martes, 15 de diciembre de 2009

Quiénes somos los seres humanos - 1


Muy pocos niños de la edad de nuestro salvaje se encuentran tan desprovistos de conocimientos; y puede decirse que en todo lo que no se relaciona con su vida y su bienestar, se halla en la más profunda estupidez. Si no fuera por su figura humana, ¿qué lo distinguiría del simio? Los apetitos naturales ocupan toda su existencia. Es realmente un puro animal limitado a las simples sensaciones físicas; no posee nada más allí; ¡qué inmensas barreras le separan de nosotros, qué camino le queda todavía por recorrer!” Estas palabras que Virey1 añade al informe de Bonnaterre sobre Víctor del Aveyron ponen el dedo en la llaga de un gran debate que ha sostenido la humanidad a través de los siglos y que, de alguna manera, aunque mucho más adormecida, todavía sostiene. ¿Qué es el ser humano? ¿Cuáles son las características que lo diferencian de las demás especies?

En mi época de estudiante se nos decía que el ser humano era un animal racional, mientras que el resto no eran más que animales irracionales. Es decir, se hacía total hincapié en la importancia del uso de la razón. Más adelante veremos un poco más en profundidad este asunto de la razón y de cómo es utilizada por los niños salvajes, pero ahora sigamos avanzando en las supuestas diferencias de nuestra especie con respecto del resto de seres vivos de nuestro planeta.

No sólo en la razón parecen observarse diferencias sino también en un rasgo físico que nos llena de orgullo: los seres humanos somos bípedos y caminamos erectos. No estaría yo tan segura de que este rasgo nos diferenciara tanto. Al fin y al cabo ahí están las avestruces, sin ir más lejos, que son bípedas, aunque no parece que caminen totalmente erectas, eso sí. Pero tampoco pretendo competir con quienes han dedicado su vida a este estudio y han decidido establecer criterios diferenciadores; lo único que deseo es hacer ver que a veces nos sometemos a tantas divisiones y subdivisiones, y a tanta y tanta terminología, que nos encerramos excesivamente en unos estrechos puntos de vista que no nos permiten avanzar en el verdadero conocimiento.

La posición erecta se considera la natural en el ser humano, pero no podemos olvidar la dificultad que entraña lograr la marcha sobre ambas piernas. Si observamos el aprendizaje de nuestros niños cuando intentan dar sus primeros pasos, comprobaremos la enorme dificultad que entraña esta tarea. En los niños salvajes, criados fuera de un entorno humano, no resulta descabellado pensar que su posición obedezca a la imitación con respecto a los animales con los que puedan convivir o bien a ese primer instinto en todo niño que le lleva a gatear y no a ponerse de pie. Sánchez Ferlosio, en los comentarios a los informes de Itard2, cuenta que Kamala, criada entre lobos, tardó al menos tres años en aprender a caminar sobre sus dos piernas, y que además nunca lo hizo del todo bien.

Pero no sólo nos hace singulares esta forma de caminar, al menos entre los primates, sino que además el ser humano posee un misterioso instrumento que se considera absolutamente propio: el lenguaje articulado. Claro que esta característica tampoco sería definitoria pues actualmente se están haciendo enormes progresos en el lenguaje de los simios. A esto puede oponerse el que estos simios “aprenden” el lenguaje pero que no lo crean; sin embargo, también podría decirse que lo que aprenden es “nuestro lenguaje” y no el suyo propio. Como curiosidad, no estaría de más mencionar los misteriosos cantos de las ballenas que, de acuerdo con los estudios realizados hasta ahora, cambian de tiempo en tiempo viniendo a significar cosas distintas. ¿Podemos seguir asegurando que el lenguaje sea totalmente humano? El inglés, el francés, el español, sí lo son; pero ¿son estos los únicos lenguajes?

Y así, cada cierto tiempo aparecen unos seres a los que llamamos “salvajes” que hacen temblar los cimientos en los que basamos nuestra esencia. Muchos de ellos parecen no razonar, algunos caminan a cuatro patas y para colmo no hablan. ¿Son por eso inhumanos? El que no razonasen de acuerdo con nuestra cultura no quiere decir que no lo hicieran. Que hubieran aprendido a caminar a cuatro patas, tampoco demuestra mucho; al fin y al cabo ya hemos visto que a nuestros pequeños hay que forzarles para que se pongan sobre sus dos piernas, cosa que hacen con mucha inseguridad, no lo olvidemos. Y por último, el asunto del lenguaje; si nunca habían oído hablar a nadie y si no tenían a nadie que compartiera un mismo sistema de comunicación, ¿cómo podían desarrollar esta facultad?

El hombre siente la necesidad de encontrar respuestas a unas preguntas fundamentales: quién soy, de dónde vengo y adónde voy. A partir de ahí busca su lugar en el universo y, creo que desgraciadamente, lo hace de manera jerárquica; es decir, asignando una mayor preeminencia a unos seres sobre los otros. Y ya que es él quien escribe su propia historia, decide situarse en el más alto escalón de toda esa jerarquía. Pero ¿es necesaria la búsqueda de ese lugar? A lo mejor ése es el gran pecado de la humanidad: la vanidad. ¿Por qué tiene que importarnos tanto ser más o menos? Lo realmente importante es ser, y con la mayor dignidad posible.


1 Los textos de Virey pertenecen al libro de Harlan Lane, El niño salvaje del Aveyron, publicados por Alianza Editorial en 1984.

2 Itard, Jean: Víctor de l’Aveyron, con comentarios de Rafael Sánchez Ferlosio. Alianza Editorial, Madrid, 1982.




lunes, 7 de diciembre de 2009

¡¡¡Gracias, Gata Coqueta!!!


Mi querida amiga,
GATA COQUETA, desde su blog "La Gata Coqueta", me ha hecho un precioso regalo lleno de todo su afecto. Se trata de la publicación en su blog de un art,ículo sobre un libro escrito por mí hace tiempo y que le había regalado para que lo leyera en algún momento si le apetecía. Y no sólo lo leyó, sino que le gustó, así me lo hizo saber, y además decidió hablar del mismo en su blog. ¡¡¡Gracias, linda amiga!!!

El título del artículo ya es para agradecerlo; si pincháis en él podréis acceder al mismo: "Un libro en blanco es de necios, cubierto de letras de sabios. La Gata Coqueta".




lunes, 30 de noviembre de 2009

Tres Casos en Particular: 3 - Genie

Genie

Aunque su nombre verdadero no es Genie, es así como podemos conocerla, salvaguardando así tanto su propia intimidad como la de sus familiares. La historia que nos ocupa se remonta al año 1970 cuando el caso de Genie salió a la luz pública. Cualquiera diría que se trataba de un guión de cine, pero desgraciadamente no era así sino que constituía un hecho real. Genie, una niña entonces de 13 años, había sido confinada en una habitación durante casi toda su vida. Este descubrimiento se hizo en Los Ángeles (Estados Unidos) y si fue posible hacerlo, la causa tenemos que encontrarla nuevamente en la violencia. Parece que tras una violenta discusión con su marido, la madre de Genie, una mujer con graves problemas visuales, tuvo que solicitar la ayuda de asistentes sociales. Y así se descubrió todo. Podemos imaginar la sorpresa de quienes atendieron a esta muchachita que a sus trece años aún usaba pañales, andaba con extraordinaria dificultad y no sabía hablar.

