueba de que guardaba recuerdos sobre su vida anterior?

Pero Itard va más allá en sus conclusiones y nos dice que “en algunas ocasiones Víctor se ceñía a una actividad que sugería más bien la expresión sosegada del recuerdo y de la melancolía. Osada conjetura, harto opuesta, sin duda, a la opinión corriente de los metafísicos, pero a la que ningún atento observador habría podido sustraerse en determinadas circunstancias” (1).
Bonnaterre sigue diciendo sobre Víctor que su “estado de imbecilidad se manifiesta en sus miradas, que no las fija en ningún objeto; en los sonidos de su voz, que son discordantes, inarticulados, y los emite día y noche; en su marcha, pues va siempre al trote o al galope; en sus acciones que no tienen objetivos y carecen de determinación” (2). Sin embargo a mí me parece que Bonnaterre confunde lo que es una deficiencia mental con una falta de instrucción. ¿Cómo podía utilizar la vista, el oído, la voz o la forma de caminar de la manera que lo hacemos nosotros si nunca lo había visto antes de manera natural? Me pregunto si algún ser extraterrestre que registrara nuestros brincos en una discoteca no se cuestionaría sobre una posible anomalía mental de los terrícolas.

Gérando, en el año 1848, diferenciaba entre los deficientes físicos cuya causa es orgánica y aquellos otros de tipo “moral” (psicológico diríamos hoy) cuyo origen se encuentra en aspectos sociales como por ejemplo el estado de aislamiento al que son sometidos determinados individuos. Dice Gérando que con Víctor se hicieron “uso de todas las observaciones que demuestran la influencia de la sociedad sobre el desarrollo de las facultades humanas y los razonamientos que prueban la estrecha relación de nuestras ideas con nuestras necesidades” (3).

Así, teniendo en cuenta esta importancia otorgada a la sociedad, se dejó para más adelante un juicio sobre sus capacidades mentales en tanto no se hubieran utilizado con él medidas educativas especiales. Todo eso estaría muy bien si no fuera que, desgraciadamente, una vez aplicadas esas medidas se siguió concluyendo lo mismo, que el muchacho no era normal.

El problema sin embargo seguía sin aclararse porque ¿se habían utilizado las medidas más adecuadas? ¿Quién puede estar seguro de ello? En este sentido Itard se muestra mucho más humilde que muchos de sus colegas de entonces y de ahora; admite que los fallos se debieron más al maestro que al alumno por no conseguir dar con el método más adecuado. Y eso es algo muy lógico también; se trata de una situación totalmente desconocida para nosotros, y por tanto, aunque se pongan las mejores de las intenciones, uno nunca puede estar seguro de estar empleando los mejores métodos ya que resulta imposible sustraerse a las propias técnicas de aprendizaje y situarse en un contexto completamente distinto.

Para desarrollar la inteligencia de Víctor, Itard tuvo muy en cuenta métodos relacionados directamente con las ideas de Condillac y de Locke; es decir, pretendió el desarrollo de sus sentidos ya que estos autores consideraban que es por ellos por donde penetra el conocimiento. Según cuenta Gérando, había que conseguir fijar la atención del niño y para ello la única forma era “interesarle en sus necesidades”. Creo que Gérando vio muy acertadamente que la falta de atención de Víctor tenía que ver más que con su supuesta falta de inteligencia con una ausencia de interés por las cosas que a nosotros sí parece provocarlo pero que le resultaban totalmente ajenas a él.

Vemos, por tanto, que considerar que estos niños carecen de inteligencia resulta una conclusión altamente exagerada. Indudablemente de lo que carecen es de un sistema de comunicación que nos permita valorarla. Otra cosa es que esa inteligencia no tenga que ser desarrollada; al fin y al cabo ésa es la tarea de todos los seres humanos a lo largo de su vida. Lo que desconocemos es qué niveles de desarrollo es capaz de alcanzar el ser humano. En esto también resultan muy ciertas las palabras de Itard con respecto a Víctor. Dice en su memoria de 1806: “para juzgarlo debidamente no se lo puede comparar sino consigo mismo”.

