sábado, 11 de julio de 2009

UNO MÁS UNO - (Parte 5 de 10)

Teo

Mientras preparaba mi acostumbrado chocolate, de repente me he sorprendido riéndome en alta voz. Menos mal que mis vecinos ya están acostumbrados a mis salidas de tono y ya no me preocupa en absoluto lo que puedan pensar. La razón de mi carcajada es el recuerdo que ha acudido a mi mente, precisamente en el instante en que desleía, con sumo cuidado, la cucharada de chocolate en la leche, pues, por mucho que digan que es instantáneo, yo no he conseguido hacer desaparecer de mi taza algún que otro grumo traicionero.

Han pasado ya bastantes meses desde nuestro primer encuentro. Aquella tarde, la tensión del trabajo me había llevado al límite de mis nervios, y, para rematar, un enorme atasco en la Castellana. De verdad que envidiaba la tranquilidad del automovilista que me precedía, quien, ni corto ni perezoso, aprovechó la obligada parada para adentrarse en los misterios del periódico que todavía no había tenido tiempo de leer.

Si el día no había estado lo suficientemente repleto de desagradables acontecimientos, la llegada a mi casa todavía me deparaba una nueva, y no precisamente agradable, sorpresa. Curiosamente, la zona se encontraba desierta de coches; algo bastante inusual. Por supuesto, después de un día tan aciago, agradecí la suerte de encontrar con tanta facilidad un aparcamiento. Pero, en el instante en que las ruedas de mi coche se doblaban para acoplarse al bordillo de la acera, una mujer, con rostro iracundo, me ordenó, sí, sí, me ordenó, no me pidió ni suplicó, sino que impuso a bocajarro su tajante pretensión de que me alejara de allí.


Por supuesto yo estaba dispuesto a presentar batalla. Aquella mujer no tenía ningún derecho a obligarme a retirar mi vehículo de un lugar tan cercano a mi domicilio. Además, para eso pagaba mis tasas al Ayuntamiento, y para eso tenía mi tarjeta de residente que me autorizaba a aparcar en la zona.

La discusión que siguió al primer encuentro con la mujer fue un poco subida de tono. Yo no estaba dispuesto a ceder, y ella parecía que tampoco. Al cabo de unos momentos de gritos sucesivos, apareció mi esperanza en traje azul. Un municipal venía a rescatarme. Al menos eso es lo que creí yo, pero resultó que, para chasco mío, se puso del lado de la furibunda mujer. Se trataba, me dijo, del rodaje de una película; estaban pagados los permisos necesarios y yo tenía que desalojar la zona.

¡Aquello era intolerable! ¿Qué pasaba con los impuestos? ¿Para qué los pagaba? ¿Para que cualquier mequetrefe del cinematógrafo me empujara de allí? ¡Se trataba de mi barrio! Protesté y protesté, pero, al final, hube de ceder. A regañadientes, por supuesto, pero me marché.


Cuando giraba el volante para hacer salir a mi destartalado coche de una tan buena zona de aparcamiento, aquella descarada me indicó el título de la película y me sugirió que fuera a verla cuando se estrenara; quizá entonces podría apreciar mi contribución al arte. La fulminé con la mirada, pero, desgraciadamente, ningún rayo procedente de mis pupilas pudo exterminarla.
Y llegó el día del estreno.

Aun a pesar de mi excelente memoria, cuando Juanjo me invitó a esa premier, no relacioné el incidente de hacía algún tiempo con aquella película. Pero allí estaba ella. Su rostro me resultó familiar, aunque el maquillaje que lo alteraba marcaba distancias entre esta mujer y la que me gritara en el aparcamiento. De repente se hizo l
a luz en mi mente. Si cuando yo digo que tengo buena memoria, por algo será.

Cuando la vi fue después de tener la oportunidad de aburrirme con la proyección, y las primeras palabras que le dirigí fueron: “Pues, después de todo, no creo que mereciera la pena.” Por supuesto la pillé totalmente por sorpresa, y creo que aquella fue una de esas escasísimas veces en que la
susodicha no supo qué responder. Decidí aclararle la situación; la ignorancia ajena es algo que me puede, y siempre intento cotrarrestarla. A partir de aquel momento nos hicimos algo así como amigos.

Marta es de esas mujeres que tienen algo. Sus ojos son demasiado pequeños, pero con unas chispitas que consiguen derretirte. En lo que se refiere a su nariz, es una de ésas cuyo fin debería ser la mesa del quirófano, pero ella parece no estar por la labor. Su boca probablemente es demasiado gruesa, sin embargo, debo admitir que, cuando la beso, sus labios consiguen procurarme un abrigo especialmente cálido. Su tamaño podría considerarse casi el mini; claro que, no tengo que forzar demasiado mi cintura al ponerme a su lado. En conjunto, Marta tiene algo que, si

no puede ser considerado como belleza, podría muy bien ser definido como “magia”.

CONTINUARÁ...

4 comentarios:

Myriam dijo...

Bueno querida amiga, ya me los lei todos! Espero entonces el descenlace....¿ qué pasará con esta pareja ... "despareja?" has logrado intrigarme!!!!!!!......


Buen Fin de semana!

La Gata Coqueta dijo...

Después de pasarlo mal, todo tiene recompensa en esta vida del señor...

Ya veremos como les luce el pelo a los dos...

Un abrazo y feliz semana!!

desdemismontañas dijo...

Me lo copio y lo leeré tranquilita en cuanto pueda.

Un beso.

Patricia dijo...

Es verdad que a veces uno puede encontrar a la pareja ideal en las circunstancias menos esperadas! tienes una manera de relatar las cosas exquisita, sigo y sigo...veremos que pasa...
besos,