Si la historia hasta aquí no fuera lo suficientemente espeluznante, a medida que se hicieron más averiguaciones el horror alcanzó mayor importancia. La niña había sido mantenida en completo aislamiento en una habitación, sentada en una silla que hacía las veces de orinal y sin recibir ni calor humano ni lenguaje que acompañara su soledad; según relató ella misma mucho más adelante, tenía que estar en completo silencio pues al menor ruido su padre la pegaba sin contemplaciones.


Las causas que la habrían llevado a tal confinamiento no están claras. El padre, antes de responder a la justicia, decidió quitarse él mismo la vida y dejar una nota diciendo que el mundo no comprendería. Y es verdad, el mundo no puede comprender cómo se pueden llegar a tales extremos.

Algunos piensan que la niña era retrasada de nacimiento y que por ese motivo se la mantuvo alejada de la sociedad (como si eso pudiera constituir una justificación); sin embargo, también se especula con la posibilidad de que Genie no fuera bien recibida por su padre que deseaba monopolizar a la esposa. Para venir a añadir más dudas sobre el asunto, según algunas informaciones se dice que existieron dos hermanitos anteriores a Genie que murieron prematuramente, y que un tercero vivió con su abuela por un tiempo hasta que ésta murió y hubo de regresar con sus padres naturales. Genie, la cuarta hija, tuvo que soportar la dura prueba del aislamiento. Puede que la verdad se encuentre en el proceso judicial que se siguió, o puede que no, pues tengo que admitir que no he tenido acceso a esas fuentes. De cualquier manera, sean cuales sean las causas, lo cierto es que nos encontramos en pleno siglo XX, con una niña que reúne todas las características de los llamados “niños salvajes”.

A partir del momento de su descubrimiento, todo el mundo estaba ávido de conocer cuáles eran las capacidades de la niña y si ésta podría ser o no recuperable para la sociedad. Aun con el conocimiento de los supuestos errores cometidos por quienes nos habían precedido en este tipo de situaciones, da mucha pena decir que volvieron a cometerse exactamente los mismos. Como dice el refrán, el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Yo no sé si es el único, pero lo que sí está claro es que tropieza no dos, sino múltiples veces, y lo que sucedió con Genie tras la larga serie de descubrimientos de niños salvajes es un dramático recordatorio de este refrán.

Psicólogos, psiquiatras, lingüistas, educadores, todo el mundo apareció a la ayuda de la niña. ¿Ayuda he dicho? Ojalá fuera así, pero, aunque no voy a entrar en consideraciones sobre los motivos que cada uno tenía (pues eso nadie, ni los mismos protagonistas muy probablemente, puede conocerlos con seguridad), lo que parece muy claro es que no se ofreció una ayuda del todo conveniente. Sí, por supuesto que muchas personas tuvieron buenas intenciones (no creo que todas, pero sí algunas); pero las buenas intenciones no son suficientes. Quizá había demasiadas personas encargadas de decidir cuáles serían los pasos a dar y eso hizo que todo adquiriera más los tintes de un concurso a ganar que de una realidad humana que superar.

Genie fue pasando de mano en mano. Hasta estuvo adoptada por un matrimonio compuesto por uno de los psicólogos que la trataba y por su mujer, especializada en el desarrollo humano. Pero para la administración (vamos a llamar así a cualquier institución que se hace cargo del programa o proyecto, pues eso es lo que era Genie para ellos, un “proyecto”) no estaba satisfecha con los resultados obtenidos ni con la forma de presentarlos. Nadie quería a un Víctor del Aveyron, sino que se estaba a la búsqueda de una nueva Helen Keller. Genie se convirtió en una presa por la que todos se debatían pero probablemente por no demasiado loables motivos.

Si las cosas ya no iban lo suficientemente mal, otro asunto vino a complicarlas aún más. La madre de Genie, declarada inocente de abusos cometidos contra su hija, reclamó la custodia de la ya entonces jovencita. Quien no había sido capaz de cuidarla cuando más lo necesitaba, podía hacerlo ahora en opinión de los tribunales. Genie pasó a vivir, por espacio muy breve, con su madre; pero claro, convivir con una joven de sus características no podía ser tarea fácil, así que nuevamente pasó por otros “hogares” hasta el que ocupa en la actualidad, una casa para adultos que no pueden valerse por sí mismos.


Los abogados de la madre (no sé si para conseguir notoriedad o por creer realmente que defendían algo justo) iniciaron un proceso contra las instituciones científicas, alegando que habían valorado más los estudios científicos que el bienestar de la niña y reclamando las compensaciones oportunas. Ante esta petición de compensaciones econímicas, uno tiene que plantearse otra vez si más que le interés de la joven, no se valoraría en exceso el puro y duro asunto económico; da la impresión de que todo el mundo quería obtener algo: prestigio, renombre, dinero... ¿Y Genie? ¿Qué pasaba con ella, con sus propios intereses?

El dinero para su readaptación cesó y todos aquellos logros que la “niña salvaje” había ido consiguiendo con mucho esfuerzo fueron desapareciendo sin piedad, lo que lleva a pensar que las compensaciones pretendidas no se lograron porque probablemente ni siquiera estaban en el punto de mira.

Recuerdo una película titulada Charly, basada en la novela de Daniel Keyes, "Flores para Algernon", en la que se cuenta una historia que nos puede servir para valorar ésta de Genie. Charly, un deficiente mental, con la ayuda de un tratamiento recientemente descubierto puede salir de ese estado y desarrollar toda su inteligencia. Se trataba de un experimento con muy buenas perspectivas; pero -siempre hay un pero- los efectos del tratamiento no eran duraderos y así, poco a poco, Charly se retrotrae a su origen. Lo dramático es que en un principio lo va haciendo de manera consciente. ¿Alguien puede no darse cuenta de los parecidos entre estas dos historias?

* * * *

A diferencia de Tarzán o de Mowgli, seres extraordinarios que fomentan nuestro sentido del romanticismo, a estos niños nuestra civilización sólo les tiene reservado un segundo abandono si no demuestran que son superdotados según los propios esquemas dictados por nuestra sociedad. Disfrutamos mucho más con unos personajes de leyenda que conviviendo con los seres limitados de la realidad. Creo que es hora de que todas esas personas abandonadas reciban al menos nuestro mayor respeto y reconocimiento. Respeto por quienes son; reconocimiento por la ayuda que nos han prestado pues, gracias a mostrarse de una manera tan genuina, se ha podido reconsiderar la educación de sordomudos, deficientes o autistas. Los errores cometidos con ellos han abierto muchos caminos a nuevas enseñanzas. Ya es hora de que no sólo agradezcamos el esfuerzo de quienes con sus observaciones ampliaron las posibilidades de progreso humano a quienes las tenían limitadas, sino que volvamos nuestros ojos también a quienes se sometieron a tales observaciones.


lunes, 16 de noviembre de 2009

Tres Casos en Particular: 2 - Helen Keller


Helen Keller


La historia de Helen Keller se hizo muy popular en nuestro país tras el estreno de la película que relata su vida y a la que en España se le dio el título de
El milagro de Anne Sullivan. Son muchos los factores que diferencian su caso de otros tratados en este libro, y uno muy importante, casi me atrevería decir que el principal, es que, a pesar de su aislamiento sensorial nunca estuvo abandonada por la sociedad; así ella misma cuenta, por ejemplo, cómo de niña se le enseñaban a realizar diferentes tareas domésticas como podía ser la de doblar la ropa, etc., y que participaba del cariño y de los juegos con los componentes de su familia y amigos. Por tanto, si bien su mundo tenía que ser muy peculiar, no sufrió esa separación que venimos observando en los demás casos.