A partir de su ingreso en la sociedad, estos niños tendrán que aprender nuevos usos de los que hasta entonces venían haciendo. Virey prevé para Víctor un camino largo y difícil cuando escribe: “¡Cuántas lágrimas vas a verter! El camino de tu educación estará regado por tus llantos” (4).

De sobra conocemos todos las dificultades que entraña cualquier aprendizaje que comencemos; con buena lógica podemos pensar que esa dificultad no puede negarse a quienes han sido apartados de nuestras estructuras sociales y regresado a ellas por unos u otros motivos.

La gran pregunta ahora era la siguiente: ¿pueden aprender algo estos niños?; ¿habrán perdido por completo sus facultades para enfrentarse a nuevas enseñanzas? Si cualquier órgano pierde elasticidad ante la falta de uso, es de suponer que también la facultad para aprender puede sufrir una cierta oxidación o anquilosamiento, pero esa situación no tiene que ser permanente sino que puede realizarse un entrenamiento que permita alcanzar el desarrollo.

Por otra parte, como cualquiera de nosotros, estos niños nunca dejaron de aprender, incluso durante el tiempo que duró su aislamiento; lo que ocurría es que su aprendizaje estaba ligado al tipo de vida que llevaban y no al nuestro. No todo estaba perdido con estos niños sino que podían alcanzar un desarrollo tanto físico como intelectual, cosa que demostraron con sus logros que, por desgracia, no consiguieron satisfacer a quienes habían puesto en estos “experimentos” muy altas expectativas.

Notas:
  • (1) Los textos de Itard están entresacados tanto del libro editado por Alianza Editorial con comentarios de Sánchez Ferlosio, como del de Harlan Lane de la misma editorial.
  • (2) Lane, Harlan: El niño salvaje del Aveyron, Alianza Editorial, Madrid, 1984.
  • (3) Ibid.
  • (4) Lane, Harlan: El niño salvaje del Aveyron, Alianza Editorial, Madrid, 1984.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Inteligencia, Desarrollo y Aprendizaje - 1

Ante el encuentro con un “niño salvaje” o con alguien que haya tenido sus facultades sensoriales muy perjudicadas, surge una pregunta que queremos ver satisfecha: ¿Qué pensaban estas personas antes de ser integradas a la sociedad? Eso suponiendo que quien se encuentre con uno de estos niños no sea de los que incluso les nieguen la capacidad de pensamiento.

Harlan Lane, en su libro
El niño salvaje del Aveyron, transcribe la respuesta dada por un sordomudo de Chartres que, según cuenta Condillac, recuperó el oído a los 23 años:

“Llevaba una vida puramente animal, totalmente ocupado por los objetos sensibles y presentes, y con las pocas ideas que recibía mediante la vista. Ni siquiera establecía todas las comparaciones posibles entre estas ideas. No es que, naturalmente, careciera de inteligencia, sino que la inteligencia de un hombre privado de la relación con los otros está tan poco ejercitada y cultivada, que piensa solamente en la medida en que se ve obligado por los objetos exteriores. La mayoría de las ideas de los hombres proceden de su comercio recíproco”.
Según estas palabras más que de falta de pensamiento de lo que estaríamos hablando es de un menor número de necesidades sobre las que pensar. Y en este sentido Itard fue creando en su alumno cada vez un mayor número de necesidades para desarrollar su mente y que ésta estuviera más en consonancia con la de la sociedad en la que Víctor tenía que vivir.

Cuando se nos dice que estos niños actúan de manera animal ya que sólo se mueven de acuerdo a sus necesidades, habría que considerar si nosotros no actuamos también de la misma forma. Yo creo que sí, lo que ocurre es que nuestras necesidades, muy probablemente debido a la socialización, son cada vez mayores; ya hemos visto que incluso nos preguntamos cosas tan complicadas como quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos. Es decir, nuestras necesidades están más ampliadas debido a la evolución y a la transmisión que podemos hacer entre nosotros de nuestros conocimientos.

