miércoles, 10 de noviembre de 2010

Quiénes somos los seres humanos - 3


Juan Luis Arsuaga e Ignacio Martínez en su libro La especie elegida, nos dicen que existen “genes en la base de nuestra conducta”; e incluso llegan a afirmar estos integrantes del Proyecto Atapuerca que “hoy no quedan dudas acerca de cierto determinismo genético de comportamiento”.

Pero, además de este determinismo genético, nos hablan de lo que podría considerarse una programación adaptativa que permite el aprendizaje. “Los humanos –escriben Arsuaga y Martínez- formamos una especie muy inteligente de primates sociales, y tenemos una gran flexibilidad en nuestra conducta, que nos permite dar repuestas diferentes, basadas en la propia experiencia o el aprendizaje, a las distintas situaciones que se presentan en nuestro medio. En la vida surgen muchos problemas imprevisibles, y por tanto la solución no puede estar en los genes”.

En Víctor del Aveyron (a quien la gran mayoría consideraba retardado) se descubrió una característica de la que, creo que con razón, nos sentimos muy satisfechos: la capacidad de inventar. Bien, eso lo situaba en el mundo de los humanos; y como ya estaba en él, había que demostrar que lo que explicaba su torpeza en múltiples asuntos sólo podía ser su retraso mental; una deficiencia que para muchos estudiosos no era fruto de su aislamiento, sino que lo acompañaba desde su nacimiento.

Hoy en día cada vez se acepta más y más la importancia de la sociedad para el desarrollo humano. Somos animales so
ciales y sólo dentro de un marco social podemos llevar a la plenitud esas características con las que contamos, además de poder descubrir nuevas vías de creación.

Sin embargo, en vez de sustentar nuestras hipótesis en la importancia de una comunidad social, muchas veces ha prevalecido el deseo de demostrar por encima de todo una autosuficiencia del hombre como ser individual. Así, cuando se observan graves deficiencias en los niños salvajes de acuerdo a nuestro sistema de vida se concluye sin más que todos ellos compartían una deficiencia mental de tipo congénito. Queremos situarnos en el escalón más alto de la evolución; por tanto, si encontramos a un ser que, según nuestro criterio, no responde a esa situación, lo solucionamos diagnosticándolo como deficiente mental y lo condenamos al olvido.

Y es que si algo desa
grada al ser humano civilizado es que se descubran en él aspectos que le asemejen a las bestias. Su pudor no puede aceptar este hecho, y a quienes nos muestran señales de animalidad los apartamos y encerramos en una clasificación bien alejada de nosotros.

Son muchos los que admiran a casi todos los representantes del reino animal, pero que, sin embargo, ante la visión de chimpancés, orangutanes y demás primates parecidos a los humanos sienten una profunda repulsión. ¿No es esto algo revelador? Nos da miedo vernos a nosotros mismos con esos componentes de animalidad que sin duda albergamos, y queremos probar -que no descubrir la verdad o falsedad de ello- que estamos en lo más alto de la escala evolutiva: somos los reyes. Como Tarzán que era el Rey de la Selva y casi podemos decir que lo era en cualquier lugar en el que se encontrara ya que parecía un ser superdotado en lugar de alguien con grandes carencias.

En definitiva, no se está intentando averiguar lo que es un ser humano, sino demostrar su superioridad. Lo que queremos es demostrar la certeza de nuestras hipótesis y así no le dejamos a la naturaleza expresarse por sí misma, no vaya a ser que nos contradiga. Partimos de la base de que es mucho lo que sabemos y no estamos dispuestos a admitir que es mucho más lo que ignoramos.



4 comentarios:

neuriwoman dijo...

Excelente reflexión con la que estoy totalmente de acuerdo contigo. El ser humano siempre se considera superior a cualquier otra especie animal, sin tener en cuenta que el hombre es solo otra especie más. Que en estos momentos tiene la suerte para desgracia de los demás de ostentar la cuspide de esa jerarquía que él lleva siglos intentando mantener.
En efecto ver esa mirada tierna y a la vez tan humana de algunos primates nos perturba y nos incomoda, haciendonos olvidar que en nuestro cerebro todavía conservamos la parta más primitiva que los cientificos han dado en llamar "cerebro de reptil". En esa capa de corteza cerebral se encuentran nuestro instintos más agresivos y animales, que solo la cultura y la inteligencia han conseguido maquillar para que pudiesemos desarrollar conductas menos agresivas y sobre todo permitir el desarrollo de la neocorteza, que nos humaniza un poquito más. (Pero creo que nunca será lo suficiente, menos mal que también contamos con la espiritualidad y la autoreflexión).
Saludos cordiales.

María Fernanda Buhigas Patiño dijo...

NEURIWOMAN,

Muchísimas gracias por pasar por aquí, detenerte a leer lo escrito y añadir tú un comentario tan profundo y meditado. Gracias y bienvenida.

Un abrazo muy fuerte

neuriwoman dijo...

Gracias a ti por tu magnifica entrada, tan sensata y tan amena de leer, y tan llena de verdad. Es un toque de reflexión que a veces nos hace falta a los seres humanos para recordar que ese pedestal en el que nos hemos colocado, a veces no lo merecemos.
Un abrazo.

María Fernanda Buhigas Patiño dijo...

¡Qué linda eres!