Helen Keller nació en los Estados Unidos, concretamente en Alabama, el 27 de junio de 1880, pero casi dos años más tarde una enfermedad que hizo peligrar su vida le dejó importantísimas secuelas; paulatinamente fue perdiendo la vista y el oído (se supone que cuando contaba unos 5 años es cuando entró por completo en ese estado que le dio notoriedad). En los libros que escribió relatando sus vivencias cuenta cómo podía recordar tenuemente algunas imágenes. También alguna que otra media palabra quedó en su oído y su laringe, pero poco a poco el olvido hizo mella hasta que pudieron ser recuperadas con la ayuda de su profesora, Anne Sullivan.

En Helen el anhelo de comunicación era tan intenso que, a pesar de todas las limitaciones que tenía, nunca dejó de buscar todo tipo de medios que la ayudaran a expresarse; en ello sin duda tiene una importancia decisiva su integración en un medio social afectivo. Ya vemos que, en la mayoría de los casos tratados, es precisamente el afecto lo que más se resiente, y esto nos llevaría a una conclusión: el hombre no sólo es animal social por naturaleza, sino que esta naturaleza tiene que basarse en un amor compartido para que pueda desarrollarse hasta el máximo de sus posibilidades).

Tras los devastadores efectos de su enfermedad, podemos imaginar que una familia amorosa como la suya hizo lo posible por buscar una solución y, después de multitud de palabras que no ofrecían esperanza de recuperación para Helen, cayó en manos de su madre la lectura de un libro escrito por Charles Dickens, American Notes, en el que el escritor británico contaba los progresos de Laura Bridgman, una niña ciega y sorda como Hellen. Siguiendo esta pista, los Keller solicitaron una entrevista con Alexander Graham Bell, a quien hoy conocemos más por ser el inventor del teléfono y bastante menos por su contribución a la enseñanza de los sordos (su propia mujer era sorda). Aquel encuentro iba a resultar muy provechoso para la pequeña Helen pues fue Bell quien dirigió a sus padres hacia el director de la Institución Perkins, Michael Anagnos, quien a su vez envió a Anne Mansfield Sullivan a la residencia de los Keller para ser la profesora de la niña. Todo esto sucedía en 1807, y a partir de entonces la vida de Helen Keller cambió para siempre.

Además de todas las dificultades con las que se encontró Anne Sullivan, también hay que decir que halló una importante ayuda en ese deseo insaciable por comunicarse y por aprender que tenía la pequeña; un deseo que, a medida que pudo ir rasgando los velos que la tenían confinada en un mundo de silencio y de oscuridad, crecía más y más y a un mayor ritmo.

Con Helen se emplearon múltiples técnicas de comunicación, desde el uso de un sistema dactilográfico, hasta la lectura táctil de los labios, pasando por el braille; todo fue utilizado en su provecho, nada se descartó. En 1890 Mary Swift Lamson intentó incluso enseñar a hablar a Helen ante el gran deseo que manifestaba ella, pero esta aventura no parece que tuviera el éxito deseado. Parece ser que toda su vida Helen tuvo considerables problemas para hacerse entender con el don de la palabra hablada, así que tenía que valerse de traductores para dar las múltiples conferencias que la llevaron a lo largo de diferentes geografías.

Podemos conocer lo que pensaba antes de poseer un idioma que le abriera las ventanas al mundo, así como su evolución posterior, de propia mano por su autobiografía The Story of My Life ("La historia de mi vida"), o por lo que entresacamos de otros de sus libros como por ejemplo The World I Live In (El mundo en el que vivo) Si tenemos en cuenta que en demasiadas ocasiones se ha considerado a los niños salvajes como algo menos que humanos, ya que se suponía que seres sin lenguaje no podían utilizar el pensamiento, las informaciones que aporta Helen Keller en sentido contrario son altamente valiosas.


Sin embargo los grandes logros de Helen fueron empañados a raíz de un malentendido. Como hemos dicho, Helen parecía incansable a la hora de progresar en todo lo que le permitiera comunicarse y así un día escribió un relato al que tituló
The Frost King. Una vez publicado, fue acusada de plagio. Desgraciadamente así somos los humanos, parece que en lo único que estamos dispuestos a fijarnos es en los errores mucho más que en los éxitos y así a punto estuvo de desplomarse la carrera ascendente de Helen Keller. Tras las indagaciones realizadas, se consideró que era muy probable que en sus primeros años de instrucción Helen hubiera leído esa historia y que ésta hubiera quedado en algún lugar de su memoria hasta que un día resurgió y la creyó propia. Hubo muchos que vieron en esto mala intención por su parte, en vez de pararse a considerar como normal el que ni siquiera ella hubiera sido consciente de la aparente copia.

Debió de ser un acontecimiento muy triste para ella y que incluso pudo haberle infundido temor (no olvidemos que pertenecía a un mundo propio y que quienes la acusaban estaban en otro mundo que contaba con armas muy distintas a las que ella podía utilizar; el cruel aislamiento otra vez). Puede decirse que perdió seguridad en su propia mente; por ejemplo, cuando nos relata en la historia de su vida los recuerdos de cómo veía antes de la enfermedad se pregunta si será verdad que lo recuerda o si más bien serán ensoñaciones basadas en lo aprendido mucho más tarde.


viernes, 30 de octubre de 2009

Tres Casos en Particular: 1 - Victor del Aveyron

Tres casos en particular



Me gustaría tratar de manera separada los tres casos que conformaron hasta el día de hoy mi interés por los “niños salvajes”. Los trataré cronológicamente; así, el primero será Víctor, seguiré con Helen Keller y por último mencionaré el caso de Genie. Más adelante analizaré distintos aspectos que han merecido importantes consideraciones a la hora de observar la conducta de estos niños.


Víctor del Aveyron


En los primeros días del año 1800, una Francia recién salida de un periodo de terror como el que supuso su revolución, se asombraba ante las noticias de un sorprendente descubrimiento: un niño en estado salvaje había sido capturado en los bosques del Aveyron. A primera vista parecía que el muchacho desconocía lo que era la vida en sociedad. Según Jean Marc Garspard Itard, el niño había sido visto cinco años antes, pero en realidad la noticia que nos ha llegado de su primer avistamiento es de 1797 en Lacaune.

Por lo que sabemos, este primer encuentro con los humanos no debió de ser muy agradable para él, pues a su captura (situación traumática sin duda) le siguió una exhibición en la plaza pública que tampoco debió de resultarle muy gozosa. Por supuesto el niño escapó, pero volvió a ser capturado al año siguiente y entonces una nueva huida tuvo lugar. Por fin, en 1800, cuando el chaval debía contar con unos doce años volvió a ser llevado a la civilización para ser mantenido ya para siempre en ella; eso si exceptuamos pequeñas escapadas (o no tan pequeñas, una duró al menos quince días) o alguna que otra pérdida que le ocasionó no pocos disgustos.

El muchacho caminaba torpemente, no hablaba; en fin, según nos cuentan, se comportaba casi como un animal. Curiosamente, había aprendido a asar patatas; si por asar entendemos echarlas a la lumbre y recogerlas casi al instante sin miedo a abrasarse. Probablemente esta técnica la habría aprendido en alguno de sus cautiverios anteriores.

Un abad llamado Pierre-Joseph Bonnaterre, profesor de Historia Natural en la Escuela Central del departamento del Aveyron, hizo el primer informe que conocemos sobre él, y parece haberse tomado mucho interés en que fuera lo más preciso posible. Incluso, a pesar de las reclamaciones oficiales para que el niño fuera conducido a París, Bonnaterre se las ingenió para diferirlas lo máximo posible y así poder establecer un diagnóstico cierto. Por fin, Luciene Bonaparte exigió su traslado a la capital y así hubo de efectuarse.

