miércoles, 2 de septiembre de 2009

El Misterio de los Niños Salvajes - Presentación

En el año 2002 completé un libro que escribí con verdadera ilusión y entusiasmo; un libro que decidí no publicar entonces y que ahora, gracias a la ventana abierta que nos ofrece el mundo de internet, me decido a sacar a la luz con alguna que otra modificación y actualización.

El libro en cuestión se titula "El Misterio de los Niños Salvajes" y trata de ser un estudio humano, no precisamente científico, de un asunto que desde siempre ejerció una especial fascinación, a la vez que tristeza, en mí. Se trata de esos seres abandonados y encontrados un día, bien sea en las selvas o bosques, o incluso, confinados en sus casas sin haber conocido nunca el mundo exterior. A muchos de ellos se les conoce como Niños Salvajes, o Niños Lobo; pero existen de tantos tipos que apenas parece encontrarse la palabra adecuada para clasificarlos. Son niños a los que se les privó del amor, por supuesto, e incluso del derecho a ser sencillamente "humanos".

Me gustaría ofreceros el contenido de este libro. No sé si será de vuestro interés; ni siquiera sé si decidiré publicarlo completamente en esta página creada con tanto cariño; pero, por lo pronto, os muestro el capítulo de presentación titulado Los Niños Salvajes.

Los “Niños Salvajes”


Desde los albores de la humanidad, el hombre parece disfrutar enormemente contándose historias los unos a los otros. En un principio lo hacían de manera oral, pero pronto la escritura se convirtió en un medio excelente para dar a conocer a los demás aquellas experiencias que clamaban por ser compartidas. Es en la niñez cuando parece que tenemos una mayor capacidad para dejarnos arrastrar completamente por esa gran diversidad de historias que, poco a poco, van haciéndose un sitio en nuestro corazón.

En mi caso particular, siempre constituyó toda una delicia escuchar de boca de mis padres ya fueran cuentos recién creados o bien aquellos transmitidos a lo largo de múltiples generaciones. Casi puede decirse que los periodos de convalecencia causados bien por un ataque de anginas o por el temido sarampión eran recibidos por mí con muestrasde alegría, pues semejantes momentos me iban a deparar el placer de escuchar historias fascinantes que me hacían viajar a través de espacios y tiempos bien lejanos de los que yo ocupaba entonces. Cuentos de príncipes y princesas, la leyenda del Minotauro, Cenicienta, Pulgarcito... Tantas y tantas historias que no son más que ecos de los desvelos de nuestro mundo. Y para completar mi dicha ahí estaban libros y más libros con bonitas ilustraciones y letras de un tamaño accesible a mis ojos de miope. Los libros me permitían el acercamiento de aquellos mundos que de otra manera no podía ver más que de forma muy difusa. También el cine se añadía como un apéndice más a ese cerebro que tantas ensoñaciones me provocaba. Claro que la combinación de las imágenes cinematográficas y mi cortedad visual producían un resultado más lleno de fantasía que de realidad, pero ¿qué otra cosa es el cine sino pura fantasía?

Entre todo aquel cúmulo de cuentos, poco a poco he ido dándome cuenta de que los que más influencia han tenido en no se sabe qué lugar misterioso de mi ser son aquellos que relatan las vivencias de seres criados lejos de sus congéneres o con muy graves problemas de comunicación. Seres sin sentido de pertenencia a ningún grupo determinado y que tan sólo descubrían su aparente falta de raíces ante la insistencia de quienes defendían, por encima de todo, el arraigo a un entorno geográfico y civilizado. Tarzán era uno de aquellos seres; luego vendría Mowgli, el protagonista humano de El Libro de la Selva (o el Libro de las Tierras Vírgenes, una traducción mucho más sugerente aunque no sea del todo adecuada).

La televisión también aportaba su granito de arena y un personaje tan singular como Marina hacía mis delicias. Marina era una jovencita procedente de las profundidades del mar, pero que, a diferencia de las sirenas, contaba con dos hermosas piernas que balanceaba acompasando su buen estilo natatorio. Ella buceaba con una gracia que bien me hubiera gustado compartir. Por si aquello no fuera suficiente, su mirada lo decía todo; y menos mal que era así puesto que aquella mirada (y su enigmática sonrisa) constituían su único medio de comunicación ya que su garganta no podía emitir el tan preciado don de la palabra. Pero aunque perteneciera a un mundo subacuático, no parecía notar ninguna diferencia entre “su pueblo” y el de aquellos otros seres que desarrollaban su existencia por encima del suelo terrestre. De hecho, gustaba mucho de la compañía de aquellos seres y, ¿por qué no decirlo?, sentía un impulso amoroso hacia uno de aquellos personajes de secano.

