viernes, 21 de mayo de 2010

Una realidad tangible (2)


El recién llegado echó
un ojo a un lado y luego el otro hacia el flanco contrario para espiar la posibilidad de que los periodistas, ansiosos de noticias, estuvieran allí, al acecho, para pedirle alguna que otra opinión. Ya estaba acostumbrado. Sin embargo, la situación escandalosa de la política del país los debía tener a todos reunidos en puntos estratégicos del gobierno de la nación, porque ni un meritorio de la agencia de noticias más rastrera se acercó a solicitarle ni siquiera la hora. Por una parte le agradó la ausencia de masas para recibirlo; pero, en su fuero interno, un no sé qué de orgullo herido iba arrastrándose por sus entretelas. En fin, resultaba evidente que el viejo asuntillo de la vanidad aún no había sido completamente vencido.

Un taxista parlanchín fue el encargado de llevarle a su casa. El trayecto desde el aeropuerto a ésta estuvo plagado de comentarios sobre el mal estado de la circulación, la nefasta incidencia de la sequía, la escandalosa subida de la gasolina, y un sin fin de temas al uso. El viajero se limitaba a asentir, ante el evidente disgusto del taxista a quien parecía contrariarle mucho el hecho de que los que se sentaban a su espalda no manifestaran deseos de formular argumentos que contradijeran los suyos. Pero es que Raúl Padierna venía cansado. Ocho horas de vuelo y tres meses de conferencias quitaban las ganas de discutir al más vindicativo de los seres del planeta.

Como siempre, la llave se resistía a abrir la cerradura. ¿Por qué le tenían que ocurrir estas cosas a él? Todo el mundo era perfectamente capaz de introducir el metálico instrumento en la rendijita dentada, obteniendo con tan sencillo movimiento la esperada apertura; todos, menos él. Como una constante más de su vida, la llave se negaba a girar suavemente, retardando su entrada en el apartamento, y negándole el goce que experimentaba al arrellanarse en su cómodo sillón de tela, frente a la luz de la ventana.

El famoso inconveniente de la discrepancia horaria tuvo efectos demoledores en su cansado estado y, a los pocos minutos de entrar en el edificio, dormitaba, apoyada su oreja derecha sobre el tejido suave de su querido sillón. Cuando despertara, la tortícolis le recordaría que no era bueno cabecear sin el apoyo de un mullido colchón, pero ahora sus sueños lo llevaban por rutas menos agotadoras que su reciente gira.

Raúl Padierna era de esos hombres que en su juventud habían creído que no tendrían tiempo para nada si no se daban prisa en actuar, y a la materialización de sus sueños dedicó los primeros años de su vida. Ahora que sobrepasaba en demasía los sesenta, las cosas no le parecían tan inmediatas, y se tomaba todo con una calma que hacía desesperar a quienes manejaban el aspecto mercantil de sus correrías. Después de dormir, repuesto ya de su anterior cansancio, decidió dedicar parte de su tiempo a disfrutar de alguna que otra hora de soledad. Pero, desgraciadamente para él, el sonido del teléfono parecía dispuesto a frustrar sus planes. Menos mal que los reflejos seguían funcionándole a las mil maravillas porque, cuando iba a ceder a su impulso y ya se inclinaba para hacerse con el auricular, giró en redondo y dejó que el contestador automático cumpliera con su deber. No le apetecía interrumpir el curso de sus pensamientos. Si alguien quería hablar con él, tendría que posponer su deseo el tiempo suficiente para que Raúl se hiciera con la dosis de soledad necesaria a su subsistencia.

Cumplido el trámite del sillón, se imponía estirar las piernas fuera del domicilio. Pasear por las calles de su barrio lograba equilibrar sus contradictorios instintos gregarios y anacoretas. Cada cierto tiempo se paraba a departir con el del kiosco de prensa, con la panadera de la esquina, o bien con diversos vecinos de los que no sabía nada en lo que a su vida privada se refería, pero que derrochaban sociabilidad a raudales. Era un hecho incontestable. Raúl Padierna había regresado al hogar.


(...)


4 comentarios:

Mandalas, Espacio Abierto dijo...

Hola Hada guapa

¡Qué bien, hay continuación! Me ha encantado. ¿Habrá más aventuras de Raúl Padierna? Ojalá. Sigo enganchada :D.

Besotes.

María Fernanda Buhigas Patiño dijo...

MANDALAS,

Gracias por tu comentario y seguimiento. Pues sí, es un relato de varias páginas que estoy publicando a poquitos por las características del blog, para no cansar con lecturas muy prolongadas ante la pantalla del ordenador. Besos

Anónimo dijo...

Hola, me gusta las aventuras de este personaje.
Besos

María Fernanda Buhigas Patiño dijo...

ANAMORGANA,

Muchas gracias por tu constancia y por tus amables palabras. Besos