En aquel tiempo, un médico llamado Philippe Pinel había revolucionado el tratamiento de quienes tenían la desgracia de acabar en un manicomio. Pinel es considerado hoy en día como el fundador de la psicoterapia en Francia, antes llamada “medicina moral”. En contra de los usos llevados hasta aquel momento, Pinel quitó las cadenas a los alienados que atendía en el asilo de Bicêtre; además, clasificó las diferentes enfermedades mentales y valoró el origen que éstas podían tener. Sin embargo, un hombre tan capacitado emitió un informe de una dureza extraordinaria sobre el que empezaba a ser conocido como el “salvaje del Aveyron”.

Desgraciadamente la perspicacia de Pinel pareció quedar nublada por sus prejuicios. Por aquella época existían dos posturas encontradas; una, sustentada por Rousseau, defendía la existencia de unas características innatas en el hombre que le permitían desarrollarse de la mejor manera posible precisamente al estar alejado de la sociedad, esa sociedad considerada por muchos como madre de todos los males pero que, a lo largo de los tiempos, parece haber demostrado tener también sus cosas buenas, no lo neguemos. Para Rousseau, este hombre perfecto en su inocencia era “el noble salvaje”. Pero por supuesto existían también los que opinaban precisamente lo contrario. Y en medio de este debate surge de los bosques la figura del “salvaje del Aveyron”. Cuando Pinel vio la deplorable condición del niño concluyó precipitadamente que era un “idiota sin remedio” (Hay que recordar que este término no se utilizaba con intenciones ofensivas sino clínicas).

Para la emisión de este diagnóstico se basó en las comparaciones de este niño procedente de un medio totalmente desconocido con la conducta manifestada por sus pacientes deficientes mentales. Desgraciadamente, Pinel no tuvo en cuenta la ausencia de referencias comunes que necesariamente tenían que inhibir al niño de dar determinadas respuestas consideradas normales en una sociedad que lleva muchos siglos formándose y de cuyas normas sus miembros tienen un conocimiento bastante claro aunque éste les sirva en muchos casos para transgredirlas.

El hombre que concedió tanta importancia al origen de las enfermedades, no supo ver ese origen en un niño que no había contado con ningún contacto humano, o que, cuando lo había hecho, no siempre había sido realizado en las mejores circunstancias. Al leer el informe de Pinel, no puedo dejar de detectar una cierta antipatía, o al menos dureza, en lo que se relaciona con quien vendría a llamarse Víctor. No veo allí apenas un ápice de compasión.

Sin embargo, no todo el mundo podía estar de acuerdo con tan duro diagnóstico, y así un hombre que ejercía como médico en la Institución de Sordomudos de París consideró que el salvaje podía ser educado y que merecía la pena dedicarle un esfuerzo antes de simplemente considerarlo un deficiente mental sin más. Este hombre fue Jean Marc Gaspard Itard. Y de esta manera se inició un proceso de recuperación del niño del Aveyron que sigue sorprendiendo en nuestros días.

La señora Guérin fue encargada por la administración del cuidado del niño y Jean Marc Itard se dedicó a su educación así como a realizar las observaciones y los estudios que pudieran aumentar el saber científico de los progresos humanos.

Aunque son muchos los que valoran los trabajos de Itard, no es menos cierto que también cuenta con detractores; entre ellos, aquellos que lo consideran un mero oportunista que buscó un hecho singular para conseguir relevancia en su profesión. Yo no estoy tan de acuerdo con esa valoración. Es verdad que Itard, tras cinco años dedicados al entrenamiento del niño y no obteniéndose los éxitos esperados, abandonó esta labor; pero no podemos juzgar una situación de la que desconocemos los pormenores. Itard intentó que el niño no fuera abandonado (luego lo veremos con más detalle), pero no lo consiguió.

Lo verdaderamente triste de esta historia es que aparentemente se “rescató” a un niño de una vida salvaje para intentar conseguir de él la figura del “superhombre” (o del “noble salvaje”, si nos atenemos a la terminología de Rousseau) que todo lo puede y todo lo sabe. Desgraciadamente, en su desarrollo sólo se tuvieron en cuenta los fracasos; por el contrario, los logros fueron (y aún lo son) considerados como hechos normales que el niño tenía que conseguir; al fin y al cabo, se estaba pagando un dinero para que se rehabilitara, lo menos que podía era realizar su trabajo cumplidamente.

La novedad fue pasando de moda y ya nadie quería luchar con la monotonía de un ser que no parecía fuera a mostrar nada espectacular al mundo. Víctor vivió su vida al lado de la señora Guérin, una mujer a la que la posteridad no creo que le haya dado todavía el puesto que le corresponde, y a la edad aproximada de 40 años murió aparentemente en el olvido de aquellos que habían puesto demasiadas expectativas en su educación.

Una de las grandes preguntas que permanecen sin respuesta es por qué Víctor vivió solo en los bosques como un salvaje. En el examen médico que se le practicó se mencionan las múltiples cicatrices que tenía en todo su cuerpo; algo nada raro teniendo en cuenta la vida que tuvo que llevar y su lucha por su subsistencia en un paraje inhóspito. Pero existía una cicatriz que destacaba sobre las demás y que incluso puede verse claramente en el grabado que se le hizo. Se trataba de una cicatriz profunda en el cuello cuyo origen tenía que provenir de un objeto cortante. El estudio de esa cicatriz hizo pensar que aquella criatura había sido amenazada de muerte, pero ¿por quién y por qué? Dadas las limitaciones que fueron observándose en el muchacho, algunos pensaron que se trataba de un niño retrasado de quien su propia familia quiso desprenderse y que decidió abandonarlo en el bosque a una muerte segura tras haberlo intentado degollar, y muy probablemente, dándolo ya por muerto.

No sabemos por qué Víctor sufrió tan malos tratos, pero no podemos olvidar un hecho que parece pasarse demasiado por alto. En el periodo que va desde 1789 a 1799, Francia vivió uno de los momentos más violentos de toda su historia. Por la edad que Víctor tenía cuando fue llevado a París (doce o trece años en 1800), queda muy claro que su nacimiento y desarrollo tuvo lugar precisamente en los años más duros de la Revolución Francesa. Las barbaridades que se cometieron en aquel espacio y en aquel tiempo superan la imaginación de cualquiera de nosotros, así que ¿no podría ser Víctor una víctima de aquella circunstancia histórica? Yo creo que es algo que bien merece ser valorado como una posibilidad.


martes, 29 de septiembre de 2009

¿Quiénes son los "Niños Salvajes? - Continuación

Pedro el Salvaje

El primer caso que voy a mencionar es el de un muchacho de unos doce años encontrado en los bosques de Hamelin, Alemania, en 1724 o 1725 (las fechas no coinciden). Antes de continuar con esta historia me gustaría significar algo que me resulta sorprendente y es la dificultad de datar cualquier acontecimiento; incluso para los más recientes existen fechas dispares, y no sólo en temas tan peculiares como éste sino en cualquier asunto que desee abordarse.

Volviendo al personaje de Pedro, parece ser que caminaba a cuatro patas y se movía por los árboles como si de una ardilla se tratara. Además, su alimentación consistía en algo inusual para los seres civilizados ya que no suponía ningún problema para él saborear la hierba, por ejemplo. Por si aquello no fuera suficiente para producir el asombro, el niño no sabía hablar.