Gracias a vivir en sociedad, lo que hicieron nuestros ancestros nos ha sido comunicado y podemos ahora no sólo utilizarlo sino avanzar en nuestro desarrollo sin necesidad de dar nuevamente aquellos primeros pasos. Es un hecho que estos “niños salvajes” no han contado con el conocimiento anterior y que tienen que descubrir diariamente aspectos revelados hace mucho tiempo y legados ya por nuestros predecesores, por tanto es muy lógico suponer que por supuesto que utilizan su inteligencia, pero que no cuentan con las ventajas de los que vivimos dentro de una estructura civilizada.

El hecho de que estos niños no puedan comunicarse con nosotros como nos gustaría, no quiere decir que no cuenten con la capacidad de pensar, ni mucho menos que su pensamiento no sea inteligente. ¿Es posible que seres abandonados puedan subsistir en lugares tan inhóspitos para el ser humano si no hubieran utilizado –y bien su inteligencia? Yo creo que no. Por supuesto que la tienen, pero una inteligencia aplicada a la vida que debían llevar y no a la que desarrollamos quienes convivimos en una sociedad como la nuestra.

No niego que puedan existir niños que efectivamente sufrieran algún tipo de deficiencia congénita, pero lo que quiero dejar claro es que, a lo mejor, un caso así podría ser la excepción en vez de la norma; no podemos hacer generalizaciones cuando desconocemos las anteriores circunstancias de estos niños.

Si una persona que ha vivido en condiciones tan difíciles es capaz, al poco de introducirse en su nuevo entorno, no sólo de integrarse plenamente en esa nueva estructura sino de expresarse además como el mejor de nuestros universitarios, no debe quedarnos ninguna duda de que estamos hablando de un ser excepcional. Pero no nos engañemos, tanto entre los niños salvajes como entre los civilizados esa especie es la que menos abunda. La sociedad común y la científica deseaba contar con la existencia de seres superdotados como Helen Keller o como el sordomudo Massieu (contemporáneo de Víctor del Aveyron) que podían contestar a las preguntas más complicadas que les hiciera el auditorio más selecto. Puesto que ni Víctor ni Genie, por poner dos ejemplos, alcanzaron esas altas cotas del saber erudito de nuestra cultura, son muchos los que concluyen que no sólo no eran normales y que como tales necesitaban un gran periodo de adaptación después de tan duras circunstancias, sino que eran deficientes mentales desde el mismísimo momento de su nacimiento. Pero, ¿podemos asegurarlo?

Ya hemos visto que no podemos saber con absoluta certeza si esa deficiencia existía o no antes de que fueran abandonados, pero lo que no puede extrañarnos de ninguna forma es que sufran un retraso con respecto al resto de los individuos criados y educados dentro de una sociedad como la nuestra. Estos niños no han podido desarrollar de manera adecuada y a su debido tiempo las habilidades que a nosotros nos parecen tan normales y que a ellos tienen que resultarles muy ajenas. Serían en todo caso retrasados para nuestra concepción del mundo pero no para la suya.

Por lo que respecta a Genie, Susan Curtiss no comparte la opinión de una deficiencia mental innata, y para justificar su postura aporta los datos obtenidos de diferentes exámenes que se le hicieron para valorar su capacidad mental y que se repitieron varias veces. En estos análisis se vio que esta capacidad aumentaba en la niña año tras año, algo que “no sucede en una persona, niño o adulto, mentalmente retardado”(The Secret of the Wild Child, NOVA, un documental producido por WGBH, Boston, 4 de marzo de 1997.)

Cuando Bonnaterre nos habla de Víctor en su Notice historique sur le sauvage de l’Aveyron, afirma que el niño “no está totalmente desprovisto de inteligencia, de reflexión ni de razonamiento”. Sin embargo, una vez apuntado esto, señala lo siguiente: “en todos los casos en los que no se trata de satisfacer sus necesidades naturales ni su apetito, sólo se ven en él funciones puramente animales: si tiene sensaciones, no logran producir ninguna idea; tampoco posee la facultad de compararlas entre ellas: podríamos decir que no tiene ninguna correspondencia entre su alma y su cuerpo y que no reflexiona sobre nada: por tanto, no tiene discernimiento ni espíritu ni memoria”. (Lane, Harlan: El niño salvaje del Aveyron, Alianza Editorial, Madrid, 1984.)