Marina, Tarzán, Mowgli. Seres que no sabían ni cuál era su origen, ni siquiera si dispondrían de un espacio común en el que pudieran compartir algo más que la existencia con aquellos que iban a encontrar a lo largo de sus vidas. Seres en realidad que, una vez conocidos los dos mundos, se veían confrontados a una elección que no deseaban realizar. ¿Por qué no les dejaban disfrutar de los dos? ¿El hecho de obligarles a esta elección no sería un signo de cierta envidia por quienes sólo podían hablar de un mundo propio?

Tanto Tarzán como Mowgli compartían algunas características. Los dos habían sido criados por animales debido a la ausencia de su padres naturales. Además, en los dos cuentos se nos relata cómo son rechazados también por algún miembro de su nueva “tribu”, pues de eso ni más ni menos estamos hablando, de tribus que segregan. La soledad que viven estos personajes es estremecedora; cuando contemplan su figura ante un lago pueden darse cuenta de que ésta es totalmente diferente a la de los demás habitantes de la selva, ya sea la de África como la de la India. Y cuando por fin se encuentran con sus “iguales”, tienen que sufrir una nueva decepción; tan solo son iguales a ellos en apariencia pues existen aspectos que siempre les mantendrán en la más absoluta soledad.

Pero no sólo me impresionaban aquellas historias. Un día contemplé algo nuevo. En esta ocasión se relataba un acontecimiento real. La historia de una mujer llamada Helen Keller, quien de niña, tras una enfermedad, había quedado ciega y sorda, y, como consecuencia de ello, también muda al no tener ninguna referencia en la que apoyarse para producir sonidos articulados. Ella no había nacido en la selva, es verdad, pero de alguna manera podríamos decir que su mundo podía ser así considerado. ¿Qué podía compartir con sus congéneres? ¿Cómo podía comunicarse con ellos? La impresión de aquella historia nunca me ha abandonado.

Más tarde descubriría una película entrañable para mí, de uno de los directores de cine que más me han gustado siempre y al que elegí para ponerme en contacto con él y que me dejara participar en sus películas (algo que no pude realizar pues su muerte hizo imposible la realización de aquel sueño). Se trataba del cineasta francés François Truffaut. En su película L’Enfant Sauvage, relataba la sorprendente historia de Víctor del Aveyron, un niño criado en los bosques franceses, y su incorporación a la sociedad. ¡Era una historia real! ¿Cómo podía entenderse todo aquello? No puedo negar que aún hoy ésta es una de esas películas que “me duelen”, pues el drama que relata no es para menos. Fue entonces cuando decidí comprar libros sobre el tema y así fui conociendo más y más casos asombrosos. Y un día, el impacto final: la historia de Genie, una niña encontrada tras casi doce años de cautividad; una niña que no sabía andar ni hablar; una niña contra la que se había cometido el gran abuso de la confinación. Estas tres historias son especiales para mí, no he de negarlo, y por eso he decidido dedicarles un lugar especial en este escrito que aquí comienzo.

Durante mucho tiempo he albergado en mi interior estas historias sobre los que genéricamente se conocen como “niños salvajes”. Sólo muy de vez en cuando encontraba a alguien interesado en el tema, pero las más de las veces he detectado horror ante ellas. Los seres humanos no queremos conocer esos datos que nos asemejan a las bestias. Durante algún tiempo me conformé con leer sobre ellos y consumirme de rabia ante la impotencia de hacer algo en la vida de esos seres desdichados. Pero hoy, de repente, he cambiado de opinión y he tomado una importante decisión para mí. Poner por escrito lo que tales historias me sugieren. Para impedir este simple acto de voluntad han venido a invadirme muchos prejuicios. ¿Qué puede aportar una persona como yo en esta materia? Y tras mucho pensar, me he dado una respuesta. No sé si puedo o no aportar, pero una de las características que parecen definirnos a estos seres bípedos y pensantes de los que apenas conocemos nada es la necesidad de expresar lo que llevamos dentro. Y eso es lo que voy a hacer; expresar un hecho y comunicarlo.

La mayoría de los libros escritos sobre este asunto lo han hecho en una línea científica. Yo no pretendo eso, ni mucho menos. Mi pretensión es otra. Es la de dar a conocerlo a quien aún no lo conozca y de sensibilizar aún más a los ya iniciados. Me parece quese ha relajado demasiado una característica de la que no sé por qué muchos parecen avergonzarse: la sensibilidad. Sin embargo se ha incidido, quizá en demasía, en otro aspecto: la razón. Tanto una como la otra pueden llegar a ser en cierta manera peligrosas si son llevadas a sus límites, pero ¿por qué ha de ser así? ¿No podríamos combinar estos dos elementos en la justa proporción y conseguir de esta manera un delicioso manjar?