Pedro fue presentado al Elector de Hanover, el rey Jorge I de Inglaterra, y éste se lo cedió como “regalo” a la Princesa de Gales. Tanto el doctor Arbuthnot como James Burnett, Lord Monboddo, consideraron a Pedro un niño criado en estado salvaje. Sin embargo, no todos estuvieron de acuerdo con este diagnóstico, y sostuvieron por el contrario que el niño había sido abandonado muy poco tiempo antes de su captura a causa de su retraso mental. Claro que si esto fuera así, habría que preguntarse por qué sus progenitores esperaron tanto para deshacerse de él. De cualquier manera hoy existen dudas sobre este caso y se apunta a que dicho personaje, en caso de haber existido realmente, habría vivido solo y abandonado tan sólo durante un año.

Pedro murió en 1785, cuando contaba más de setenta años y parece que nunca apr
endió a hablar correctamente aunque consiguió otros logros, como por ejemplo el de caminar erecto.

Marie-Angelique Memmie Le Blanc

Éste es uno de esos casos que, aún contando con la biografía escrita por madame Hequet y con la información de Lord Momboddo, continúa casi inscrito en el terreno de lo fantástico por la falta de precisión en los análisis realizados. No quiero decir con ello que la niña no fuera real, ni mucho menos, el mismo Jean Marc Itard (de quien hablaremos más adelante) hace referencia a ella; lo único que digo es que lo que se nos cuenta de ella hace difícil una valoración exacta sobre su caso, al menos por los datos que yo he podido recoger.


Esta niña apareció en los bosques de Songy, en la Champagna francesa y por esta razón es conocida como la niña de Songy. Es cierto que manifestaba grandes muestras de salvajismo, pero también de humanidad; por ejemplo, se acompañaba de un palo que le servía para la defensa; con él parece que hirió a un perro, por ejemplo. No sólo eso, sino que, aunque apareció sola, había compartido parte de su existencia con una compañera a la que también agredió sin darse cuenta probablemente de las consecuencias de sus actos. No está claro si su compañera murió de resultas de este altercado o si simplemente decidió separarse de quien ya no le daba excesivas pruebas de beneficencia.

Cuando fue hallada Memmie, contaba unos dieciocho o diecinueve años. Las suposiciones hacen creer que fue arrancada de su vida social a los siete años, y que tras muchas vicisitudes hubo de vagar sola por los bosques de Francia.

Nunca se supo su verdadero origen geográfico, pero, según relató ella misma má
s tarde, fue vendida como esclava y al naufragar el barco en el que viajaba nadie hizo nada por salvar su vida. A pesar de todo, consiguió llegar a nado a tierra firme, así como otra compañera de infortunio que se había agarrado de su tobillo.

Debido al tiempo de aislamiento sufrido, Memmie experimentó gran pérdida de las facultades que la civilización desarrolla, pero tras un periodo de aprendizaje pudo relatar sus experiencias, aunque con mucho desconocimiento por su parte; no hay que olvidar que era una niña cuando fue separada de los suyos y llevada a otro lugar lo que provocó que no contara con las suficientes referencias culturales que pudieran aclarar su misterio, pero también parece cierto que albergaba en su memoria suficientes datos para una socializacion posterior, cosa difícil cuando el extravío o abandono del niño es demasiado temprano.

Memmie fue bautizada en 1732 y, desde su reingreso en la sociedad humana, vivió en diversos conventos.

Kaspar Hauser

El enigma que supuso Kaspar Hauser continúa aún en nuestros días, y así creo que continuará a medida que el tiempo corra y se haga más difícil la separación entre realidad y leyenda. Si tenemos en cuenta que su pasado quiso ser ocultado en vida de Kaspar, no hay razones para suponer que ahora nos sea más fácil que entonces recopilar datos fehacientes sobre su misterio.

Cuando Kaspar Hauser apareció en sociedad lo hizo de una forma altamente melodramática un 26 de mayo de 1828 en la ciudad alemana de Nüremberg. Aparentaba unos dieciséis años y lo primero que hizo fue entregar una carta dirigida al capitán del 4º escuadrón, regimiento 5 de caballería. Lo único que sabía decir era “quiero ser soldado como mi padre” y un “no sé” mal pronunciadocon el que contestaba a las demás preguntas que se le formulaban. Sin embargo, si conocemos su nombre es porque él mismo lo escribió. Además en la carta que traía consigo, un hombre relataba cómo Kaspar le había sido entregado a su custodia en 1812 y el destino que debía tener como soldado, precisamente de caballería.

Tras un examen médico, el doctor Preu emitió el siguiente informe: "Este joven no es ni un loco ni un imbécil, pero es manifiesto que se le ha separado por la fuerza y con la mayor crueldad de todo contacto con los hombres”. Aquí se hace preciso matizar algo muy importante. Términos como “idiota” o “imbécil”, empleados sin ningún recato por doctos eruditos de épocas anteriores, no deben sorprendernos ya que con ellos se denominaba a quienes hoy llamamos deficientes mentales; por tanto, estos términos tomados de los escritos de otras épocas no pueden ser considerados ofensivos en ningún momento, pues ésa no era la intención -que se sepa- de quienes los aplicaron; por tanto, que nadie vea en ello una ofensa sino una descripción de acuerdo a los criterios y a la terminología de la época que, por supuesto, hoy parece bastante desacertada.

Al hilo de lo anterior, parece ser que cuando Kaspar pudo hacerse comunicar contó que había sido mantenido en su encierro durante unos doce o trece años, recibiendo sólo la instrucción que le permitió escribir su nombre y decir las palabras que pronunció en el primer encuentro con otro ser humano. Parece, además, que de cuando en cuando se le administraban drogas probablemente para sumirlo en un sueño que permitiera a sus guardianes efectuarle las labores de aseo necesarias.

Además de los problemas de comunicación, que pudieron ser bastante bien superados, Kaspar manifestaba una preferencia por la soledad y por los espacios oscuros; entornos en los que había sido criado y que, por tanto, tenían que resultarle más familiares.

Una vez liberadono fue difícil enseñarle a escribir e incluso proyectó su autobiografía, pero entonces surgió un nuevo drama: alguien estaba atentando contra su vida. En 1829 sufrió su primer atentado del que pudo sobrevivir; no así del segundo, ocurrido en 1833. Si el misterio ya era grande, tras las extrañas circunstancias de su muerte lo fue mucho más. Algunos pensaban que Kaspar Hauser era en realidad un hijo ilegítimo de la casa real de Baden y que su presencia hacía peligrar los derechos de sucesión. Eso explicaría, a juicio de éstos, el interés por mantenerlo alejado de la sociedad y que se empleara cualquier medio para que siguiera siendo así.


Amala y Kamala

El descubrimiento de Amala y Kamala acaeció en el año 1920 en la India. Allí un misionero y encargado del orfanato de Midnapore, llamado J. A. L. Singh, se encontró con una situación que le era absolutamente desconocida: el cuidado de dos niñas abandonadas en la selva. A la mayor, que recibió el nombre de Kamala, se le suponía una edad de unos ocho años; en cuanto a la pequeña Amala no parecía alcanzar ni siquiera los dos años. En un principio todos supusieron que las dos niñas eran hermanas, pero pronto se llegó a una conclusión bien diferente: no existía parentesco sanguíneo entre ellas. Si ya era sorprendente que una niña de ocho años conviviera con lobos apartada de cualquier contacto humano, lo fue mucho más el que una segunda, de apenas dos años, compartiera el mismo destino por las que se suponían circunstancias diferentes.