Y yo me pregunto: ¿cómo puede asegurar Bonnaterre que en el caso de tener sensaciones, éstas no produzcan en el niño ninguna idea?; ¿acaso pudo preguntarle al chaval qué ideas albergaba su mente? Me parece que ésta es una apreciación demasiado aventurada. Incluso se atreve a decir Bonnaterre que no hay correspondencia entre su alma y su cuerpo y que no reflexiona sobre nada; y de esto concluye que no tiene discernimiento y que por supuesto no tiene memoria. Evidentemente no podía discernir sobre aspectos culturales típicos de nuestra civilización; sin embargo, pudo aplicar muy bien su discernimiento para sobrevivir; o es que ¿vamos a dejarlo todo en manos de los instintos? Unos instintos que, al menos por lo que sabemos en el caso de Víctor, no parece que fueran suficientes a la hora de descubrirle los misterios del sexo, algo que creó gran perplejidad en Itard.

Sin embargo, y a pesar de lo dicho anteriormente, Bonnaterre afirma que Víctor había dado “numerosos ejemplos de ingeniosidad y habilidad”. Y eso antes de que fuera socializado.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Quiénes somos los seres humanos - 4


Otro aspecto muy importante a la hora de estudiar a los seres humanos es el de la posesión o no de virtudes innatas; es decir, el aspecto ético del comportamiento.

En este sentido, el obispo Pakenhan-Walsh decía sobre Kamala y Amala que “no había malicia, ni algún miedo, ni hasta donde puedo asegurarlo había signo alguno de orgullo o de celos” (T. M.
Luhrmann, The world of feral children, The Times Literary Supplement 29 January 2002). Y de ahí se concluíaque no existía en ellas una conciencia de pecado, si por pecado se entiende una trasgresión hacia algo que desencadena un mal.

Sin embargo, para realizar esta trasgresión de manera consciente
tiene que existir una conciencia clara de lo que está bien y de lo que está mal, y eso es algo que resulta muy difícil de dilucidar, pues algo que puede ser beneficioso para uno puede convertirse en algo malo para otro. Por tanto, parece que esta conciencia del bien y del mal en sí misma es de difícil descubrimiento si no relacionamos los actos con las consecuencias de los mismos.

Es lógico suponer entonces que en los niños salvajes tendrá que darse un aprendizaje para que su sentido ético y el nuestro coincidan.

Virey considera que Víctor “no es malo ni bueno porque ignora ambas cosas” (Harlan
Lane, El niño salvaje del Aveyron, Alianza Editorial, Madrid, 1984). Sin embargo, continúa diciendo: “No hace nunca ninguna travesura ni mala pasada, como los niños de su edad; su guardián no le ha visto nunca hacer nada parecido”. Es decir, empieza por negar la bondad o maldad de sus actos porque Víctor no teoriza sobre ellos, simplemente actúa; pero Virey parece no tener en cuenta que al actuar Víctor de esta manera con toda probabilidad está siguiendo una conducta ética; Víctor no tenía necesidad de obrar el mal.

Por los comportamientos que pudieron observarse en estos niños se pudo establecer que sentían malestar cuando no obraban adecuadamente y, a medida que iban aprendiendo los usos de la sociedad en la que tenían que vivir, empezaron a reaccionar con respuestas que sus observadores sí podían comprender; eso no quiere decir necesariamente que antes no manifestaran pesar o alegría como resultado de sus actos, sino que sencillamente no lo expresaban de la misma manera que los demás o que no sabían que sus actos pudieran no ajustarse al orden establecido por la nueva sociedad que los acogía.

Si Virey nos decía que no veía malicia en Víctor pues no ejercía ese tipo de crueldades que gustan tanto de hacer casi todos los niños, sin embargo sí le achaca un defecto: el hurto. Dice Virey “muestra una clara inclinación al robo y es muy hábil en el hurto; si come en una mesa pronto le quita a sus vecinos, con gran habilidad y rapidez, todo lo que desea aunque ya lo tenga” (
Harlan Lane, El niño salvaje del Aveyron, Alianza Editorial, Madrid, 1984).