Por lo que respecta a la sensibilidad, esa palabra que estoy segura herirá a más de uno, tengo que decir que tampoco es mi intención cargar las tintas en ese romanticismo que permite que un ser humano se consuma en un estado de salvajismo con tal de que se mantenga intocable la imagen del “buen salvaje”. Pero lo que sí deseoes dejar bien patente que la aplicación pura y dura de la ciencia nos hace escasamente humanos al abandonar, tras los años de investigación a ellos dedicados, a estas criaturas en la más absoluta de las perplejidades; sin saber ya a qué mundo pertenecen y sin posibilidad de progreso ni de retorno hacia ninguna parte.

En los momentos en que me pongo a escribir estas páginas, Genie languidece en algún lugar de California, justo cuando cuenta casi mi edad. Y también aproximadamente a los años que tengo yo ahora moría Víctor del Aveyron en la ciudad de París, abandonado hacía mucho tiempo por la ciencia que no por quien siempre le mostró afecto, la señora Guérin. La misma edad para los tres, la cuarentena, una edad de crisis ciertamente; una edad que me obliga a expresar aquello que guardo... ¿desde cuándo exactamente?


13 comentarios:

Anónimo dijo...

Los niños salvajes, un tema muy interesante. La ciencia suele abandonar aquello para lo que no tiene respuesta. Parece que últimamente la sensibilidad asusta a muchos.
Bienvenida.
Besos
anamorgana

María Fernanda Buhigas Patiño dijo...

Hola Ana!

Qué alegría verte por aquí. Gracias por tu comentario y tu visita.
Sí, a veces puede más el posible éxito que la sencilla sensibilidad. Te mando un fuerte abrazo

Juan Antonio dijo...

Rebienvenida, amiga.

Hoy nos trajiste un tema muy interesante que me ha hecho reflexionar... Y lo seguiré haciendo, pues no había pensado en ello antes.

Me gustó mucho su lectura. Además, leí otros posts de tu Blog y me encanta cómo escribes y los temas que tratas.

Un abrazo.

Juan Antonio

María Fernanda Buhigas Patiño dijo...

JUAN ANTONIO,

Muchísimas gracias por tus lindas palabras. ¿Sabes? La verdad es que como digo en mis dos entradas en un blog y en el otro, este tema me ha llamado la atención siempre; supongo que en parte por la incomunicación que genera este problema y que me resulta tan alejada de la esencia humana. De niña se me explicaba en el colegio que el ser humano es alguien social por excelencia, entonces... ¿qué sucede cuando esa sociedad está ausente? Espero que te siga gustando el texto.

Un muy fuerte abrazo

MRB dijo...

Me has dejado apabullada con esa información. Tu sensibilidad se te cuela por los poros y es evidente que situaciones como estas, nos dejan con escalofríos en el cuerpo. Además, tienes el don de narrarlo con espontaneidad y tus reflexiones son por demás, muy sensatas.

Te dejo un abrazo cariñoso.

María Fernanda Buhigas Patiño dijo...

SHANTY,

¡Qué amable eres! Tú también eres muy sensible y percibes muchas cosas. Te agradezco mucho tu comentario y tu visita. Besitos

isthar dijo...

pASO A SALUDARTE Y DECIR QUE MUY INTERESANTE ESPACIO fELICIDADES
ese gatito está precioso y muy amoroso,suerte!!!!
Besos Isthar

María Fernanda Buhigas Patiño dijo...

ISTHAR,

Gracias por tu saludo y sí, la gatita es preciosísima. Es como tener un peluchito pero con iniciativa propia... y ni te cuento la cantidad de iniciativa que derrocha. Muchos besos

Myriam dijo...

Te dejo un beso y un abrazo y te leeré en mis vacaciones, ya en un rato me voy al aeropuerto.

desdemismontañas dijo...

Holaaa mi Hadi
Hoy he pasado por tu casa, me he quedado un ratito leyéndote, ya me voy, peeero, no sin antes dejarte un montón de besos.

María Fernanda Buhigas Patiño dijo...

MYR,

¿Y a dónde vas esta vez! ¡¡¡Ya nos contarás!!! Que te lo pases muy pero que muy bien. Muchos besos

DESDEMISMONTAÑAS,

¡Qué alegría verte por aquí! Te mando muchísimos besos

Myriam dijo...

1- Hahahahahahha estoy leyendo mi comentario anterior y tu respuesta: pués ya sabes a dónde fuí y lo bien que la pasé con ustedes.

2- Decirte que ya me he leido todas tus entradas sobre los Niños Salvages, ahora que me he puesto al dia con el trabajo, luego de tamañas vacaiones. Me parece muy interesante todo, ¡Qué gran trabajo de investigación has hecho! Seguiré leyendo tus entregas. Disculpa que no te comente cada una, Comentaré a partir de la próxima que hagas.

Besotes

María Fernanda Buhigas Patiño dijo...

MYR,

Sí, fue toda una sorpresa ver que venías aquí entre otros sitios!!!

Gracias por haber leído todas mis entradas; y gracias por las palabras que dedicas a este trabajo hecho con mucha ilusión.

Muchos besos