El reverendo Singh cuidó de la educación de las pequeñas. Desgraciadamente, a causa de una enfermedad, la pequeña Amala murió a los dos años de haber sido descubierta; en cuando a Kamala sólo pudo sobrevivirla otros nueve años. Mientras vivieron las dos al cuidado de Singh, la socialización resultó difícil; fue a raíz de la muerte de Amala, al quedarse Kamala sin la compañía a la que estaba acostumbrada, cuando se inició un mayor aprendizaje para ella. Esto no debería sorprendernos; al fin y al cabo un problema semejante se detecta en los alumnos que acuden a colegios de verano para aprender una lengua extranjera; la mayor dificultad que surge en estos grupos es la inercia que lleva a cada uno a relacionarse con aquellos estudiantes ya conocidos, dificultándose así, precisamente, esa ampliación de horizontes que se pretende.

El caso de estas dos niñas fue relatado por Arnold Gesell, especialista de la Universidad de Yale, y por el antropólogo Robert Zingg, pero no todo el mundo creyó su historia y, seg ú n cuenta John McCrone en su libro The Myth of Irrationality, sufrieron duras consecuencias por ello. En cuanto a Gesell dice McCrone que fue separándose poco a poco del debate surgido en torno a este asunto; y por lo que respecta a Zingg, se nos dice que perdió su puesto académico y que terminó sus días ejerciendo actividades de lo más dispares, como por ejemplo conductor d e tren e incluso vendedor de productos alimenticios enlatados.

Resulta curisa esa tendencia del ser humano de tachar todo aquello que no le interesa creer como una invención más o menos afortunada de alguien. Desde luego, lo sucedido con Gesell y Zingg deja patente que, aunque en ocasiones, el contacto con estas situacion es puede conducir a un encumbramiento en determinadas carreras profesionales, no parece m enos cierto que también pueden producirse efectos nocivos. Y es que cualquier situación fuer a de la normalidad conlleva necesariamente riesgos.

John Ssebunya


Quien fuera identificado mástarde, en la aldea de la que procedía, como John Ssebunya fue localizado en Uganda en el año 1989 cuando contaba unos seis años de edad. John había vivido con unos monos tras haber escapado horrorizado del asesinato de su madre c uando el niño contaba unos cuatro o cinco años de edad. John adquirió las costumbres de estos animales y fue olvidando las humanas.

Aunque esto pueda resultar muy cho cante para más de uno, quizá sirva como ejemplo esclarecedor otro hecho acae cido a principios del siglo XVIII y que fue la fuente de inspiración de la que se sirvió el escritor Daniel Defoe para su obra literaria Robison Crusoe. En 1707, Alexander Selkirk fue abandonado a su suerte en la isla de Más a Tierra (cuyo nombre hoy ha sido modificado), en elarchipiélago Juan Fernández (Chile); allí permaneció en soledad hasta 1709, y cuando fue rescatado había perdido los hábitos d e la civilización e incluso el habla; si bien es verdad que, a juzgar por lo que sabemos de su vida posterior, es más que probable que pudiera recuperar lo perdido, incluso el habla.

Volviendo a John Ssebunya, en el artículo sobre él publicado en The Scotsman por Sally Magnusson en octubre de 19994, durante el tiempo que permaneció con los monos adquirió una costumbre que nada tiene que ver con la conducta humana: John no bebía. ¿Cómo pudo sobrevivir entonces y por qué hacía esto? Sencillamente siguió la conducta de los monos con quienes compartía su existencia y que obtienen el líquido necesario para la vida a través de la fruta con la que se alimentan. Además, siguiendo también en esto un proceso de imitación, John empezó a emitir sonidos como los de sus compañeros.

Ni que decir tiene que este niño tuvo que ser reeducado pues sus hábitos sociales dejaban mucho que desear. Hoy es capaz de relatar su historia y cuenta cómo los monos le ofrecieron comida. Incluso se le permitió un reencuentro con aquellos que habían compartido su existencia; eso sucedió cuando el muchacho ya contaba 14 años, y lo que llamó la atención a los observadores es que cuando estuvo frente a sus antiguos vecinos adoptó de inmediato una de sus costumbres: no mirarlos de frente para no despertar su agresividad. Actualmente incluso ha conseguido ser miembro del coro infantil Pearl of Africa. Para sus padres adoptivos, Paul y Molly Wasswa el factor más importante para que pudiera conseguirse su reinserción en la sociedad lo constituyó principalmente algo tan básico como el amor.

Traian Caldarar

En pleno siglo XXI, en la era de las naves espaciales, volvemos a encontrarnos con una historia como la de Traian Caldarar, hallado por un pastro en Rumanía a la edad de 7años. Existen suposiciones de que este niño vivió entre perros salvajes durante tres años. Su madre lo reconoció al darse la noticia y corrió a reclamarlo. Según un artículo publicado en The Scoop5 la madre se había separado del marido que no le permitió llevarse a Traian; la mujer alegó malos tratos y supone que la huída del niño está relacionada también con hechos semejantes.

Según diversas informaciones el pequeño no hablaba, caminaba como un animal y cuando se intentaba acostarlo en la cama prefería dormir debajo de ella. El niño tendrá que ser reeducado tras este largo tiempo separado de la sociedad con el hombre.





martes, 15 de septiembre de 2009

¿Quiénes son los "Niños Salvajes?


No todos los autores se ponen de acuerdo en la aplicación de un término tan genérico como “niños salvajes”. Algunos prefieren utilizar títulos mucho más novelescos como, por ejemplo, “niños lobo”, y otros consideran éste elegido por mí no del todo adecuado para englobar a los tres tipos de situaciones que voy a describir; pero, puesto que se ha convertido en una de las denominaciones más comúnmente aceptadas, a ella voy a ceñirme.

Como acabo de decir, el término “niños salvajes”, para mí, englobaría tres categorías distintas. Los que responden con más precisión a dicho término son precisamente los que pertenecen a esta primera clasificación, que a su vez puede subdividirse como veremos a continuación; se trata de niños que por una u otra razón han sido separados de la sociedad y que se han criado en un entorno considerado para cualquier civilizado como salvaje (bosque, selva, jungla, etc.). Esa separación de la sociedad puede deberse a múltiples circunstancias. Puede tratarse de un abandono llevado a cabo con lo que podríamos llamar “premeditación y alevosía” (niños a los que, bien por sus características congénitas, bien por situaciones familiares problemáticas como por ejemplo casos de ilegitimidad convenía hacer desaparecer). Pero también se da el caso de niños extraviados, y aquí hay que tener en cuenta principalmente determinadas zonas en las que se ha sufrido un conflicto bélico, por ejemplo, o graves catástrofes naturales. Asimismo podríamos establecer una subclasificación entre estos niños abandonados al cuidado de la naturaleza; y así por una parte estarían aquellos que parecen haber sido criados por animales, y por otra, aquellos que muestran señales de no pertenencia a ningún grupo (ni siquiera animal) y que vagan en soledad luchando por su propia subsistencia.

En segundo lugar pueden considerarse niños salvajes, pues comparten muchas de sus características, aquellos que han sido confinados casi desde la niñez en diversos encierros, normalmente habitaciones de las que no podían salir y en las que pocas veces entraba la luz del sol o el sonido de otros congéneres. Son niños sobre los que se han cometido toda clase de abusos y sobre los que nuestra supuesta sensibilidad humana no puede más que horrorizarse. Las causas por las que se llega a esta situación pueden ser de varios tipos: cuestiones políticas, patologías de los padres; en fin, todo un sin número de variedades que comparten un hecho común: el total aislamiento de unos seres todavía no expuestos a la sociedad y por tanto sin ningún vínculo de referencia hacia otros de su misma especie. Aquí, por tanto, no estarían casos que han salido a la luz pública recientemente, como los de Natascha Kampusch o Elizabeth Fritzl, pues fueron confinadas cuando ya conocían la sociedad y los vínculos que la misma aporta.