Virey no parece tener en cuenta un mecanismo inherente a todo ser vivo: el instinto de supervivencia. Los “robos” que lleva a cabo Víctor no obedecen más que a la satisfacción de ese instinto, mucho más acendrado en quien no conoce qué encontrará al día siguiente para comer.

En todo caso, más que de una falta de virtud en Víctor, sería preferible hablar de falta de habilidades sociales, pero ¿no hacemos todos lo mismo aunque se nos note menos? Tanto Genie como Víctor manifestaban una tendencia a almacenar cosas, en Genie resulta curioso su afán por los productos líquidos. Éste es un dato que nos demuestra además un sentido previsor por parte de estos niños, lo que lleva a hacernos pensar que también poseen un sentido del tiempo aunque éste sea contabilizado de manera diferente.

Itard también quiso averiguar si Víctor poseía o no la idea de justicia, y para ello decidió castigar injustamente a su alumno una vez había acabado una de sus tareas con éxito. A diferencia de otras veces en que el niño aceptó el castigo cuando éste obedecía a errores cometidos por él, en esta ocasión nos cuenta Itard que se resistió con todas sus fuerzas. Con ello no sólo comprobamos que sí tenía un sentido de la justicia sino que además tenía la inteligencia suficiente que le permitía dilucidar cuándo hacía bien una tarea y cuándo cometía errores; una inteligencia que muchos le han negado a pesar de todo.

En nuestros tiempos actuales parece que esta controversia sobre la humanidad o no de los niños salvajes ya ha sido superada, no sin esfuerzo. Pero ahora se inicia una nueva tendencia, la de considerar a estos seres retrasados de nacimiento o retrasados por su falta de socialización. Esto es lo que abordaremos más adelante.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Quiénes somos los seres humanos - 3


Juan Luis Arsuaga e Ignacio Martínez en su libro La especie elegida, nos dicen que existen “genes en la base de nuestra conducta”; e incluso llegan a afirmar estos integrantes del Proyecto Atapuerca que “hoy no quedan dudas acerca de cierto determinismo genético de comportamiento”.

Pero, además de este determinismo genético, nos hablan de lo que podría considerarse una programación adaptativa que permite el aprendizaje. “Los humanos –escriben Arsuaga y Martínez- formamos una especie muy inteligente de primates sociales, y tenemos una gran flexibilidad en nuestra conducta, que nos permite dar repuestas diferentes, basadas en la propia experiencia o el aprendizaje, a las distintas situaciones que se presentan en nuestro medio. En la vida surgen muchos problemas imprevisibles, y por tanto la solución no puede estar en los genes”.

En Víctor del Aveyron (a quien la gran mayoría consideraba retardado) se descubrió una característica de la que, creo que con razón, nos sentimos muy satisfechos: la capacidad de inventar. Bien, eso lo situaba en el mundo de los humanos; y como ya estaba en él, había que demostrar que lo que explicaba su torpeza en múltiples asuntos sólo podía ser su retraso mental; una deficiencia que para muchos estudiosos no era fruto de su aislamiento, sino que lo acompañaba desde su nacimiento.

Hoy en día cada vez se acepta más y más la importancia de la sociedad para el desarrollo humano. Somos animales so
ciales y sólo dentro de un marco social podemos llevar a la plenitud esas características con las que contamos, además de poder descubrir nuevas vías de creación.

Sin embargo, en vez de sustentar nuestras hipótesis en la importancia de una comunidad social, muchas veces ha prevalecido el deseo de demostrar por encima de todo una autosuficiencia del hombre como ser individual. Así, cuando se observan graves deficiencias en los niños salvajes de acuerdo a nuestro sistema de vida se concluye sin más que todos ellos compartían una deficiencia mental de tipo congénito. Queremos situarnos en el escalón más alto de la evolución; por tanto, si encontramos a un ser que, según nuestro criterio, no responde a esa situación, lo solucionamos diagnosticándolo como deficiente mental y lo condenamos al olvido.

Y es que si algo desa
grada al ser humano civilizado es que se descubran en él aspectos que le asemejen a las bestias. Su pudor no puede aceptar este hecho, y a quienes nos muestran señales de animalidad los apartamos y encerramos en una clasificación bien alejada de nosotros.

