domingo, 12 de diciembre de 2010

Inteligencia, Desarrollo y Aprendizaje - 1

Ante el encuentro con un “niño salvaje” o con alguien que haya tenido sus facultades sensoriales muy perjudicadas, surge una pregunta que queremos ver satisfecha: ¿Qué pensaban estas personas antes de ser integradas a la sociedad? Eso suponiendo que quien se encuentre con uno de estos niños no sea de los que incluso les nieguen la capacidad de pensamiento.

Harlan Lane, en su libro
El niño salvaje del Aveyron, transcribe la respuesta dada por un sordomudo de Chartres que, según cuenta Condillac, recuperó el oído a los 23 años:

“Llevaba una vida puramente animal, totalmente ocupado por los objetos sensibles y presentes, y con las pocas ideas que recibía mediante la vista. Ni siquiera establecía todas las comparaciones posibles entre estas ideas. No es que, naturalmente, careciera de inteligencia, sino que la inteligencia de un hombre privado de la relación con los otros está tan poco ejercitada y cultivada, que piensa solamente en la medida en que se ve obligado por los objetos exteriores. La mayoría de las ideas de los hombres proceden de su comercio recíproco”.
Según estas palabras más que de falta de pensamiento de lo que estaríamos hablando es de un menor número de necesidades sobre las que pensar. Y en este sentido Itard fue creando en su alumno cada vez un mayor número de necesidades para desarrollar su mente y que ésta estuviera más en consonancia con la de la sociedad en la que Víctor tenía que vivir.

Cuando se nos dice que estos niños actúan de manera animal ya que sólo se mueven de acuerdo a sus necesidades, habría que considerar si nosotros no actuamos también de la misma forma. Yo creo que sí, lo que ocurre es que nuestras necesidades, muy probablemente debido a la socialización, son cada vez mayores; ya hemos visto que incluso nos preguntamos cosas tan complicadas como quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos. Es decir, nuestras necesidades están más ampliadas debido a la evolución y a la transmisión que podemos hacer entre nosotros de nuestros conocimientos.

Gracias a vivir en sociedad, lo que hicieron nuestros ancestros nos ha sido comunicado y podemos ahora no sólo utilizarlo sino avanzar en nuestro desarrollo sin necesidad de dar nuevamente aquellos primeros pasos. Es un hecho que estos “niños salvajes” no han contado con el conocimiento anterior y que tienen que descubrir diariamente aspectos revelados hace mucho tiempo y legados ya por nuestros predecesores, por tanto es muy lógico suponer que por supuesto que utilizan su inteligencia, pero que no cuentan con las ventajas de los que vivimos dentro de una estructura civilizada.

El hecho de que estos niños no puedan comunicarse con nosotros como nos gustaría, no quiere decir que no cuenten con la capacidad de pensar, ni mucho menos que su pensamiento no sea inteligente. ¿Es posible que seres abandonados puedan subsistir en lugares tan inhóspitos para el ser humano si no hubieran utilizado –y bien su inteligencia? Yo creo que no. Por supuesto que la tienen, pero una inteligencia aplicada a la vida que debían llevar y no a la que desarrollamos quienes convivimos en una sociedad como la nuestra.

No niego que puedan existir niños que efectivamente sufrieran algún tipo de deficiencia congénita, pero lo que quiero dejar claro es que, a lo mejor, un caso así podría ser la excepción en vez de la norma; no podemos hacer generalizaciones cuando desconocemos las anteriores circunstancias de estos niños.

Si una persona que ha vivido en condiciones tan difíciles es capaz, al poco de introducirse en su nuevo entorno, no sólo de integrarse plenamente en esa nueva estructura sino de expresarse además como el mejor de nuestros universitarios, no debe quedarnos ninguna duda de que estamos hablando de un ser excepcional. Pero no nos engañemos, tanto entre los niños salvajes como entre los civilizados esa especie es la que menos abunda. La sociedad común y la científica deseaba contar con la existencia de seres superdotados como Helen Keller o como el sordomudo Massieu (contemporáneo de Víctor del Aveyron) que podían contestar a las preguntas más complicadas que les hiciera el auditorio más selecto. Puesto que ni Víctor ni Genie, por poner dos ejemplos, alcanzaron esas altas cotas del saber erudito de nuestra cultura, son muchos los que concluyen que no sólo no eran normales y que como tales necesitaban un gran periodo de adaptación después de tan duras circunstancias, sino que eran deficientes mentales desde el mismísimo momento de su nacimiento. Pero, ¿podemos asegurarlo?

Ya hemos visto que no podemos saber con absoluta certeza si esa deficiencia existía o no antes de que fueran abandonados, pero lo que no puede extrañarnos de ninguna forma es que sufran un retraso con respecto al resto de los individuos criados y educados dentro de una sociedad como la nuestra. Estos niños no han podido desarrollar de manera adecuada y a su debido tiempo las habilidades que a nosotros nos parecen tan normales y que a ellos tienen que resultarles muy ajenas. Serían en todo caso retrasados para nuestra concepción del mundo pero no para la suya.

Por lo que respecta a Genie, Susan Curtiss no comparte la opinión de una deficiencia mental innata, y para justificar su postura aporta los datos obtenidos de diferentes exámenes que se le hicieron para valorar su capacidad mental y que se repitieron varias veces. En estos análisis se vio que esta capacidad aumentaba en la niña año tras año, algo que “no sucede en una persona, niño o adulto, mentalmente retardado”(The Secret of the Wild Child, NOVA, un documental producido por WGBH, Boston, 4 de marzo de 1997.)

Cuando Bonnaterre nos habla de Víctor en su Notice historique sur le sauvage de l’Aveyron, afirma que el niño “no está totalmente desprovisto de inteligencia, de reflexión ni de razonamiento”. Sin embargo, una vez apuntado esto, señala lo siguiente: “en todos los casos en los que no se trata de satisfacer sus necesidades naturales ni su apetito, sólo se ven en él funciones puramente animales: si tiene sensaciones, no logran producir ninguna idea; tampoco posee la facultad de compararlas entre ellas: podríamos decir que no tiene ninguna correspondencia entre su alma y su cuerpo y que no reflexiona sobre nada: por tanto, no tiene discernimiento ni espíritu ni memoria”. (Lane, Harlan: El niño salvaje del Aveyron, Alianza Editorial, Madrid, 1984.)

Y yo me pregunto: ¿cómo puede asegurar Bonnaterre que en el caso de tener sensaciones, éstas no produzcan en el niño ninguna idea?; ¿acaso pudo preguntarle al chaval qué ideas albergaba su mente? Me parece que ésta es una apreciación demasiado aventurada. Incluso se atreve a decir Bonnaterre que no hay correspondencia entre su alma y su cuerpo y que no reflexiona sobre nada; y de esto concluye que no tiene discernimiento y que por supuesto no tiene memoria. Evidentemente no podía discernir sobre aspectos culturales típicos de nuestra civilización; sin embargo, pudo aplicar muy bien su discernimiento para sobrevivir; o es que ¿vamos a dejarlo todo en manos de los instintos? Unos instintos que, al menos por lo que sabemos en el caso de Víctor, no parece que fueran suficientes a la hora de descubrirle los misterios del sexo, algo que creó gran perplejidad en Itard.

Sin embargo, y a pesar de lo dicho anteriormente, Bonnaterre afirma que Víctor había dado “numerosos ejemplos de ingeniosidad y habilidad”. Y eso antes de que fuera socializado.

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