Por último, me atrevo a incluir en esta categoría de niños salvajes a aquellos que por una limitación sensorial aguda han vivido apartados de la sociedad durante muchos años ante la imposibilidad de encontrar un lenguaje que pudiera establecer algún tipo de comunicación no limitado únicamente al sentido del tacto. En este apartado incluyo el extraordinario caso de Helen Keller, que veremos más adelante.

Sin duda alguna el que más romanticismo procura es aquél de niños en completo estado abandonados por situaciones de la vida, como puede ser la muerte de los padres, y que han tenido que sobrevivir gracias a la hospitalidad de otros componentes del reino animal. Pero por muchas notas de exotismo y de pretendida belleza que contenga este apartado, es tan triste como cualquiera de los otros, y en la mayoría de los casos conlleva un desenlace altamente descorazonador para quien pretenda encontrar en estas historias eso que llamamos un final feliz.

Aunque normalmente se intenta denostar a los autores de unos libros tan populares como Tarzán o El libro de la Selva por su falta de realismo, no es menos cierto que la mayoría de los mitos que acompañan el viaje de la humanidad tienen una base real aunque, por supuesto, embellecida; incluso me atrevería a decir que muy embellecida. Rudyard Kipling vivió muchos años en la India, donde se crió entre sirvientes de aquella tierra que le relataban todo tipo de historias propias. De hecho, algunos consideran que la historia de Mowgli está basada en hechos reales. En cuanto al autor de Tarzán, Edgar Rice Burroughs, contemporáneo de Kipling (curiosamente), se ha ganado las chanzas de gran parte del mundo erudito y creo que de manera bastante injustificada. Muchos argumentan contra la falta de realismo en las andanzas del hombre-mono; sin embargo, no hay tanta falta de base ni tanto desconocimiento por parte de este escritor como se pretende demostrar. Por supuesto que existe fabulación, en otro caso se trataría de biografía, y Tarzán es ante todo el protagonista de una serie de novelas de aventuras (volvemos a los mitos y a las leyendas, y no olvidemos que suelen partir de un acontecimiento real, muy adornado, eso sí). Uno de los argumentos empleados contra esta historia es la imposibilidad de acceder al habla humana en tal estado de aislamiento. Quiero señalar que precisamente es en este punto del lenguaje donde casi todos los casos de intento de recuperación de los niños salvajes han fracasado de la manera más estrepitosa que podamos pensar. Sin embargo, Burroughs no era tan iletrado como para no darse cuenta de que, por muy fantástico que fuera su relato, tenía que sustentarlo con visos de realismo; y así, cuando menciona este complicado asunto, lo hace de una manera muy inteligente. El niño que nos presenta, abandonado a su suerte en el corazón de la selva africana, contaba con unos padres amorosos que pensaban en su educación aunque no pudieran ellos llevarla a cabo debido a su trágica muerte. Transcurridos unos años, el niño descubre los libros de instrucción que sus padres guardaban para él, y así, poco a poco, va comprendiendo el lenguaje escrito. Gracias a la escritura, que no al habla, Tarzán puede comunicarse con sus congéneres. El mismo Itard nos relata cómo Víctor del Aveyron, un caso muy real, consiguió conocer rudimentos de escritura aunque no pudiera emitir apenas algún que otro sonido medianamente articulado.

Una vez definido el término, pasaré a hacer una relación de los casos más conocidos de niños salvajes. Reconocidos pueden contarse entre unos cincuenta o sesenta de estos casos, puede incluso que más, pero de entre ellos me gustaría destacar sólo unos pocos. Aunque parece que ya en la Edad Media se supo de algún que otro suceso semejante, es en la Era de la Razón o de las Luces, el siglo XVIII, cuando surgieron en mayor intensidad o, al menos, cuando fueron recogidos con más precisión los datos y estudiados con más detenimiento. Casos así continuaron haciendo su aparición tanto en el siglo XIX como en el XX, llegando incluso al XXI. La filosofía que imperaba en el llamado Siglo de las Luces podía encontrar por fin una base real para sustentar sus tesis en el estudio metódico de aquellos niños encontrados en un estado tan contrario a las normas sociales. Determinar el grado de discernimiento que podían tener aquellas criaturas resultaba una tarea muy atractiva para quienes no hacían más que buscar diferencias entre el ser humano y aquellos otros parientes de la naturaleza, el resto de los animales, a quienes se les negaba (y aún hoy se sigue haciendo) el uso consciente del entendimiento.




miércoles, 2 de septiembre de 2009

El Misterio de los Niños Salvajes - Presentación

En el año 2002 completé un libro que escribí con verdadera ilusión y entusiasmo; un libro que decidí no publicar entonces y que ahora, gracias a la ventana abierta que nos ofrece el mundo de internet, me decido a sacar a la luz con alguna que otra modificación y actualización.

El libro en cuestión se titula "El Misterio de los Niños Salvajes" y trata de ser un estudio humano, no precisamente científico, de un asunto que desde siempre ejerció una especial fascinación, a la vez que tristeza, en mí. Se trata de esos seres abandonados y encontrados un día, bien sea en las selvas o bosques, o incluso, confinados en sus casas sin haber conocido nunca el mundo exterior. A muchos de ellos se les conoce como Niños Salvajes, o Niños Lobo; pero existen de tantos tipos que apenas parece encontrarse la palabra adecuada para clasificarlos. Son niños a los que se les privó del amor, por supuesto, e incluso del derecho a ser sencillamente "humanos".

Me gustaría ofreceros el contenido de este libro. No sé si será de vuestro interés; ni siquiera sé si decidiré publicarlo completamente en esta página creada con tanto cariño; pero, por lo pronto, os muestro el capítulo de presentación titulado Los Niños Salvajes.

Los “Niños Salvajes”


Desde los albores de la humanidad, el hombre parece disfrutar enormemente contándose historias los unos a los otros. En un principio lo hacían de manera oral, pero pronto la escritura se convirtió en un medio excelente para dar a conocer a los demás aquellas experiencias que clamaban por ser compartidas. Es en la niñez cuando parece que tenemos una mayor capacidad para dejarnos arrastrar completamente por esa gran diversidad de historias que, poco a poco, van haciéndose un sitio en nuestro corazón.

En mi caso particular, siempre constituyó toda una delicia escuchar de boca de mis padres ya fueran cuentos recién creados o bien aquellos transmitidos a lo largo de múltiples generaciones. Casi puede decirse que los periodos de convalecencia causados bien por un ataque de anginas o por el temido sarampión eran recibidos por mí con muestrasde alegría, pues semejantes momentos me iban a deparar el placer de escuchar historias fascinantes que me hacían viajar a través de espacios y tiempos bien lejanos de los que yo ocupaba entonces. Cuentos de príncipes y princesas, la leyenda del Minotauro, Cenicienta, Pulgarcito... Tantas y tantas historias que no son más que ecos de los desvelos de nuestro mundo. Y para completar mi dicha ahí estaban libros y más libros con bonitas ilustraciones y letras de un tamaño accesible a mis ojos de miope. Los libros me permitían el acercamiento de aquellos mundos que de otra manera no podía ver más que de forma muy difusa. También el cine se añadía como un apéndice más a ese cerebro que tantas ensoñaciones me provocaba. Claro que la combinación de las imágenes cinematográficas y mi cortedad visual producían un resultado más lleno de fantasía que de realidad, pero ¿qué otra cosa es el cine sino pura fantasía?