Son muchos los que admiran a casi todos los representantes del reino animal, pero que, sin embargo, ante la visión de chimpancés, orangutanes y demás primates parecidos a los humanos sienten una profunda repulsión. ¿No es esto algo revelador? Nos da miedo vernos a nosotros mismos con esos componentes de animalidad que sin duda albergamos, y queremos probar -que no descubrir la verdad o falsedad de ello- que estamos en lo más alto de la escala evolutiva: somos los reyes. Como Tarzán que era el Rey de la Selva y casi podemos decir que lo era en cualquier lugar en el que se encontrara ya que parecía un ser superdotado en lugar de alguien con grandes carencias.

En definitiva, no se está intentando averiguar lo que es un ser humano, sino demostrar su superioridad. Lo que queremos es demostrar la certeza de nuestras hipótesis y así no le dejamos a la naturaleza expresarse por sí misma, no vaya a ser que nos contradiga. Partimos de la base de que es mucho lo que sabemos y no estamos dispuestos a admitir que es mucho más lo que ignoramos.



domingo, 24 de octubre de 2010

Quiénes somos los seres humanos - 2

Además de las indagaciones sobre qué es el hombre, basadas en comparaciones con seres a los que no podemos preguntar ya que no compartimos un lenguaje común, buscamos incansablemente ese elemento que nos “convierte” en seres humanos. La búsqueda de ese elemento transformador tiene muchos parecidos con la de la piedra filosofal de los alquimistas. Quizá algún día lo encontremos, pero por el momento no parece haberse dado el descubrimiento definitivo, y seguimos suscitando miles de debates en defensa de lo que nos hace realmente humanos.

Por si no fuera suficiente la búsqueda de ese elemento transformador que nos es desconocido, los estudiosos de diferentes ramas del saber se afanan en encontrar aún más diferencias que establezcan el límite entre los humanos y los que no lo son, y entre éstas destacan la conciencia que tiene el hombre de su propia identidad. Sobre este punto no voy a extenderme más pues, que se sepa, nadie ha podido preguntar al orangután si tiene o no conciencia de sí mismo.

Otra señal que por lo visto nos identifica y sobre todo nos hace diferentes es que nos sentimos miembros de una sociedad de iguales. Bueno, podría ser; pero tampoco hemos preguntado sobre este particular a los leopardos, que me parece que sí se sienten miembros de una comunidad, la suya. Y aquí surge nuevamente el gran interrogante que se plantea con respecto a los niños salvajes: ¿tienen conciencia de su propia identidad?; ¿se sienten miembros de una unidad social?

Toda esta discusión que se desarrolló sobre la posible humanidad o falta de ella en los niños salvajes, me recuerda a aquellos tiempos más lejanos en los que los europeos se preguntaban si aquellos seres nacidos en el continente recientemente descubierto y al que terminó por llamarse América tenían o no alma.

Los niños salvajes excitaban la curiosidad; ellos podían ofrecer respuestas sobre lo que hay detrás del desarrollo humano. El problema, sin embargo, surgía cuando esas respuestas no ayudaban a engrosar la vanidad humana; de esta manera, si los niños nos advertían de ciertos rasgos de animalidad, era mejor olvidarse del asunto y declararlos sencillamente deficientes, seres que por sus características personales (que no de especie) no podían acceder al progreso para el que sin duda cualquier ser humano “normal” está bien equipado.

Con esto llegamos a otro gran debate, el de si los seres humanos contamos con unas determinadas características innatas que permiten nuestro desarrollo o si por el contrario somos una especie de página en blanco dispuesta a dejarse escribir por las experiencias. Una vez más la disyuntiva: o blanco o negro. Otra vez esa obcecación con el análisis llevado a sus últimas consecuencias, de la preeminencia de la disección sobre la globalidad.

Menos mal que hay quienes nos dicen que el progreso humano se debe a varios factores unidos, en lugar de a diversos factores actuando por su cuenta. Por una parte estarían esas características innatas que además precisarían de estímulos adecuados para poderse desarrollar. Por otra, también hay que destacar la importancia del aprendizaje conseguido a través de la experimentación. Y, por último, no podemos descartar el lugar importantísimo que tiene el proceso creativo en nuestra vida.