Entre todo aquel cúmulo de cuentos, poco a poco he ido dándome cuenta de que los que más influencia han tenido en no se sabe qué lugar misterioso de mi ser son aquellos que relatan las vivencias de seres criados lejos de sus congéneres o con muy graves problemas de comunicación. Seres sin sentido de pertenencia a ningún grupo determinado y que tan sólo descubrían su aparente falta de raíces ante la insistencia de quienes defendían, por encima de todo, el arraigo a un entorno geográfico y civilizado. Tarzán era uno de aquellos seres; luego vendría Mowgli, el protagonista humano de El Libro de la Selva (o el Libro de las Tierras Vírgenes, una traducción mucho más sugerente aunque no sea del todo adecuada).

La televisión también aportaba su granito de arena y un personaje tan singular como Marina hacía mis delicias. Marina era una jovencita procedente de las profundidades del mar, pero que, a diferencia de las sirenas, contaba con dos hermosas piernas que balanceaba acompasando su buen estilo natatorio. Ella buceaba con una gracia que bien me hubiera gustado compartir. Por si aquello no fuera suficiente, su mirada lo decía todo; y menos mal que era así puesto que aquella mirada (y su enigmática sonrisa) constituían su único medio de comunicación ya que su garganta no podía emitir el tan preciado don de la palabra. Pero aunque perteneciera a un mundo subacuático, no parecía notar ninguna diferencia entre “su pueblo” y el de aquellos otros seres que desarrollaban su existencia por encima del suelo terrestre. De hecho, gustaba mucho de la compañía de aquellos seres y, ¿por qué no decirlo?, sentía un impulso amoroso hacia uno de aquellos personajes de secano.

Marina, Tarzán, Mowgli. Seres que no sabían ni cuál era su origen, ni siquiera si dispondrían de un espacio común en el que pudieran compartir algo más que la existencia con aquellos que iban a encontrar a lo largo de sus vidas. Seres en realidad que, una vez conocidos los dos mundos, se veían confrontados a una elección que no deseaban realizar. ¿Por qué no les dejaban disfrutar de los dos? ¿El hecho de obligarles a esta elección no sería un signo de cierta envidia por quienes sólo podían hablar de un mundo propio?

Tanto Tarzán como Mowgli compartían algunas características. Los dos habían sido criados por animales debido a la ausencia de su padres naturales. Además, en los dos cuentos se nos relata cómo son rechazados también por algún miembro de su nueva “tribu”, pues de eso ni más ni menos estamos hablando, de tribus que segregan. La soledad que viven estos personajes es estremecedora; cuando contemplan su figura ante un lago pueden darse cuenta de que ésta es totalmente diferente a la de los demás habitantes de la selva, ya sea la de África como la de la India. Y cuando por fin se encuentran con sus “iguales”, tienen que sufrir una nueva decepción; tan solo son iguales a ellos en apariencia pues existen aspectos que siempre les mantendrán en la más absoluta soledad.

Pero no sólo me impresionaban aquellas historias. Un día contemplé algo nuevo. En esta ocasión se relataba un acontecimiento real. La historia de una mujer llamada Helen Keller, quien de niña, tras una enfermedad, había quedado ciega y sorda, y, como consecuencia de ello, también muda al no tener ninguna referencia en la que apoyarse para producir sonidos articulados. Ella no había nacido en la selva, es verdad, pero de alguna manera podríamos decir que su mundo podía ser así considerado. ¿Qué podía compartir con sus congéneres? ¿Cómo podía comunicarse con ellos? La impresión de aquella historia nunca me ha abandonado.

Más tarde descubriría una película entrañable para mí, de uno de los directores de cine que más me han gustado siempre y al que elegí para ponerme en contacto con él y que me dejara participar en sus películas (algo que no pude realizar pues su muerte hizo imposible la realización de aquel sueño). Se trataba del cineasta francés François Truffaut. En su película L’Enfant Sauvage, relataba la sorprendente historia de Víctor del Aveyron, un niño criado en los bosques franceses, y su incorporación a la sociedad. ¡Era una historia real! ¿Cómo podía entenderse todo aquello? No puedo negar que aún hoy ésta es una de esas películas que “me duelen”, pues el drama que relata no es para menos. Fue entonces cuando decidí comprar libros sobre el tema y así fui conociendo más y más casos asombrosos. Y un día, el impacto final: la historia de Genie, una niña encontrada tras casi doce años de cautividad; una niña que no sabía andar ni hablar; una niña contra la que se había cometido el gran abuso de la confinación. Estas tres historias son especiales para mí, no he de negarlo, y por eso he decidido dedicarles un lugar especial en este escrito que aquí comienzo.

Durante mucho tiempo he albergado en mi interior estas historias sobre los que genéricamente se conocen como “niños salvajes”. Sólo muy de vez en cuando encontraba a alguien interesado en el tema, pero las más de las veces he detectado horror ante ellas. Los seres humanos no queremos conocer esos datos que nos asemejan a las bestias. Durante algún tiempo me conformé con leer sobre ellos y consumirme de rabia ante la impotencia de hacer algo en la vida de esos seres desdichados. Pero hoy, de repente, he cambiado de opinión y he tomado una importante decisión para mí. Poner por escrito lo que tales historias me sugieren. Para impedir este simple acto de voluntad han venido a invadirme muchos prejuicios. ¿Qué puede aportar una persona como yo en esta materia? Y tras mucho pensar, me he dado una respuesta. No sé si puedo o no aportar, pero una de las características que parecen definirnos a estos seres bípedos y pensantes de los que apenas conocemos nada es la necesidad de expresar lo que llevamos dentro. Y eso es lo que voy a hacer; expresar un hecho y comunicarlo.

La mayoría de los libros escritos sobre este asunto lo han hecho en una línea científica. Yo no pretendo eso, ni mucho menos. Mi pretensión es otra. Es la de dar a conocerlo a quien aún no lo conozca y de sensibilizar aún más a los ya iniciados. Me parece quese ha relajado demasiado una característica de la que no sé por qué muchos parecen avergonzarse: la sensibilidad. Sin embargo se ha incidido, quizá en demasía, en otro aspecto: la razón. Tanto una como la otra pueden llegar a ser en cierta manera peligrosas si son llevadas a sus límites, pero ¿por qué ha de ser así? ¿No podríamos combinar estos dos elementos en la justa proporción y conseguir de esta manera un delicioso manjar?

Por lo que respecta a la sensibilidad, esa palabra que estoy segura herirá a más de uno, tengo que decir que tampoco es mi intención cargar las tintas en ese romanticismo que permite que un ser humano se consuma en un estado de salvajismo con tal de que se mantenga intocable la imagen del “buen salvaje”. Pero lo que sí deseoes dejar bien patente que la aplicación pura y dura de la ciencia nos hace escasamente humanos al abandonar, tras los años de investigación a ellos dedicados, a estas criaturas en la más absoluta de las perplejidades; sin saber ya a qué mundo pertenecen y sin posibilidad de progreso ni de retorno hacia ninguna parte.

En los momentos en que me pongo a escribir estas páginas, Genie languidece en algún lugar de California, justo cuando cuenta casi mi edad. Y también aproximadamente a los años que tengo yo ahora moría Víctor del Aveyron en la ciudad de París, abandonado hacía mucho tiempo por la ciencia que no por quien siempre le mostró afecto, la señora Guérin. La misma edad para los tres, la cuarentena, una edad de crisis ciertamente; una edad que me obliga a expresar aquello que guardo... ¿desde cuándo exactamente?